VALÈNCIA.- Hace pocos días acabé comunioneando con desconocidos en una masía con huerta, animales, niños, viento ventoso y un olor a boñiga de narices. No conocía a nadie, ni a mi hija, que pululaba poseída por ese encuentro con amigas churrigrotesco y satánico. Así que para integrarme tuve que tirar de simpa, de tías y de madres, que seguro las habría separadas y con ganas de confesarse. Y triunfé. Acabé con un tipo que a resultas era médico forense en un juzgado. Pim pam pum, le dediqué tiempo e indiscreción para que me contara. En cualquier momento lo requerirían para levantar un cadáver y eso acrecentó mi curiosidad. Me cantó que lo más jodido era la temporada de verano, piscinas llenas de niños; la droga que no entiende de clases sociales; que los abuelos están muy solos, y que el alcohol es lo peor y destroza familias y personas.
Soy un tipo raro porque no bebo alcohol. No entiendo los beneficios del etanol, más allá de la higiene en urinarios. Nadie en mi entorno mejora cuando bebe. Ninguno. Ojalá tuviera algún Beethoven, Hendrix, Byron, Poe, Bukowski, Gauguin, Tesla o Welles entre mis amigos. Leo en prensa que a los chorizacos les va más el gimnasio, la uva y la coca. La cola es mi único vicio, ya ves. Vicio, a nadie le gusta la primera vez que lo prueba. Entonces, ¿por qué insistimos hasta engancharnos? Sí, debe ser eso de la desinhibición, la seguridad, la ansiedad o las relaciones sociales. Tengo amigos que pasaron de la leche al güisqui y lo pasaron mal. A base de insistencia consiguieron engancharse sin echar de menos su época lechendurria. Desde entonces no han parado de mamar y joderme con su proselitismo alcohólico, porque a nadie le gusta beber solo. ¡¡¡Serán gilipollas!!! Eso de la desinhibición —y etcétera— me suena a enfermedad capitalista. Imagino que cada uno tiene motivos para revolcarse en su charco particular.
¿Y qué decir de la cerveza? Si te gusta lo amargo, los aromas y la espuma más o menos consistente, ¿por qué no pruebas con la lluvia dorada? Sí, con sus matices ambarinos y rojizos de tomate, de espárrago, rica en sodio y en potasio. Vale, lo sé, al principio da cosa, pero seguro que, como los vicios, te acabará gustando, y además jodes con alegre desinhibición.
Llevo años pagando cenorras y comilonas a escote, donde se ha pimplado más vino marca ‘la chorra que te la clavo’ que comida. Porque de pronto te ves rodeado de expertos a los que les preocupan los taninos, los polifenoles y los flavonoides afrutados de roble francés del bosque de donde la vulva de tu santa madre. ¡¡¡Pero si hace nada eras incapaz de distinguir un flaggolosina caliente de un condón usado, sinvergüenza!!!
Y desde hace algún tiempo tenemos eso de los llintonics. Alguna vez leí que el placer no se encuentra solo en el destino sino también en el camino... ¡¡¡Toma liturgia comunionera!!! Vaso de boca ancha y bien frío; cargadito de hielo; chorrín de ginebra; un remezclo de cítricos, semillacas, pepino y nabo ya morcillón; la tónica, de forma suave, que no rompa la burbuja. Espera treinta segundos pa que se fusionen los ingredientes. Y ya te pues ir a cagar, pijoflauta.
A mi amigo Rafa Villalba le regalé una botella de vino que me habían regalado (a la próxima regálame un libro) y me dijo: «te recordaré mientras beba».
Magistral.
* Esta opinión se publicó originalmente en el número 44 (junio) de la revista Plaza