MEMORIAS DE ANTICUARIO

Barrio del Carmen: entre lo noble y lo popular

8/03/2020 - 

VALÈNCIA. Los números de antes: en 1860 vivían en el Carme 15.000 almas de los cuales 37 eran extranjeros y 198 presos, que se hallaban confinados en las torres de Serranos. En el siglo XIX había 17 sociedades y casinos, abiertos 235 talleres de artesanos, de los cuales unos 40 eran carpinteros. En el siglo XV, 11 hostales acogían cada noche a viajeros. Hasta mediados del siglo XIX al barrio, desde fuera de los muros, se accedía por cinco puertas, ya que todavía permanecían en pie el Portal Nou en la plaza del mismo nombre enfrentado al puente de San José y el Portal de la Corona que accedía a dicha calle que desemboca en la plaza de Mossén Sorell. 

Los números de hoy: algo más de seis mil habitantes (menos de la mitad que a mediados del siglo XIX), cinco iglesias, un mercado, una veintena de plazas, dos puertas de entrada, seis museos, dos refugios antiaéreos aunque llegaron a haber cuatro, varias docenas de solares y salvo error u omisión, un quiosco.  

Pasé mi infancia en el barrio del Carmen, lo que significa, por aquellos años finales 70, jugar al fútbol en la calle, comprar cromos en el quiosco, escuchar al afilador los sábados por la mañana y acompañar a mi madre a un mercado Mossen Sorell que, más allá de las privilegiadas paradas bajo techo, se expandían, por las calles del entorno, los carros, todavía de madera, cargados de fruta y verdura. Pero no era todo idílico: la suciedad campaba a sus anchas y por aquellos finales de los 70 se respiraba un aire de decadencia. Muchas edificaciones abandonadas, colapsaban cadencialmente por el peso del tiempo y la desidia sin que nadie hiciera nada, generándose grandes bolsas de solares que, en parte, por increíble que parezca, todavía siguen ahí, como el dinosaurio del microrrelato. Prácticamente nadie iba en bicicleta y el coche era dueño y señor de calles y plazas como se aprecia en las fotografías que ilustran el excelente libro de Trinidad Simó, Valencia Centro Histórico, que siempre recomiendo, editado en 1983 por la Institución Alfonso el Magnánimo, con fotografías de Francesc Jarque.

Sólo cinco calles delimitan este amplio barrio: Serrans, Cavallers, Quart, Guillem de Castro, y Blanquerías. Todavía, me atrevo a afirmar, es el barrio con más personalidad del centro histórico, lo que ha dado lugar a que, de forma errónea, dé nombre, por extensión, a buena parte de Ciutat Vella. Sin embargo, hoy día no es el más turístico de los siete barrios que la componen puesto que el Mercat, la Seu o San Francesc se llevan la palma. Quizás por no poseer ninguno de los “grandes éxitos” para el turismo como son La Lonja, el mercado central o la Catedral. El Carmen junto a Velluters son los dos barrios que conservan, todavía, en algunas calles cierta esencia de lo que en otro tiempo fueron. Un barrio en el que se hablaba en el siglo XIX y parte del XX mayoritariamente el valenciano, y hasta hace relativamente pocos años, en las tórridas noches estivales todavía podía verse por la zona de las calles Ripalda y Sogueros al personal sacar las sillas “a la fresca”.

Urbanísticamente, hasta entrado el siglo XVIII el Carmen se parecía bien poco a lo que es hoy, siendo, quizás, por aquel tiempo una de las zonas intramuros con menos densidad de construcciones, y por tanto de población, ya que buena parte del mismo, concretamente toda la zona noroeste, que hoy la ocupan por la plaza Vicente Iborra y calles adyacentes, o el entorno del IVAM, beneficencia y Na Jordana estaba ocupado por alquerías y huertos urbanos, en este caso nunca mejor dicho, a los que llegaba el agua de la acequia de Na Rovella. Echar una mirada al plano de Tosca es lo más sencillo para que podamos percibir el ordenado vergel que debió ser aquella parte de la ciudad antigua. Otra peculiaridad es que buena parte del Carmen coincide con la que antes de la ocupación cristiana era la morería y la práctica totalidad de la muralla islámica levantada en el siglo XI tenía su recorrido por el barrio tal, a la vista de  los vestigios que han emergido y que todavía se resisten a desaparecer absorbidos por construcciones de siglos posteriores. Esperando estamos de que su recuperación y de que sea posible el acceso a los espacios que se han ido generando sea un hecho y no un proyecto, aunque me temo que el túnel es demasiado largo y si hay luz todavía no se adivina.

Una ruta entre muchas 

No es fácil trazar una ruta por estos barrios de fisionomía islámica. Podríamos haber elegido entrar por la plaza de Sant Jaume, bien por la calle Quart, Corona, plaza del Portal Nou o como lo vamos a hacer por la plaza dels Furs, es decir por las torres de Serrano. Cuando todavía existía la muralla, estas se cerraban dejando a quien hubiese llegado tarde durmiendo al raso “a la luna de València” junto al puente de Serranos, el segundo desde aguas arriba (el primero sería el de San José), que es uno de los dos que acceden directamente al barrio. Hay que decir que el origen de esta expresión no es totalmente pacífico aunque aquí no podía dejar de referirme a ella.

 Desde la plaza dels furs a la derecha comienza la serpenteante calle Roteros de irnos a la izquierda estaríamos en el Barrio de la Seu. El quilómetro cero, como se dice ahora, de los vestigios de la la muralla islámica lo encontramos en el horno Montaner, y así nos lo anuncian sus dueños por medio de una cartela “lienzo de la muralla islámica, S.XI”. A escasos metros  museo de las Rocas. Un espacio que causa asombro a quienes de fuera lo visitan, en el que se amontonan en un inverosímil orden perfectamente calculado las rocas o carros triunfales, gigantes y demás elementos móviles que son sacados para exhibirse en el Corpus valenciano. La calle Roteros siempre tiene vida, afortunadamente; vida mayoritariamente autóctona porque no está precisamente en la ruta del turismo masivo. Llegamos a la Plaza del Carmen. Uno tiene la sensación de hallarse lejos de la gran urbe: Iglesia de Santa Cruz, Casa Vella (hoy en obras), palacio de Pineda actual sede de la UIMP- al frente del cual se sitúa la escultura dedicada a Juan de Juanes obra de Mariano García Mas, escultor de la segunda mitad del siglo XIX- el  palacete academicista de Forcalló, construido en 1864, sede del Consell Valencià de Cultura y, como no, el convento del Carmen, joya patrimonial del barrio, cuyos valores artísticos exceden con mucho este artículo. La calle museo desemboca en la plaza de Pere Borrego donde tiene su estudio el arquitecto Ramón Esteve en un edificio de admirable sobriedad por la difícil capacidad para, sin dejar de ser hijo de su tiempo, a la vez mirar al futuro y no desdeñar el legado del pasado en un entorno que inevitablemente te condiciona y del que no puedes escapar. Todo ello sin traicionar el estilo de uno mismo. La cuadratura del círculo.

No tardamos en llegar a una bifurcación: a la derecha iniciaríamos la rectilínea calle Na jordana con toda esa hilera de viviendas levantadas como una unidad en 1850, sobre lo que fuera el huerto de Ensendra, y que según los urbanistas es la primera ocasión en que se construye ciudad a partir de un trazado y una tipología planificada con criterios racionales. Además, se puede afirmar que son los primeros edificios destinados a vivienda obrera en València; lo que llama la atención que estos se encontraran dentro de los muros de la ciudad y no en zonas periféricas de expansión industrial. Finaliza la calle en el siempre admirable IVAM levantado en el límite de la muralla. Por la estrecha acera que recorre la fachada exterior de la Beneficencia (Museo de Prehistoria y Etnología), llegamos al inicio de la calle Corona por donde accedemos de nuevo al interior del barrio. Tras pasar ante la iglesia neogótica de la Milagrosa, fundada por el Marqués de Campo para acoger a niños huérfanos; edificio de complejo diseño y perfecta ejecución que se debe al arquitecto José Camaña Laymón. La calle Corona serpentea ligeramente para llegar a la plaza de Mossén Sorell y a su mercado lo que me hace revivir otro recuerdo de infancia: ahora no puedo recordar el nombre de la histórica bodega de la esquina de la calle Corona con el mercado, sin embargo puedo perfectamente percibir del olor que los toneles de vino a granel transmitían por capilaridad al ambiente.

Llegados a este popular espacio vislumbro que es preciso un segundo capítulo porque el Carmen es mucho Carmen. La realidad es hoy engañosa porque todo el “decorado” se muestra más cuidado que nunca, aunque la vida vecinal empieza a brillar por su ausencia. Me lo decían este pasado jueves dos historiadores de Barcelona que suelen venir algunos días por estas fechas desde hace tiempo. Barcelona, en este sentido, ya la dan por perdida pero veían en València una fiel pupila de su mentora que progresaba adecuadamente año a año. Fue cuando les sugerí que visitaran unos barrios históricos periféricos de los que no habían oído hablar: Campanar, Benimaclet o Patraix. Dicho esto apuntaron sus nombres en su libreta antes de dirigirse a la mascletá.

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