VALENCIA. En octubre de 2002 me encargaron en El País de las Tentaciones un reportaje sobre el Barrio del Carmen, que en aquel entonces era el corazón de la bohemia ciudadana valenciana, un pulmón creativo y vital en una ciudad que ya empezaba a acusar los efectos de la hegemonía política del PP al frente del Ayuntamiento y de la Generalitat. La transformación de Russafa en un espacio similar al Carmen todavía era algo lejano; en aquellos días, la alternativa a la cultura oficial estaba en las viejas calles del Carmen, donde se mezclaba tradición con modernidad. La gentrificación todavía era un término poco usado y mezcla era el término más adecuado para describir una escena que Iván Aranega plasmó en las fotografías que acompañaron al texto
Iván, que años más tarde se marcharía a vivir a Berlín y luego a Brasil, ejerció como algo más que de fotógrafo. Yo aún vivía en Madrid y él, miembro activo en el escenario que había que mostrar, conocía perfectamente el quién es quién del barrio antiguo. Iván fue un buen asesor a la hora de buscar caras y voces para aquel reportaje. El recorrido comenzaba en el Mercat Central, la antesala del Carmen y el edificio que cada mañana cruzaba Paloma Borbone -hoy responsable del Funtastic Drácula Carnival en Benidorm- para abrir Confecciones Drácula, tienda de vinilos, ropa “para el rockero de hoy”, según decía su creadora. En la tienda se vendían sus muñecas Barbary, es decir, Barbies pervertidas que en lugar de ser amas de casa o enfermeras eran estrictas gobernantas o cosas peores. “Me encanta el Mercat central”, proclamaba Paloma. “Yo creo que vivo aquí por él. Los Bares y todo lo demás los tienes en cualquier otra ciudad del mundo, pero los comercios tradicionales del Carmen son únicos”.
Una de las cosas que caracterizaba ya al Carmen era la mezcla, una mezcla que mejoraba cuanto más extrema resultaba. El Carmen, cuyas fronteras se habían ampliado a nivel coloquial para incluir distritos como el del Mercat o Velluters o Seu Xerea, estaba ya entonces delimitado por el viejo cauce del Turia y por los monumentos medievales: las Torres de Serranos y las de Quart, la Lonja, con sus gárgolas, vigilando a los nuevos inquilinos que entonces iban ocupando los viejos edificios de alrededor, vivienda que en aquellos años era barata a pesar de encontrarse en pleno centro de la ciudad. El Carmen era como una pequeña ciudad incrustada en Valencia. Núcleo urbano históricamente vinculado a artistas y bohemios –Bellas Artes estaba en una de sus calles- lo mismo que a oficios artesanos, por aquel entonces los dependientes de pasamanerías y sillerías intentaban acostumbrarse a los piercings de los nuevos vecinos y los panaderos vendían pan a jovenzuelos con pelos de colores y pantalones con los bajos completamente destrozados de tanto pisarlos.
Diez años antes, en 1992, aquel había sido un territorio hostil con el tráfico de drogas campando a sus anchas; en 2002, albergaba 218 bares de copas –mucho de ellos con terraza- que se habían convertido en cita obligada para noctámbulos. El Carmen comenzaba a convertirse en una ruta nocturna que hoy, con gran parte de la población joven reubicada en Russafa, parece sobre todo destinada a los turistas.
El pintor Antonio González tenía entonces su base de operaciones en el barrio y en el reportaje declaraba que no le gustaba cómo había crecido éste; vivir en el Carmen implicaba compartir una actitud. Para entonces, los bares de lujo, ajenos al espíritu del barrio, ya habían hecho su aparición en él, atrayendo a un público ajeno a las características de un entorno urbano que el Ayuntamiento había condenado al abandono. Edificios viejos abandonados y en ruinas, un proyecto de ampliación del IVAM que amenazaba con comerse otro grupo de casas y una contaminación acústica que durante la noche podía superar con creces los límites establecidos. En el reportaje, el fotógrafo José Morraja se nutría de personajes que pululaban por dichas calles, captando la contraposición entre moda y ruinas. Una vez más, el contraste entre los vecinos de toda la vida y los jóvenes recién llegados.
En la explanada de la Plaza de la Virgen los skaters se deslizaban entre parejas de novios. Como ahora, hacer skate en zonas no autorizadas para ello estaba prohibido y eso hacía que resultase más emocionante practicarlos en terreno vedado. Uno de los skaters que entrevistamos, Manu, tenía 17 años y lucía una chapita de Dead Kennedys y una camiseta con imperdibles a la vieja usanza punk. Regresando al interior del Carmen, se llegaba a El Purgatori, un anárquico centro de creación creado por Pistolo Eliza, antítesis de centros oficiales de arte como el IVAM. Entre ssu allegados estaba el dj Fran Campos, que ejercía como tal en Le Club, un local situado a varios kilómetros de allí, en plena huerta sur.
En aquella época, el Carmen carecía de salas de conciertos y afters, y los bares para público pop se llamaban Pinball. Dani Cardona –entonces en Una Sonrisa Terrible, hoy en Desguace Café- ya había montado su estudio de grabación –El Sótano-, junto a la calle Quart. Y los miembros de Ciudadano, con Jorge Tórtel a la cabeza, vivían por allí. Paloma Borbone estaba en Los Borbones, que presumían de no tener aspiraciones de grabar un disco y solo tocaban cuando les apetecía. “Como llevamos instrumentos a pilas no tenemos ni que cargar amplis ni que probar sonido”. A grandes rasgos, así era el Carmen que apareció en aquel reportaje, retratado antes de que llegase el fin de semana, porque entonces el caos se adueñaba de las calles y la riada humana se apoderaba de todo, formando parte de esa locura que era entonces el barrio.