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el muro / OPINIÓN

Barbarie consentida

10/04/2022 - 

El Tribunal Supremo (TS) establecía hace apenas unos días en una sentencia cuándo se debe considerar delito dañar una obra de arte pública. Lo hacía a través de una sentencia por la que condenaba a un particular a una pena de cinco meses de prisión y a una indemnización de 1.367 euros al Ayuntamiento de Madrid por dañar una obra de Eduardo Chillida que deslució con un rotulador blanco y dos pintadas. El Alto Tribunal daba así la razón a la Fiscalía contra la sentencia inicial de la Audiencia de Madrid que absolvió al acusado ya que no había quedado acreditado un deterioro de la escultura más allá de un deslucimiento de la misma, por ser muy finos.

Está muy bien esta sentencia y abre un camino importante para que los ayuntamientos de toda España se pongan las pilas y más allá de hacer la vista gorda ante las innumerables pintadas que dañan nuestros monumentos. comiencen a actuar de forma seria como marcan nuestra leyes estatales y, en nuestro caso, hasta las autonómicas que nadie atiende y hasta se desconocen entre discursos de sostenibilidad, limpieza extrema y modernidad provinciana.

Según el Supremo,  los daños provocados en los bienes del patrimonio histórico-artístico son constitutivos de un delito del artículo 323 del Código Penal, con independencia del valor de los desperfectos, siempre y cuando tengan cierta entidad y no sean fácilmente reparables.

En el caso de nuestra ciudad de Valencia las pintadas están a la orden del día, tanto en monumentos como en jardines, puentes históricos, claustros renacentistas e incluso esculturas públicas sin que nadie ponga remedio y hasta se aliente políticamente el denominado “arte urbano” sin control, freno y menos persecución, como si esas pintadas fueran señal de modernidad y no gamberrismo puro y duro cuya rehabilitación pagamos todos a causa de la desidia institucional.

Así que estaría bien que nuestra Generalitat invitara a los magistrados del Supremo a realizar una gira para que comprobaran en qué estamos convirtiendo esta ciudad en la que la ley ni se aplica ni se le espera. Si el Ayuntamiento de Valencia se pusiera en lo suyo nos aliviaría de unos gastos y una guarrería que cada día deteriora más nuestro patrimonio y ensucia fachadas públicas y privadas, como los muros del Palacio de Pineda o hasta La Lonja.

Vamos a poner dos ejemplos salvajes que nadie atiende. A comienzos de la década de los noventa del pasado siglo, el IVAM organizaba en el Centre del Carmen una exposición del artista danés Per Kirkeby una figura de la abstracción y bien representado en los principales museos del mundo. Magnífica, por cierto. El creador, además, era invitado a realizar una intervención en el mismo Jardín del Turia en un lugar muy próximo al Centro Julio González, una de esas construcciones arquitectónicas que están repartidas por medio mundo y realizadas con ladrillo caravista. La diferencia es que mientras en ese medio mundo sus intervenciones son absolutamente respetadas y valoradas, la nuestra presenta una realidad absolutamente lamentable. Algo así como un inexplicable abandono tercermundista. Y eso que es del IVAM de la modernidad y el esnobismo cursi.

Llena de maleza, llena de pintadas, rodeada de vallas y repleta de mierda, la obra de Kirkeby -la imagen es del pasado jueves- muestra un deterioro digno del Supremo o de nuestro Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana (TSJCV). Y así lleva años, lustros, décadas sin que nadie ponga remedido, ni la adecente. No sé si será obligación del IVAM su conservación, aunque al menos sí su denuncia ante las instancias pertinentes. Pero al menos si es moralmente  reprochable que la tenga en esas condiciones, como también lo es del Ayuntamiento de Valencia, más dado al absurdo y la promoción del denominado arte urbano pijo, pero para nada de su mantenimiento y cuidado natural.

Sólo hace falta que se fijen en la imagen que acompaña estas líneas para constatar la poca seriedad de nuestros responsables políticos de la cosa artística para ser testigos del despropósito y por ende de su gestión pública.

Pero no hace falta irse mucho más lejos para constatar otro abandono o dejadez de nuestros cargos, los mismos que animan a crear más museos cuando han demostrado que son incapaces de proteger o poner en valor los que ya tenemos. Por no hablar del estado de las reproducciones de las esculturas monumentales de Gerardo Rueda que a las puertas del San Pío V y también en el jardín del Turia muestran un abandono que da miedo.

Si no recuerdo mal, hace apenas un par de años se “inauguraba” el denominado jardín de escultura del IVAM, ubicado en una plaza pública trasera al inmueble. El mismo solar que se expropió bajo una supuesta ampliación del centro y arruinó a muchas familias.

Si por alguna razón se acercan a él verán -la imagen también es del pasado jueves- el estado en que se encuentran, con la broza desatada y las jardineras de hierro pintadas hasta la extenuación, algo así como algunos elementos de la Plaza de Brujas que aún sin terminar muestra un deterioro digno del manual de la barbarie urbana junto a varios monumentos histórico-artístico pero sin que nadie haga nada por remediarlo.

Esa es la imagen que al parecer queremos transmitir, la de una ciudad en la que todo está permitido. Sólo hace falta darse una vuelta por el centro de Valencia para conocer o ser testigo del abandono público de monumentos esculturas y otros enseres del mobiliario urbano. Y nadie dice nada y menos hace, como por ejemplo ese Consell Valencià de Cultura (CVC) que se denomina garante intelectual de nuestro patrimonio o la propia Academia de San Carlos.

Estos gestores de la cosa pública han demostrado su incapacidad ante lo obvio. Será que no les interesa. Así les va. Son modernos, o eso creen, aunque la ciudad y el patrimonio se les haya ido de las manos. Sólo interesan los saraos y las declaraciones públicas “enlatadas” de supuestos “buenos” gestores del patrimonio público como “bien” demuestran.

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