Además de un reclamo para diferentes tipos de público, las bandas sonoras en tiempo real suponen un atractivo reto para los músicos.
VALENCIA. En tiempos de adoración de lo secundario y lo accesorio en los que el ruido y la anécdota está por encima de la historia principal resulta sospechoso que las bandas sonoras no abran los telediarios. En esta fase involutiva en la que no se votan programas y la pirámide periodística no está invertida, lo suyo sería que una grandilocuente pieza musical adornara la repetición, una y otra vez y a cámara lenta, del mismo estúpido gesto aleatorio. A terrible destino condenó a la música aquel o aquella que le acopló el adjetivo “incidental” siempre que se encontrara en el marco de una película, de una obra de teatro o, en fin, de cualquier cosa que se considere de entidad superior.
Sin embargo, estamos en 2015 y, afortunadamente, la música en el cine ha recorrido el camino opuesto al que alguien le marcó. Ya no existe la música incidental, al menos no hasta que la RAE elimine la irrelevancia de su segunda acepción. Existe la música buena o mala como existen los actores buenos o Colin Farrell. “Recuerdo bandas sonoras que no se pueden separar de la película, están interconectadas, como las de Hitchcock en las que se alimentan mutuamente y se convierten en algo tan grande como resultado”. Así lo dijo una vez el guitarrista de Radiohead, Jonny Greenwood, responsable de las fastuosas bandas sonoras de Pozos de Ambición (There Will Be Blood) y The Master, entre otras.
Greenwood ha reconocido alguna vez, ante la inexistencia comercial de la banda sonora, haber comprado The French Connection para poder grabar la música directamente de la película. De hecho, la banda sonora de Don Ellis sí existe, y su consideración ha llegado a tales niveles que, a día de hoy, cuesta la nada anecdótica cifra de 150 dólares. El mercado de las bandas sonoras no es menor: la de El Guardaespaldas y la de James Horner en Titanic se sitúan entre los discos más vendidos de la historia, con 40 y 30 millones de copias adjudicadas, respectivamente.
Sin embargo, interpretarlas en directo, a la vez que se proyecta la película, no se había revelado hasta no hace demasiado como algo realmente atractivo para el público. Las dimensiones de la misma le creerá más frustraciones a Hans Zimmer que, por ejemplo, a Jorge Pérez, Tórtel, encantado de poder ponerle música a Buster Keaton; Zimmer, que no escucha sus propias bandas sonoras porque su vida es en surround, no en estéreo, será mucho menos feliz. “Soy muy fan de Buster Keaton y pensé que sería muy divertido musicar en directo una de sus películas mientras se proyecta. Soy muy cinéfilo y obviamente me encanta la música, no se puede pedir más”, explica Tórtel, que se suele acompañar de Jordi Sapena (La Habitación Roja, Ramírez, Tórtel) y Abel Hernández (El Hijo).
El Héroe del Río (1928) se proyectó, acompañado de la música del trío, por primera vez en La Rambleta en 2013, aunque Tórtel ya tenía cierta experiencia con uno de sus anteriores grupos, Ciudadano. “Musicamos fragmentos de las cuatro películas que tenía Terrence Malick, y fue una experiencia increíble”, recuerda el músico, que precisa que aquello “era otra historia porque se trataba de un montaje ex profeso” y, además, en el caso de Keaton, la película se proyecta de principio a fin y existe “una narratividad y la historia manda”. La instrumentación también es diferente: un par de sintes y apps musicales para iPad o iPhone; “hay guitarras, pero quedan en segundo plano, nos apetecía utilizar sonoridades sintéticas con una película de 1928, funciona realmente bien”.
Tener claro el estilo y la instrumentación que requiere una película es fundamental, por lo visto. “Al ser un viaje por los EE.UU., casi desde el minuto cero supe que habría música folk rock, así que lo más difícil fue saber cómo tratar el sonido de base que iba a sustentar el mediometraje”. Así explica Néstor Mir la fase embrional de la música de La Conquista del Oeste, su proyecto de mediometraje con música en directo: “había que buscar la forma de estructurarlo bien, y para ello había qué saber qué tipo de composiciones podían entrar”. En el caso de Mir, los acontecimientos se fueron sucediendo coherentemente como en una película que huye del deus ex machina. “Monté el mediometraje para la presentación del libro, pero de repente me di cuenta al empezar a montarlo que tenía que llegar hasta el final, e interpretar la música en directo mientras proyectaba el mediometraje era lo más lógico y lo que más me apetecía”.
“La idea era volver a aquella música de photoplay, pero con una instrumentación completamente diferente”. Tórtel se refiere a la música que, entre finales del siglo XIX y la década de los 30 del XX, acompañaba a las películas de la industria del cine (por aquel entonces mudo). Lo que entonces se llevaba a cabo a través de un piano o un photoplayer (una especie de piano adaptado en plan armatoste para la ocasión), ahora se hace, por ejemplo, con sintetizadores. Cambia el cómo, pero el qué se mantiene intacto. “Nuestra intención es sobre todo acompañar la película, que la música en ningún momento pueda parecer estar queriendo imponerse. Jugar un poco con la instrumentación para subrayar alguna cosa de la película, también para aportar nuestra propia visión artística en algunas escenas”.
Néstor Mir coincide con ese regreso al pasado actualizado, con especial énfasis en la recuperación de la potencia evocadora de la música en vivo. “El cine con música en directo tiene un efecto muy impactante en los espectadores, y está muy bien recuperar esta relación primigenia porque, de alguna manera, sienten que la música está ahí y que se está haciendo para ellos”, explica el músico, que destaca el “plus de improvisación y peligrosidad” de la interpretación en directo. Tórtel, por su parte, insiste en el hecho de estar creando algo mutante: “es como mantener un diálogo, mi forma de entender la música es parecida a la filosofía de Buster Keaton de trastear e improvisar para ver cuándo llega el hallazgo”, explica, aunque matiza que detrás hay “un trabajo muy cuidado y reflexivo”.
“La respuesta no ha podido ser mejor en todas las actuaciones que hemos podido hacer: a la gente le gusta y nosotros nos lo pasamos muy bien”, confiesa Tórtel. Es quizá el hecho de acceder a nuevos públicos y escenarios lo que hace que la gente no esté en la barra hablando a gritos con el prójimo; “llama la atención ver personas muy mayores o críos pequeños que es complicadísimo ver en algunos de nuestros conciertos”, explica el cantante, también en Coleccionistas. Néstor Mir incide en la experiencia del público: “se crea un ambiente mágico, la música en directo siempre tiene la capacidad de sorprender y, cuando el espectador siente que la música que sale justo al lado de él se acopla perfectamente a las imágenes que está viendo percibe que está viviendo algo especial”.
La interpretación de bandas sonoras en directo y en tiempo real respecto a la película que se proyecta provoca colisiones entre las distintas personalidades del músico; especialmente si se trata de personajes que, como Mir o Tórtel, están habituados a componer la banda sonora de sus vidas, que diría Dick Clark. “Desde luego es muy distinto a cuando compones para un disco propio”, cuenta Tórtel, “aquí no partes del folio en blanco o de un concepto que tú mismo te has creado como expectativa, se trata más bien de algo así como creatividad en situación, partes de una película con una narrativa, ritmo y dinámica concretas, y la idea es que la película siga siendo lo realmente importante”.
“El centro de atención de los espectadores no está en los músicos, está en la película”, recuerda Mir, que evidencia que “la diferencia es bastante grande”. “Las imágenes marcan el ritmo y la atmósfera, también hay que buscar el tipo de lenguaje sonoro con el que vas a trabajar, e identificar el marco común global que hará que todo lo que se componga esté dentro de un todo común, qué partes serán recurrentes a lo largo de la narración de la historia y qué partes serán diferentes y únicas”, detalla el factótum de Malatesta Records. “Todo debe ir hacia un mismo lugar, como el propio mediometraje”.
A la composición “más conceptual” de Mir, Tórtel le añade otro elemento diferenciador que en su caso es capital: la contención. “La forma de componer desde el primer momento está un poco supeditada también a que esto ha de sonar en directo con una instrumentación limitada y tocado por tres músicos, cuando compongo para un disco intento no plantearme cómo voy a llevar determinadas cosas al directo porque creo que me limitaría bastante”. El cantante recalca, además, que en el caso de la música para Buster Keaton, la composición ha respondido a secciones, “un poco en plan cadáver exquisito”: “nunca había hecho una composición tan al alimón, y el resultado me gusta muchísimo”.
“Esta propuesta surgió de manera fortuita, no fue algo buscado o prederterminado, pero en mi fuero interno sentía la necesidad de crecer como músico, de intentar crear música más allá del concepto canción”, reconoce Néstor Mir, que concluye tajante: “la experiencia me resultó muy gratificante”. Parte de ese crecimiento reside, sin duda, en el aspecto informe de la música creada para ser interpretada junto a la proyección de una película: “para componer una banda sonora puedes experimentar más en un cierto sentido, digamos que no tienes que componer una canción, tienes que componer una sucesión de ideas y sensaciones”.
Tanto Mir como Tórtel llevarán a la práctica en noviembre sus proyectos ajenos a la canción. El primero presentará La Conquista del Oeste en el marco de la programación del festival de mediometrajes La Cabina, mientras que el segundo participará en el Festival de Cine de Albacete junto a Jordi Sapena y lo tiene claro:“seguimos pensando en esta película porque creo que tiene un montón de vida, hemos trabajado con mucho cariño y admiración en esta música”.