Arte y fotografía

Paula Bonet vuelve a València a través de la postal de la ciudad nevada de Chirbes

La artista muestra en su antiguo piso las pinturas que han servido para reimaginar el cuento del escritor

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VALÈNCIA. Una casa llena de fantasmas, un recuerdo abarrotado de gente que a lo mejor ni siquiera estuvo ahí. La propuesta de Rafael Chirbes en El año que nevó en Valencia y que ha recogido Paula Bonet. Cuenta la artista que su adaptación nace de una coincidencia: mientras intentaba escapar del proceso angustioso de explicarse en La anguila, fue en busca de una lectura sencilla que le evadiera, que le llevara a una vida otra. El cuento de Chirbes ciertamente es pequeño, pero sobre todo es peleón, y ha acabado entrando, con permiso, en el piso de Russafa en el que vivió Bonet durante más de una década.

 

Lo hace de manera temporal, con una exposición temporal e íntima de los lienzos que ilustran la nueva edición de El año que nevó en Valencia que ha intervenido para Anagrama. Igual como el relato de Chirbes, Bonet imagina una fiesta de cumpleaños que llena un pequeño piso. En el libro, ubicado cerca de la calle Sagunto; en la propuesta de Bonet, en aquella casa que fue testigo de su nacimiento como artista, ahora afincada en Barcelona.

 

El círculo se cierra: los lienzos de las figuras fantasmagóricas, nubladas por el disolvente, tapaban los murales que Bonet pintó años atrás en las paredes de esa casa, figuras que respondían a una pulsión más preciosista y que luego cuestionó la propia artista y cosió a su biografía. Otros fantasmas.

 

Las pinturas, tal y como explicaba en una entrevista para Culturplaza, tenían la primera intención de reflejar únicamente la postal valenciana que propone Chirbes. Pero, de repente, una intuición: “Pinté una de las imágenes del niño con todas las veladuras que había usado para pintar la Malvarrosa. Como tienes que permitir que las cosas sucedan sin manipular en exceso, dejé que las manchas se colocaran, lo dejé secar. Y cuando volví a mirar, había aparecido un cráneo delante de la cara del niño. Me impactó mucho. A mi editora también le sorprendió. Me decía: Es el niño y es el muerto. Eso es que hace Chirbes con el tiempo: toda esa gente está en ese piso, y toda esa gente está muerta. Incluso él. Entonces me puse a pintar a toda esa gente ya con esa intención”.

 

Ahora, reunidas en un piso, aún arrastrando cierto aroma al disolvente utilizado, los fantasmas de Chirbes se materializan tal y como propone el libro. Bonet se convierte en el niño que mira a su familia con inocencia, fascinación, y sobre todo, lucidez para reconocer las violencias que les atraviesan: “Empecé a ver que no era solo un libro de atmósfera; era un libro que narraba un contexto muy concreto: hablaba de clase social, de relaciones familiares, de lo tóxicas que pueden ser las relaciones familiares más tradicionales, del afecto entre hombre, del mandato social que destruye vidas”, explicaba la artista en la citada entrevista.

 

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