VALÈNCIA. Actriz, performer, cantante. Transgresora por naturaleza, Begoña Kanekalon fue uno de los personajes que dejó huella en la València de mediados de los ochenta y principios de los noventa.
La historia de la València alternativa de los ochenta y los noventa contiene muchos nombres femeninos. Salvo los casos obvios, muchos son susceptibles de terminar olvidados cuando llega el momento de hacer inventario. Sólo con que las camareras de todos esos locales hablaran, la historia que ya se está convirtiendo en oficial cambiaría bastante. Puesto que tuvieron que aguantarnos a todos –compañeros, artistas, clientes, jefes- borrachos, pesados, sobones, babosos o simplemente ciegos, qué menos que contar que estaban ahí haciendo una labor que también fue importante. No deberían quedar en el olvido cuando se rememoran aquellos maravillosos años. Un tiempo en el que València, fundamentalmente, se lo pasó muy bien, y de paso, aportó un legado cultural (nunca superior ni de lejos al de Madrid, sólo basta con hacer inventario) a la década que hizo que jóvenes y adultos intentaran zafarse de la losa de los años franquistas viviendo y disfrutando sin miedo.
Uno de los personajes más reivindicables de aquella época, responde al nombre de Begoña Kanekalón. La conocí en la primera fiesta que Jorge Albi organizó en Barraca, en la primavera de 1985. El fiestorro aún no llevaba el nombre de “La conjura de las danzas”; todavía andábamos los dos haciendo radio en la InterValencia que dirigió Esteban Leivas. Aquella fue una idea promovida por Jorge, que encontró en el dj de Barraca, Carlos Simó, al cómplice perfecto. Dicha alianza creativa fructificó unos meses después con la apertura de Barracabar y generó las posteriores fiestas de, ahora sí, “La conjura...” Begoña debió llegar a esa pequeña locura de la mano de Simó o del propio Albi, que es de Alicante como ella. En aquella fiesta actuó Putreplastic, un grupo que llevaba el teatro al área de la performance y así fue como supe del talento de Begoña. A partir de entonces y durante los años siguientes nos vimos a menudo e incluso llegamos a trabajar juntos.
En 1985, no había nadie como Begoña. Putreplastic, con sus agresivas puestas en escena, fueron su tarjeta de presentación en València. En Alicante ya había roto unos cuantos esquemas actuando en El Forat de la Tía Quica, local que bien merece un recuerdo. Hizo coros con Muzak, grupo surgido de los inolvidables Todo Todo. Con ellos la vimos, rapada al cero, actuando en el plató de La Edad de Oro en un especial dedicado a Alicante que se emitió en el verano de 1983. Cuando le pregunto cómo eligió su nombre artístico, Begoña me explica esto: “Trabajaba como modelo de peluquería y me hacía de todo en la cabeza. Me encantaban las pelucas que me daban la opción de transformarme en mujeres diferentes. Entonces llegó a mis manos una partida de pelucas de los años setenta y en la etiqueta decía: “Tiene en sus manos una peluca de auténtica fibra de kanekalon” ¡Me pareció lo más!: El kanekalon era primo hermano del nailon y yo estaba buscando un nombre artístico que me definiera. Me puse Kanekalon como nombre, pero la gente lo usaba como apellido”. Cuando empezó a trabajar como camarera en Brillante, Begoña ya era conocida por sus apariciones en La Marxa. “Me gustaba el arte y quería experimentar, mezclar, romper esquemas. Mi hermano era licenciado en Bellas Artes; tuve muchos pigmaliones que me enseñaron de teatro, cine, música…Yo era una esponja y tenía la necesidad de expresar todo eso. Mis referencias eran muy gays y de ahí surgió también mi transformismo”.
Begoña hacía cabaret con canciones de Velvet Underground y Marilyn Monroe. Rompía con la tradición clásica del género. Lo empujó a que se encontrara con manifestaciones que no le eran en absoluto ajenas, en una época en la que Virgin Prunes y Bauhaus teñían de negro gótico el discurso de Ziggy Stardust. La Kanekalon tenía también ese componente mediterráneo, festivo, destarifado que la hacía distinta a todo incluso cuando se vestía de dominatriz o se ponía un corsé de cuero. Lejos de ser una artista unidimensional, abarcó muchos mundos. Posó para Ouka Lele con ropa de Pedrín Errando, presentó una línea bisutería en la Pasarela Cibeles, fue modelo de Valentín Herráiz. Su versatilidad hizo que acabara formando parte de Bongos Atómicos, grupo creado por Rafa Villalba y Alberto Tarín en la segunda mitad de los ochenta y en el cual yo estuve involucrado ejerciendo funciones extramusicales. Begoña era la vocalista del grupo junto con Rosa Elena Sanjuán. Actuaron pocas veces pero cada vez que lo hicieron, Begoña se comía el escenario. El modisto Chaume diseñó la ropa del grupo y envolvió a las vocalistas con ornamentos de silicona. Así salieron a actuar en el programa matinal de Jesús Hermida, en sus comparecencias promocionales para los 40 Principales y en una actuación –la última de su breve historia- en Barraca, en 1988.
No existe local de la València de aquellos años en el que Begoña no haya trabajado haciendo cabaret, poniendo copas o ejerciendo de gogó. Ku Manises, Continental, Chocolate, Puzzle, Tropical, Teatro, Arena, ACTV… Pasó un verano en el Pachá de Ibiza y en 1990 se fue a Londres con una compañía dedicada a la performance. Los jueves por la noche actuaba en Hippodrome, una de las salas de moda en aquel momento. Allí fue donde la vio Prince. “Organizaron en la sala el aftershow de la gira Nude. Durante el descanso subí a su reservado y le lancé un beso desde la barrera de seguridad. Poco después sus guardaespaldas me escoltaron hasta la pista y bailé para él”. A su regreso a València, Begoña grabó una versión de Dolores Vargas “La Terremoto” con Las Máquinas y salió al escenario con ellos en uno de los memorables conciertos del grupo, en la sala Roxy en 1996. Después de trasladarse a Barcelona, decidió olvidarse de las actuaciones y la noche. “Todo se había devaluado mucho. Salían gogós y animadoras jóvenes de debajo de las piedras. Las tarifas empezaron a bajar y era difícil vivir en una ciudad tan cara. Estaba preparada para empezar a hacer otras cosas que me llenaran más”.
Ella, que tiene muchas fotos que colgar y bastantes historias que contar, prefiere mantenerse al margen de las redes sociales. Esto la mantiene al margen de este revisionismo de la edad de oro de la noche valenciana de la que ella formó parte. No se ha quedado anclada en el pasado, pero al rememorar aquellos tiempos, ciertas ideas las tiene muy claras. “Siendo mujer e independiente tenía que pelear mucho para hacerme valer. Si no había nadie que me representara, entonces también tenía que ser mi propia representante. En un mundo liderado por hombres y donde el público masculino era el que miraba y pagaba, era complicado que no confundieran el mensaje. La mirada gay era muy importante. Abarcaba mucho y era muy culta. Sabía ver y valorar ciertas cosas más allá del maquillaje, la peluca o el tanga”. Actualmente, Begoña sigue viviendo en Barcelona. Trabaja para una empresa de moda y, en sus ratos libres, canta con un grupo de góspel.