VALÈNCIA. 0%, un cero técnico. Ese es el dato de audiencia de la programación infantil en la televisión de À Punt y es crónico. Para encontrar una serie que haya superado la barrera del 1% hay que remontarse al pasado 10 de septiembre. Actualmente, la programación infantil de À Punt se concentra en las mañanas del fin de semana, pero a pesar de ser una de las primeras apuestas desde su creación -con el lanzamiento de La Colla, que pretendía recoger el testigo de Babalá Club-, el público no está o se tiene que conformar con el encuentro con los niños y niñas en eventos presenciales.
Es un fenómeno difícilmente achacable a la radiotelevisión pública valenciana. Ocurre en prácticamente todas las cadenas temáticas: el canal Super3, temático de la corporación catalana TV3, que durante los 90 y bien entrado el siglo XXI tuvo en parrilla auténticos símbolos de la infancia y adolescencia de la época, no consigue superar el 0,6% de share mensual; Clan ha rebajado su cuota de pantalla un 50% en tan solo cinco años, Disney Channel lleva todo 2021 marcando mínimos históricos; solo Boing se mantiene estable alrededor del 1%. Las cadenas se crearon con el paso de la TDT, haciendo desaparecer la programación infantil de las generalistas. Ahora, los datos apuntan a la lenta muerte de este contenido en la parrilla de la televisión lineal.
La radiografía es muy poco halagüeña para las televisiones, pero mucho menos para las productoras de series de animación, que simplemente están notando un traspaso de clientes. Antes eran televisiones, ahora generan contenido para plataformas. Es el caso de Hampa Studio, empresa valenciana cuyo último éxito ha sido Cry Babies, la serie basada en los juguetes que generan millones de euros de ganancias anualmente. “El sector valenciano se ha acostumbrado a vender sus productos fuera porque el apoyo ha venido y se ha ido. Con À Punt y La Filmoteca ayudando a los estudios, estamos en un buen momento”, explica Álex Cervantes, CEO de Hampa.
Su trabajo ha dado un giro de 180 grados, y su mayor esfuerzo es ahora producir contenido para YouTube o plataformas como HBO. Según explica Cervantes, “hay toda una nueva generación que se han acostumbrado a una manera de ver las series, y no entienden por qué no pueden adelantar unos segundos el capítulo o saltarse la publicidad”. Lo dice con doble conocimiento de causa: como responsable de los contenidos y también como padre. Pero también apunta a la necesidad de captar la atención cada vez más rápido: “hace cinco años, cuando hicimos una serie para YouTube nos advirtieron que el margen que dan los niños y niñas al vídeo es de 30 segundos a un minuto. Si no captas su atención en esos primeros segundo, cambian de vídeo. Actualmente el cálculo se ha acortado y manejamos un margen de entre 3 y 5 segundos”, confiesa. “No es una cuestión de si está bien o mal, sino un análisis de lo que está sucediendo”, añade.
¿De qué manera responden las televisiones ante este nuevo paradigma? Compran contenido infantil casi al peso porque tienen que llenar horas y horas de programación para mantener los canales y los bloques temáticos: “Se paga la cantidad y no tanto la calidad, y con eso es difícil competir con las plataformas”.
Es un clamor en redes sociales: la programación infantil en À Punt tiene que ser una prioridad. Si toda una generación ha normalizado el valenciano a través de Bola de Drac, la radiotelevisión pública ha de hacer lo propio con esta nueva generación. Se pide en redes sociales más presencia de la programación infantil, de más calidad, más visible, incluso un segundo canal que pueda aumentar la dedicación. Pero los datos no acompañan, y en televisión -incluso en los medios públicos- en realidad el share lo es casi todo.
Preguntados por esta cuestión, desde À Punt recuerdan que “la actual ley expone que los contenidos infantiles y juveniles deben formar parte de la oferta generalista, y el contrato programa vigente hasta ahora marca una serie de objetivos anuales entre los que figura la aportación del 6% de la inversión en contenidos y de 520 horas de emisión en TDT, relacionados con la programación destinada a estos segmentos de población”.
Ahora se negocia un nuevo contrato programa, y la experiencia y los datos empíricos llaman a que estas exigencias sean más flexibles, seguramente reduciendo la obligatoriedad en el número de horas en TDT en favor de los contenidos digitales. “Lógicamente mantendrá un elevado nivel de inversión en contenidos, pero prevé criterios de programación más flexibles que nos permitirán incrementar la oferta on-line y en plataformas alternativas. Ahí es donde reside el mayor nicho de consumo de estos géneros y donde encontraremos un universo mayor de usuarios. Nuestro objetivo es multiplicar el efecto de servicio público para aplicaciones de carácter divulgativo y educativo, difundiendo los valores que recoge nuestro código de regulación de los contenidos infantiles”, explica el ente.
El idioma, el autoconocimiento y la cultura son algunos de los pilares que se esperan formar con una programación infantil propia de una radiotelevisión pública autonómica. Sin embargo, Álex Cervantes señala que se genera una paradoja complicada de resolver: “Si creas un producto que no se va a vender fuera, la financiación no suele ser suficiente como para hacer algo con una calidad suficiente, y entonces no captar audiencia, que es el objetivo final. Cuanto más financiación, menos capacidad de hacerlo local, es un problema”.
Este es el brete, un cambio de paradigma en el consumo televisivo y en el reparto de fuerzas de la relación plataformas-televisiones (sobre todo públicas, sobre todo autonómicas), que ha pillado con el pie cambiado a casi todo el mundo.
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