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el interior de las cosas / OPINIÓN

Berlanga, aquel hombre de Mehari

26/09/2022 - 

Mientras escribo este artículo el espacio está invadido por el aroma de un sofrito de gambas y de sepia. Aromas que inspiran. Delicioso. Mis patios interiores han recobrado la vida plena. Una experiencia inigualable en las mañanas de un domingo en el que, por fin, no se precisan los ventiladores. Mientras escribo, la radio transmite una realidad demoledora. Asfixiante. No se encuentra la salida a este túnel oscuro, a este mundo descabellado.

El pasado viernes, se presentó en Orpesa el documental Berlanga, l’home del mehari. La lluvia obligó a trasladar el acto a un sitio cubierto. Una presentación tremendamente emotiva, que recorre la evolución de un bello pueblo marinero que ha transitado anímicamente hasta lo que hoy es el duro y crudo relato de una Marina d'Or predominante. Las entrevistas a vecinas y vecinos de Orpesa componen un universo excepcional, la memoria viva de lo que eran los municipios costeros. La misma memoria que ha sentenciado el gravísimo y depredador urbanismo destruyendo el mejor patrimonio natural.

Este documental, magnífico, está dirigido por Vicente J. Gavara, con la imagen y sonido directo de Raül Julve, la música, bellísima, de Pere Safont, la postproducción de imagen y sonido de Óscar Pérez, y el auxiliar de imagen y sonido en Londres, Alex Phillips. La película, documental, no cuenta con ninguna ayuda exterior, ni de instituciones o subvenciones. Solo con el apoyo de la concejalía de Cultura de Orpesa, con el entusiasmo de su responsable Gonçal Tamborero. El objetivo era conmemorar a un vecino ilustre, muy querido, en el contexto del tan traído y llevado Año Berlanga desde València. Cien años desde su nacimiento como ilustre valenciano, pero mucho más vecino de Orpesa. 

Este documental es absolutamente esencial para entender a la persona y al director Berlanga desde los años cincuenta a los noventa del pasado siglo. Casi toda una vida. Tuve la inmensa suerte de conocerle, estimarle y compartirlo entre los ochenta y noventa. Nunca olvidaré aquel verano de los ochenta en los que compartí con mi familia el alquiler de un apartamento en Orpesa. Mi añorado padre se estremeció el día que conoció a Berlanga, el referente de un cine español que toreaba magistralmente la censura. Mi padre, militar de farmacia, pastor en sus orígenes, sintió un orgullo pleno. Seguía sus películas y entendía todos sus mensajes. Para él, El verdugo era su preferida. Porque Berlanga retrató a los más vulnerables, poniendo voz a los reprimidos e invisibles. Mi padre se emocionaba, y lloraba, con Los jueves, milagro, o Plácido. Y todos llorábamos en aquella casa, diminuta y sin calefacción, de los años sesenta. La dictadura estremecía mucho, demasiado, y nuestro Berlanga supo entender a este país maltrecho y muy triste. Mi padre nos contagió el heroísmo de Berlanga, al que pudimos conocer en los ochenta del pasado siglo.

La dictadura estremecía mucho, demasiado, y nuestro Berlanga supo entender a este país maltrecho y muy triste. Mi padre nos contagió el heroismo de berlanga 

Como mi padre, en aquellos tiempos había miles de centenares de personas que lloraban a escondidas. Muchos años después, recuerdo, le comenté a Luis García Berlanga que mi padre, militar de farmacia y pastor, le adoraba como medio de expresión y liberación de una dictadura insoportable, que sus películas abrían grandes alamedas para la libertad. El cineasta, en aquel bello y único pinar marítimo que rodeaba su casa en Orpesa, no contestó. Su único gesto fue revolverse con las manos su destartalado cabello blanco, y sus ojos marinos se apagaron. Lo dijo todo.

El documental Berlanga, l’home del mehari nos recuerda todo aquello que hemos perdido los pueblos con identidad, carácter, estima, convivencia. Aquello que podría haberse gestionado mejor, evitando el urbanismo depredador ante el que ha sucumbido nuestra costa, un paisaje paradisíaco que nunca debió desaparecer. Y el tiempo ha ido dando la razón. Ya no hay lucha para combatir el turismo invasor, para una masificación que, hoy, no sirve para nada. Nos hemos cargado lo mejor de nuestras costas para nada. 

Ilustración: Patty Maher

Es deprimente este maldito devenir. Desde la memoria hasta la conciencia presente. Tras visionar el documental sobre Luis García Berlanga, es preciso incorporar a esos principios y valores a mi muy añorado amigo, el abogado castellonense Enrique Armengot. Con él y con Berlanga, organizamos un comando afectivo para luchar contra la urbanización de la albufera de Orpesa, un enorme marjal que se convirtió en lo que hoy es Marina d'Or. Teníamos documentación, luchamos hasta el último momento. No sirvió para nada. Muy tremendo aquello que vivimos y sufrimos. Pero, hoy, el tiempo ha dado la razón.

La vida de Berlanga en Orpesa compone una buena metáfora de lo que era, y hubiera podido ser, el desarrollo turístico de un pueblo, que era bellísimo, de la costa castellonense. Pero, como en la película El verdugo, no hay opciones, acabamos siendo esclavos de una realidad no deseada. La dignidad, quizás, no hubiera permitido llenar los municipios costeros de tanto despropósito. Hoy, serían los pueblos más bellos, sostenibles y amados del Mediterráneo. Pero la dignidad nunca ganó esta contienda, ha sido silenciada durante demasiado tiempo.

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