A escala entre Canadá y España, el guionista valenciano Juan Sepúlveda ha publicado recientemente 'El Violeta'. Ubicada en plena dictadura, la novela gráfica muestra cómo muchos hombres homosexuales fueron apaleados y detenidos por ser considerados como "peligrosos". Sin embargo, el futuro de cada uno de ellos corría a cargo de su estatus social
VALÈNCIA. Una sociedad “católica, apostólica y romana”; así debía de ser la España de los años 50. Franco anhelaba, con la dictadura, regir sobre un país uniforme donde, aunque no se promovía la raza aria como tal, no había cabida para personas homosexuales, bisexuales o mucho menos transexuales. El canon de familia tradicional mandaba y todo lo que quedaba fuera de esta corría poca suerte. Con ello, amparado bajo la Ley de Vagos y Maleantes -la cual fue aprobada en 1933 por la II República para tratar con dureza los comportamientos “antisociales” de vagabundos, nómadas o proxenetas- Franco decidió en 1970 sustituir el antiguo documento por uno nuevo; la Ley de peligrosidad social, donde esta vez sí se obligaba a reprimir sin compasión la homosexualidad.
La primera vez que Juan Sepúlveda Sanchis topó con esta historia fue hace cerca de 15 años mientras veía un documental emitido por Canal 9, donde se recordaba a aquellas personas que fueron condenadas sin juicio en la antigua Modelo de València, bajo la ley de peligrosidad social. Los expresos de la cárcel contaban en él los horrores a los que se tuvieron que enfrentar detrás de los barrotes, especialmente los hombres homosexuales, quienes fueron enviados a un módulo especial. No obstante, el mayor testimonio para el guionista valenciano llegó cuando conoció a Antonio Ruiz, director de la asociación de Ex-Presos Sociales. Tras confesar a su familia su homosexualidad, Ruiz vivió en sus propias carnes la represión y la violencia del régimen, debido a que una monja acabó denunciándole y la policía lo mandó a la cárcel.
Desde aquí mismo parte, de hecho, el argumento de la novela gráfica El Violeta (2018, Editorial Drakul), ilustrada por la artista francesa Marina Cochet y guionizada a cuatro manos entre Sepúlveda y Antonio Mercero. Ubicada en la València de 1955, la obra narra la vida de Bruno, un joven de 18 años años que cae en una trampa tendida por la policía cuando estaba en el cine Ruzafa, uno de los lugares clandestinos más importantes de la ciudad. El protagonista es encarcelado después de que una monja le denunciara ante la policía.
Así mismo, uno de los puntos más interesantes del cómic recae en cómo, una vez encarcelados, los detenidos corrían distintas suertes según su estatus social. “Podían acabar en la cárcel sin un juicio ni defensa, en función de la situación económica de cada persona”, indica Sepúlveda. Por ello, aunque Bruno sufrió la violencia y las ínfimas condiciones higiénicas y alimentarias que había en las cárceles, su estancia tan solo duró un par de días gracias a la potestad de su padre. A partir de ese momento, el protagonista de la novela empieza a adentrarse en una vida que nada tiene que ver con lo que él quería: se casa con una mujer, se convierte en uno de esos policías que organizan batidas y es padre de un hijo mucho más valiente que él. Por su parte, su pareja -de clase más baja- es enviada al campo de concentración de Tefía, en Fuerteventura, uno de los lugares más atroces que el franquismo inventó.
“Lo llamaban la colonia penitenciaria agrícola y era presentada como un sistema de reeducación, a pesar de que era un campo de concentración en toda regla y la reeducación era a base de golpes. Allí, los homosexuales presos eran sometidos a trabajos forzados en canteras donde se los mataba de hambre, sometidos además bajo las altas temperaturas que se alcanzaban en Las Palmas. Entre la comida ínfima que tenían, las nulas condiciones higiénicas que había y las horas que trabajaban, se producía un cóctel del que muy pocos podían sobrevivir”, señala el guionista. En efecto, era tal el infierno que muchos hombres fueron asesinados hasta por razones disparatadas como no poder hacer del desierto un huerto. Y quienes sobrevivían no esperaban un futuro mucho mejor: “No tenían ninguna posibilidad de desarrollarse como personas, porque una vez pasaban por las cárceles de “reeducación”, sus antecedentes penales les impedían encontrar trabajo. Muchos acababan en la prostitución o en actividades ilegales, ya que no tenían otra forma de salir adelante…es como la pescadilla que se muerde la cola, no había posible integración lógica. Además, se les desterraba de su ciudad y provincia, convirtiéndose en apestados sociales, sin familia ni futuro”, detalla Sepúlveda.
Pero, y ¿qué hacía la sociedad ante estas atrocidades? Otro de los puntos claves de El Violeta es cómo la represión a los homosexuales quedaba en un lugar oscuro que nadie podía ver o nadie quería tratar de comprender. El ejemplo más evidente es su familia, quienes en todo momento tratan de emparejarlo con otras mujeres, o su propio padre quien tilda su homosexualidad de una falta de cariño durante la infancia. “Las normas sociales pueden más que la felicidad, por ello muchas veces las personas acaban haciendo lo que se espera que hagan. Bruno no es un rebelde como su pareja, él va dejando que la sociedad le reeduque y le convierta porque quiere reintegrarse en la sociedad. Aun así, el querer ser “normal” le lleva a la más absoluta infelicidad, ya que se ve formando parte de lo que es el enemigo para él y casado con una mujer. Cuando tiendes a encajar o agradar, te puedes meter en un problema de difícil solución”.
El cine de Ruzafa, la estación de autobuses- otro de los lugares clandestinos para los homosexuales-, la Albufera o la antigua Capitanía General de València, todos han sido plasmados en el cómic gracias a las imágenes de la época. Igualmente, Juan Sepúlveda viajó hasta Tefía para poder obtener fotografías con las que ilustrar, de la manera más fiel posible, los horrores de la época. “Muy poca gente conoce lo que realmente sucedió con el franquismo. De hecho, casi nadie sabe que había un campo de concentración exclusivo para homosexuales, y si viajas hasta Tefía podrás ver un albergue y una placa conmemorativa, pero nada más. Es interesante hasta para la propia gente del colectivo LGTBI conocer lo mal que estaban las cosas hace poco más de treinta años, para comprender lo importante que es pelear por unos derechos siempre mejores”, manifiesta el autor.
No es de extrañar, pues, que la naturaleza de la obra se alce con una denuncia al oscurantismo que ha habido hacía uno de los colectivos “más olvidados y dañados” de la dictadura. “Ningún gobierno ha querido reconocer y hablar de lo que pasó, sabiendo lo importante que es conocer bien la historia para no volver a repetirla”, añade Sepúlveda. Además de las trampas, la caza a los hombres homosexuales vino por parte de personas particulares que ponían sus propias denuncias. De este modo, el horror se extendió de punta a punta del país, convirtiendo a estas personas en el “blanco” de muchas atrocidades.
El Violeta será presentado en Valencia el 2 de noviembre, de 19:00 a 20:00 horas, en la librería Greyhskull. Así mismo, la obra, según ha comunicado el autor valenciano, pasará en enero por un comité de la televisión española para valorar su adaptación al cine.