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el muro / OPINIÓN

Artistas en su mundo

Entre ese maremágnum expositivo que nos acorrala y confunde, exposiciones como 'El Taller del artista' que exhibe el Museo de Cerámica González Martí es de visita obligada. Todo un universo de retrato fotográfico y creativo entre finales del XIX y primeras décadas del XX.

23/12/2018 - 

Existe tal saturación e inflación de exposiciones temporales  en Valencia -esto de inaugurar parece que se ha convertido en el nuevo deporte autóctono, con el coste que supone tanta muestra pasajera y hasta evitable- que aquello realmente interesante puede llegar a pasar desapercibido. Para muchos, incluso se está confundiendo lo que es mera publicidad o simple espectáculo en sello de calidad, con la complacencia de unos, la ausencia de cierto criterio propio o lo peor, desconocimiento, rapidez, inaccesibilidad y/o bisoñez mediática. Hasta en el arte parece mandar el marketing, como en la era Koons.

Por aquí, nuestras instituciones viven  obsesionadas con organizar exposiciones, aunque se produzcan auténticos disparates como son la coincidencia de inauguraciones en una misma semana o en el mismo día,  la indefinición de espacios, tendencias y criterios y hasta el absurdo que supone comprobar cómo entre ellas mismas se disputan los espacios aunque no les vaya en el nombre y menos en las competencias. Las hay también que pese al gasto y los intentos promocionales pasan lo que se dice sin pena y menos gloria, por lo que de frustración supone para un artista que puede haber estado trabajando en el proyecto durante años y luego comprueba que no pasa de ser relegado a una nota a pie de página e incluso silenciado entre tanto maremágnum.

Deberían nuestras instituciones públicas, semipúblicas y hasta algunas privadas poner algo de orden, criterio y sensatez en todo este asunto que se lleva un buen puñado de  millones de euros al año y a veces no se sabe para qué ha servido porque carecen de difusión o el cuerpo del espectador ya no da para más de sí, ni existen tantas horas sueltas y menos días de asueto para cumplir con las obligaciones placenteras por mucho amor al arte que exista.

Después de una legislatura más de cambios y sobresaltos en el panorama expositivo nada se ha modificado, salvo aspectos de criterios en algunos espacios o de discurso, que no sé si es del todo acertado ya que mantiene abierta la puerta a más cambios en caso de una nueva modificación ideológica en el poder. O sea, nueva locura colectiva. Pero poco más. No existe diálogo interinstitucional y sí mucha competencia mal entendida… Y así nos ha ido. No entiendo cómo puede resultar tan complicado que cada uno de los espacios tenga claros sus objetivos y deje de intentar competir con el de al lado. Lo fácil que es ordenar al margen de sólo querer figurar, que es lo que se lleva. Sólo es necesario hablar que no significa competir si lo que se busca no es una simple cifra de asistentes con la que cubrir expediente y justificar de paso gastos y cargos. Más bien debería preocupar la formación personal y de criterio.

Viene esto a cuento porque si no llega a ser por un simple suelto, que se dice en el argot periodístico a algo que se publica en una esquina, para mí mismo en este maremágnum de convocatorias y exposiciones hubiera pasado absolutamente desapercibida en mi agenda la exposición “El taller del artista” que estas semanas exhibe el Museo de Cerámica González Martí en sus salas de exposiciones temporales. Su producción corresponde al Ministerio de Cultura.

La muestra es una de esas pequeñas joyas de carácter histórico pero también documental y al mismo tiempo estético. Ofrece una mirada desde los archivos fotográficos del Instituto del Patrimonio Cultural de España en torno a los talleres de creación de los artistas de finales del XIX y primeras décadas del siglo XX. Y ya se sabe: los estudios de los artistas son el reflejo de su obra y personalidad, el lugar donde se entiende realmente un proceso de creación a través de sus propias claves formales.

A través de noventa fotografías, la exposición pone ante nuestros ojos los espacios de creación de un gran puñado de artistas e intelectuales de la época e incluso se les muestra en pleno proceso de inspiración. Le ponemos cara a quienes fueron mascarón de proa de una época y descubrimos sus secretos y misterios: desde la opulencia y el orden, hasta el caos, el desorden e incluso su aburguesamiento y también la penuria.

Decía lo de carácter documental porque lo es, pero más allá de este hecho, lo realmente divertido es su estética y aspectos costumbristas que nos alumbra para retroceder en el tiempo y viajar a un momento cumbre de la pintura y escultura española y al espacio del que salían esas obras que hoy cuelgan en nuestros principales museos y ponen en valor visual nombres de caras en sí bastante desconocidas más allá de la firma.

A partir de las imágenes de Mariano y Vicente Moreno, Ruiz Vernacci, Cabré o Pando no sólo se descubre también una maestría del retrato o las técnicas de sus creadores sino que logran captar la sensibilidad y personalidad de sus artistas y, al mismo tiempo, nos sumergen en una época de contrastes y cambios no sólo de siglo sino históricos, culturales y sociales, todos ellos muy bien reflejados a través de Benedito, los Pinazo, Benlliure o Sorolla si tiramos hacia casa, pero también de los Villaamil, Oteiza, Mallo, Romero de Torres, Clavo, Beruete… entre otros muchos, pero también de mujeres artistas, tan anónimas en algunos casos e incluso infravaloradas en su momento por estar, decían, en “un mundo de hombres”.

Ante estos días que se avecinan, les sugiero un poco de aventura, ponerse delante del calendario expositivo y subrayar una visita obligada al Museo de Cerámica. No sólo no saldrán decepcionados sino que entenderán un momento de nuestra historia artística, sus protagonistas y, lo mejor, el descubrimiento de mundo interior del que  salían sus creaciones.

Y ya de paso para confirmar esta realidad lo completaría con una visita a la Casa Museo Benlliure, uno de los espacios más bellos y desconocidos de la ciudad y en donde se conserva intacto el estudio de parte de la saga, algo que permite vivir desde dentro un regreso en la imaginación a un pasado brillante, conocer la forma de vida durante la Valencia de entre siglos y esa aventura de creación que permite pisar un estudio. Todo ello sin salir de Valencia.

No digan después que no estaban avisados.

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