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LA LIBRERÍA

Atlas de islas remotas para recuperar el deseo de naufragar

Cálidas, heladas, pobladas o deshabitadas, septentrionales o australes, conocidas o casi de leyenda. Las islas de Schalansky son una muestra de los misterios olvidados en los océanos

11/01/2016 - 

VALENCIA. Si es cierto que hay islas que han sido menos visitadas que la Luna, existe entonces esperanza todavía para la aventura, para la soledad, para el descubrimiento. ¿Dónde podríamos ir en caso de querer desaparecer? Muchos nos hemos hecho esta pregunta alguna vez. ¿Qué rincones del planeta siguen disponibles para una posible huida sin fecha de retorno? Ya lo hemos cartografiado todo, hemos lanzado entrometidos satélites al espacio que se dedican a desvelarnos los secretos de la historia milenaria que es nuestro planeta, a arrojar luz sobre las últimas parcelas de misterio. Hasta el paraje más inhóspito puede ser visitado con los suficientes medios. La Terra Australis Incognita no es más que una leyenda, el continente antártico, un territorio que se disputan varias potencias y que probablemente acabe siendo despedazado como una liebre entre las fauces de una jauría. 

Hemos marcado, señalizado, interpretado o explicado todo mediante un sinfín de mapas: de carreteras, de corrientes, de isobaras, geopolíticos, topográficos, el mapa de Mercator, el Dymaxion, el Gall-Peters. Mapas de comercios emergentes en la ciudad, de casas de famosos, de crímenes, del cerebro, del genoma. Pero paradójicamente es esta superabundancia de mapas la que nos ha devuelto la posibilidad de la gran expedición a lo desconocido. Porque entre tanta información, mucho ha quedado en el olvido. A la vista, sin que nadie repare en ello, la mejor forma de esconderse. ¿Quién prestaría atención, por ejemplo, a un trozo de roca de un archipiélago de esos que casi ni se dibujan por su insignificancia? Una persona al menos: la escritora y diseñadora alemana Judith Schalansky.

“El paraíso puede ser una isla, pero el infierno también lo es”, asegura. La isla ha sido la máxima expresión del lugar en el que empezar de nuevo, en el que perderse o en el que proyectar utopías, a ojos de los continentales. Para los isleños, o para quienes finalmente han pasado largas temporadas en algunas de estas regiones, la realidad ha sido en muchas ocasiones bien distinta. La isla puede elevarte o enterrarte, o simplemente ser la nada más absoluta, como demuestra Schalansky en esta joya literaria que es Atlas de islas remotas, publicado por  Capitán SwingNórdica Libros hace ya algún tiempo y todavía con muy buena salud en las librerías. La propuesta de la autora es un fascinante y sobrecogedor viaje desde casa empleando como vehículo el dedo índice que recorre el atlas, cambiando de una masa de agua a otra al pasar la página. A medida que nos transportamos de una isla a la siguiente, a lo largo de las cincuenta que incluye en su atlas particular, vamos conociendo a través de breves relatos hechos que han tenido lugar en estos parajes perdidos en mitad de la inmensidad. Escenarios recónditos desde los que nos llegan ecos de tradiciones, costumbres, experiencias y acontecimientos que nos asombran y nos hacen decir no puede ser.

Trinidad, océano Atlántico, diez kilómetros, treinta y dos habitantes. Con frecuencia, alguien sale a dar un paseo y desaparece. Un cementerio lleno de cruces sin lápidas, un lugar no apto para el ser humano, que sin embargo se empeña en seguir allí. Thule Sur, Islas Sándwich del Sur, océano Atlántico, treinta y seis kilómetros, deshabitada. Una isla al sur del mismo sur, un paisaje desolador y terrible al que llegó por vez primera el capitán James Cook en su búsqueda de la legendaria tierra austral de la que hablaban los marinos. Isla de Navidad, océano Índico, ciento treinta y cinco kilómetros, mil cuatrocientos veinte habitantes. Acoge un enorme imperio invasor de hormigas araña amarillas que devoran pájaros y cangrejos, es una zona de guerra abierta por la supervivencia. Tromelin, océano Índico, menos de un kilómetro, deshabitada. Sesenta esclavos llegaron a esta nueva prisión tras un naufragio para morir agónicamente libres. Algunos de ellos lograron resistir quince años hasta ser encontrados, durante los cuales alimentaron una hoguera que nunca se apagó. 

Napuka, Islas de la Decepción, océano Pacífico, ocho kilómetros, doscientos setenta y siete habitantes. Hasta ella llegó Magallanes con una tripulación famélica y desesperada que contempló con espanto que no había nada allí que poder llevarse a la boca. Taongi, Cadena Ratak, océano Pacífico, poco más de tres kilómetros, deshabitada. En ella aparecieron los restos de un entierro que todavía no ha podido ser explicado. Pukapuka, Danger Islands, océano Pacífico, tres kilómetros, seiscientos habitantes, el jardín del Edén donde los lugareños entienden el sexo como un juego, una práctica habitual compartida por toda la población con libertad. Banaba, Ocean Island, tierra de los fieles a Nei Karamakuna, la mujer con cabeza de pájaro que come la tinta de los tatuajes de los difuntos. Pingelap, Islas Carolinas, la isla de los daltónicos capaces de ver en la oscuridad. Clipperton y sus horribles sucesos producto del desmoronamiento de la norma. 

Estos son solo algunos de los hitos en este particular mapa, que nos guía a través de una ruta -o más bien una auténtica epopeya- creada para ser vivida por jornadas, aunque cueste resistirse a sumergirse en el libro y no salir hasta el final. 

“Los cartógrafos deberían reivindicar su oficio como un verdadero arte poético, y los atlas como un género literario de belleza máxima; en definitiva, su arte es digno merecedor de la primera denominación que recibieron los mapas: Theatrum orbis terrarum [teatro del mundo]”. Cuesta no estar de acuerdo con esta afirmación al cerrar el volumen, todavía con la cara salpicada por gotas de agua gélida, con el sonido de las gaviotas en los oídos y cubiertos de una fina capa de salitre en el sofá de casa. Por si fuera poco, Atlas de islas remotas cumple otra función, se encarga de devolvernos un sentimiento esperanzador, uno que parecía extinto e incluso fuera de lugar, uno que es un insulto a todo lo conseguido por la civilización, a nuestra zona de confort: el deseo de naufragar.

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