VALÈNCIA. Delphine (Emmanuelle Seigner) es una escritora de éxito que acaba de publicar una novela muy comprometida en la que destapa algunos episodios íntimos de su familia. Para muchos es un ejercicio exhibicionista oportunista, para otros una necesidad catártica. En todo caso, el peso de la conciencia la atormenta. Además, se encuentra en fase de preparación de su nuevo libro y parece atascada en una crisis creativa. Un día, en una presentación literaria conoce a una mujer que ejerce una gran impresión en ella. Su nombre es Elle (Eva Green) y poco a poco irá entrando en su vida hasta intentar acapararla por completo.
Este es el punto de partida de Basada en hechos reales, la nueva película de Roman Polanski en la que el autor reutiliza buena parte de los temas que han ido apareciendo a lo largo de su carrera, que lo han definido como artista, como son las atmósferas turbias, enrarecidas y las relaciones enfermizas para adaptar un material ajeno como es la novela de Delphine de Vigan del mismo título.
En Basada en hechos reales, la autora francesa construía un retorcido mecanismo entre realidad y ficción, un juego de espejos alrededor de las reglas del thriller psicológico para reflexionar en torno a los límites de la creación y la manipulación que lleva implícito el oficio artístico a través del artefacto literario. Y de paso, hacía referencia a su anterior trabajo, “Nada se opone a la noche”, en el que destapaba los trastornos psiquiátricos que sufrió su progenitora en un ejercicio de autoficción demoledora.
Para llevar a cabo la adaptación literaria, Roman Polanski recurrió a Olivier Assayas, del que también pueden entreverse rasgos estilísticos de guion que aproximarían la película a ese concepto de serie B de lujo en el que se dinamitan las fronteras entre los géneros que ya practicó en películas fundamentales de su filmografía como Boarding Gate o Personal Shopper.
Y es que Basada en hechos reales se insertaría dentro de la línea del thriller noventero que practicaron en su momento De Palma o Verhoeven en una época donde existía un sentimiento más lúdico a la hora de acercarse a intrincadas ficciones en las que se ponía de manifiesto, por encima de todo, el virtuosismo estilístico de sus directores, su descaro y su capacidad para construir intrigas absorbentes protagonizadas por personajes retorcidos que escondían una doble cara. Eso no quiere decir que Basada en hechos reales sea una película pasada de moda, sino todo lo contrario, al igual que ocurría con Elle de Verhoeven, son dos películas que se insertan a la perfección dentro de la contemporaneidad y que revelan nuevas facetas de sus responsables.
Los juegos de espejos están muy presentes a lo largo de la nueva película de Polanski. Quizás por esa razón resulta tan importante el punto de vista que adopta la cámara a través del personaje de Delphine, que va transformando la perspectiva del espectador a través de su subjetividad. Y lejos de complicar la narración, Polanski consigue plasmar este retorcido mecanismo a través de una enorme transparencia y precisión compositiva.
El director utiliza todos los elementos que tiene a su alcance para desplegar un maquiavélico dispositivo de dominación y sumisión que termina desembocando en una metáfora en torno a las relaciones de poder (uno de los grandes temas de su filmografía, ya sea a través de la intimidad sexual, como ocurre en Lunas de hiel o derivadas de un trauma de carácter socio histórico político, como en La muerte y la doncella). Delphine y Elle irán contaminándose la una a la otra, ejerciendo un influjo malsano. Poco a poco se verán atrapadas en una tela de araña hasta que su identidad corra el peligro de desaparecer.
Un proceso de vampirización progresiva dividido en tres actos (seducción, depresión y traición) que irá evidenciando los trastornos psicológicos de unos personajes que necesitan extraer de los demás la materia esencial para seguir existiendo. ¿No son en realidad los artistas vampiros de la realidad? Esa es la idea.
Puede que sea la película más Hitchock de Roman Polanski. Pero también es 100% Polanski. Qué bien sabe manejar el director ese espacio a medio camino entre la sugestión, el deseo y la atracción malsana. Esa atmósfera viciada que poco a poco va encerrando a las dos protagonistas hasta atraparlas en un espacio claustrofóbico que las enfrenta a sus inseguridades y torturas internas.
También es capaz Polanski de sumergirnos en un lugar mental en el que se confunde lo real y lo imaginario, lo que es verdad y lo que no. Nos engaña con los elementos prototípicos de la intriga criminal para evidenciar el peso de las apariencias en las expectativas del espectador como participante activo de esa morbosa espiral de locura y muerte. Y todo ese relato de misterio funciona con una precisión y una rapidez milimétrica. A veces incluso demasiado acelerada, otras un tanto subrayada por culpa de la interpretación de una sobreactuada Eva Green. Pero ahí está la mano de Polanski detrás de cada plano para recordarnos que es un maestro del suspense, de la creación de intrigas en las que la ficción termina superando a cualquier realidad y que es él quien mueve los hilos.