Las autopistas de la Comunitat Valenciana lucen desde hace tres décadas unas inconfundibles y originales ilustraciones turísticas a pie de carretera
VALENCIA. La señalización de las carreteras españolas se caracteriza por una simplicidad tremendamente funcional, un sistema basado en una convención europea que hace que los diseños de las señales usen sólo de un par de tipografías: la Autopista (derivada de la fuente Highway Gothic) para autopistas y la Carretera (una variante de la Traffic Type) para el resto de carreteras. Simpleza incluso en la nomenclatura, vaya.
Entre todo este paisaje de austeridad normativa en la rotulación de nuestras carreteras asomaba el toro de Osborne, diseñado por Manolo Prieto en 1960, símbolo publicitario convertido en icono. Pero hay otro diseño mucho más autóctono que destaca desde hace ya tres décadas, la señalización turística de un tramo de la Autopista del Mediterráneo, concretamente el que comprende la Comunidad Valenciana.
Estas decenas de señales para advertir de las salidas de la autopista AP-7 ya son parte del imaginario turístico de las costas valencianas. Han estado siempre ahí, representando lo más característico de las zonas que señalizaban, unos carteles a modo de vistosos collages cuyos diseños originales aún perduran, tras haber intentado ser adaptados, copiados y reinterpretados. Siguen ahí y siguen funcionando, muestra de que son un buen diseño.
En 1986 la Autopista del Mediterráneo se renombraba de A-17 a A-7, la concesionaria era AUMAR y la Generalitat Valenciana aprovechó ese hito para aplicar sus políticas de turismo y de diseño contratando la señalización turística de las costas valencianas de la autopista a los profesionales que, un par de años antes, habían diseñado por completo toda la identidad corporativa del gobierno valenciano.
El valenciano Paco Bascuñán fue el encargado de diseñar la parte gráfica de estas señales, mientras que Nacho Lavernia y Daniel Nebot idearon el soporte y se encargaron de la parte industrial de las vallas. Decidieron que el mensaje fuera el propio medio, y sin necesitar ni una sóla palabra plasmaron todo el espíritu mediterráneo en una serie de ilustraciones. Bascuñán, Lavernia y Nebot compartían por aquél entonces el espacio La Nave junto a otros 8 diseñadores y arquitectos, un coworking, que diríamos hoy, que actuaba como marca corporativa para sus proyectos, una fórmula que no se ha vuelto a repetir y que marcó el camino del diseño valenciano.
Y es que el diseño valenciano de finales de los 80 tuvo una manera de hacer las cosas que hoy, en plena era de la globalización, ya se ha perdido. Y aquélla forma de ser y de trabajar define una especie de road movie, a la manera de Kerouac, donde se mezclaban música, juventud, valores, talento y un momento de efervescencia cultural único que casualmente dieron con una suerte de políticos que supieron ver una oportunidad en esa eclosión. Así es como el diseño se empezó a normalizar, lejos del sentido estético del lujo o de un lenguaje frívolo, y con aplicaciones como la señalización de la autopista se demostraba que el diseño podía ser algo para todos.
Por aquél entonces se creó el Instituto de la Mediana y Pequeña Industria Valenciana (IMPIVA), y como acto reflejo el sector del diseño se organizó para fundar la Asociación de Diseñadores de la Comunidad Valenciana, todo de la mano de una Generalitat Valenciana que apoyó al diseño valenciano como nunca se ha vuelto a apoyar institucionalmente. Consecuencia de aquellos años, hoy la Comunitat Valenciana tiene varias generaciones de diseñadores en activo de reconocido prestigio internacional, además de una cantera de jóvenes que apunta alto.
El proyecto de la señalización de la autopista obtuvo un Premio Laus en 1986, el galardón para diseñadores de mayor prestigio a nivel estatal, concedido desde la Asociación de Diseñadores Gráficos y Directores de Arte del FAD (ADG-FAD). Reconocido premio para unas señales que, pudiendo haber sido un encargo aburrido, los diseñadores Bascuñán, Lavernia y Nebot supieron dar la vuelta y convertirlo en alegres y animadas ilustraciones.
El diseñador Paco Bascuñán hizo todas las ilustraciones a mano, generando unos collages con centenares de papeles de colores de tonos fuertes, recortados también manualmente, mucho antes de la llegada de los efectos automáticos de Photoshop, incluso antes de que los ordenadores llegasen a los estudios de diseño de este lado del charco. La diseñadora alicantina Belén Payá recuerda ese proyecto como su primer trabajo de colaboradora en La Nave, para el que estuvo días ayudando a pegar los collages: «Yo me preguntaba, ¿y esto se lo van a aprobar? Y los políticos no es que lo aprobasen, es que además lo entendían», destaca en su testimonio a propósito del homenaje que en 2008 el FAD de Barcelona hizo al colectivo La Nave.
En estas ilustraciones se capta perfectamente ese espíritu mediterráneo, festivo, colorido, plasmando la variedad de la oferta turística de las costas valencianas, que era la intención de Bascuñán.
Paco Bascuñán falleció en 2009 a los 55 años. El más comprometido de los diseñadores valencianos, quien comenzó su carrera profesional a principios de los 70, participando en los 80 de los colectivos Enebecé y La Nave, y con su propio estudio a partir de la década de los 90, con trabajos que a día de hoy perduran sin marchitarse, desde logotipos y carteles a catálogos o la señalización de paradas de la línea del tranvía de Valencia. A medio camino entre artista y diseñador, bromista y muy pedagógico, gran tipo, dejó su legado en muchos diseñadores y un gran vacío en el diseño valenciano. El Congreso Internacional de Tipografía de Valencia concede un premio con su nombre, pero la comunidad del diseño valenciano le debemos mucho más.