VALÈNCIA. Calle Luis Santángel, en la ciutat. Una vez más nada hacer presagiar lo que se está cociendo -o revelando, ya puestos- en este local en cuya cristalera se lee Carmencita Film Lab. Dentro, a ritmo de expansión, trabajan fotógrafos y químicos, enfrascados en una suerte de alquimia. En su nevera no tienen fruta ni botes de ketchup, sino rollos de película.
Ellos, directamente, se han convertido en estandarte de la fotografía analógica en Europa e, indirectamente, han posicionado a València como destino clave de la escena.
Comenzaron siendo cuatro (Albert, Rohan, Raúl y Miguel). Hoy son treinta y tienen un laboratorio de 300 metros cuadrados en Ruzafa. Aunque varía por la estacionalidad del sector fotográfico, suelen recibir en sus cuarteles valencianos cerca de 6.000 rollos por mes de países bien dispares (en ocasiones su web se pone en cirílico) y de usuarios en la aspiración de obtener un revelado y una digitalización eficaz, esto es, singular.
Nuevas líneas de negocio, estrecha relación entre el universo digital y el analógico, funcionamiento transfronterizo, consolidación de un negocio viejo hecho muy nuevo por un puñado de jóvenes… Las derivadas de Carmencita rompen esquemas y alumbran realidades imprevistas.