En la paz donde habitas, en la simpleza. En la vida. El origen no se olvida. Brindaré con los árboles, conoceré su esencia, su armonía.
Estoy atado a un río. Encadenado a sus orillas, las cadenas me retienen en sus sombras, humedales que conviven con flamencos. Reminiscencia de un pasado y un ayer. Arrástrame contigo y llévame a tu vera, rio mío. Déjame en la vega, ábreme tu alberca.
Río mío, río cerca.
Aprender del río, de sus profundidades, atarse a él, escuchando sus plegarias, con el corazón en calma. El río anda por todas partes, desde su nacimiento hasta su desembocadura, te enseña las montañas y los valles, el río es sagrado y permanente, preocupado en su presente.
Estoy sentado escuchando el viaje de sus aguas, desde un profundo silencio, las voces de una vida eterna. Escuchar al río, al despuntar del alba, desde el inicio de los tiempos. El agua quiere agua, se necesita.
Más inmenso, mar que llega. Imponencia, los olores, las marismas. Vengo contigo desde el manto de los cielos.
Atado a un río. A tus lazos de nostalgia, a tus ardientes lamentos, a tus deseos insaciables, a tus anhelantes pasiones. A ese arte de escucharte.
Busco la luz en tu camino, la unidad absoluta, tu radiante e insondable reguera. ¡Oh río! Eres venerable y honorable. Tu ritmo es admirable, envidiable, tu cauce es mi recto camino.
Nunca dejaré de buscarte, no dejaré de aprender de ti, mantendré mi fe inquebrantable.