VALÈNCIA. Pueden decir una y mil veces que el Mediterráneo es una sopa, que eso no se lo debe tomar mal nadie. Gracias a ese detalle no hay surferos en sus costas, los horteras de la playa por antonomasia, una moda salida de la pueril California, que ha inundado de domingueros y cantamañanas las playas de todo el mundo. Es mejor una costa sin surferos que con ellos, créanme, pero a veces uno debe desprenderse de sus prestigios y tratar de entender. Sobre todo si los surferos son africanos, como en este caso.
Un documental sobre surf africano es una interesante premisa a priori. En la costa oeste africana han pasado muchos fenómenos dignos de interés y muy poco divulgados, como la llegada del boogaloo, música latina, a sus hoteles y sus orquestas, lo que dio lugar en los 70 a una música más mestiza que un perro callejero absolutamente deliciosa. Hay mucha enjundia en esas tierras.
Sin embargo, Beyond: An African Surf Documentary de Mario Hainzl es un documental de un cartón piedra que asusta. Las imágenes son espectaculares, por la belleza de los parajes, no por sí mismas, pero como película no logra contar prácticamente nada que merezca tener al surf como nexo común.
Cuento de hadas
Su equipo recorre la costa desde Ceuta hasta Dakar en busca del surf y solo lo encuentra al final. Habla con un chaval que cuenta que un día le dijo a sus padres que no quería ir más a la escuela para perfeccionar su surf, que es lo que le daba la vida. Los padres del senegalés se enfadaron y le echaron de casa. Porque, le dijeron, "el surf no es ningún trabajo". El chico vivió en la calle, siguió surfeando y un día se apareció su salvador. Era un promotor que buscaba a un surfero negro para vender tablas, para ampliar mercado. Le cogió, le hizo un contrato y se lo llevó a surfear por el mundo. Sus padres se quedaron alucinados. El cazatalentos dice que no puede ayudar a todos los niños del mundo, pero que vio en este que si le ayudaba podría llegar a algo.
Ver el mundo sin visado
Pero el resto de chavales africanos que entrevista el documental por todos los países que visita tiene un denominador común bastante claro: Todos sueñan con un mundo sin la pesadilla de los visados. Los jóvenes marroquíes sueñan con poder viajar a España y ver sus playas, al menos los que salen. Dicen que con que les dejasen unos pocos días para ver lo que hay, les bastaba, que tampoco es que se quieran quedar. Otro sueña con poder ir a California a sacar fotos a sus playas. También lo tiene complicado.
Más adelante, busca personajes extravagantes por la zona, que casualmente son occidentales. Aparece una pareja que vive en el Sáhara en una autocaravana. El Ministerio de Exteriores alemán no recomienda estar ahí, dice el hombre muy ufano. Las advertencias del servicio de exteriores germano van por que puede estallar una guerra en cualquier momento. De hecho, el lugar está minado, explica el entrevistado. Y poca broma con estas cosas, la pareja de ciclistas asesinada por islamistas recientemente estaba en un lugar, en teoría, más seguro. Tayikistán era para el servicio exterior estadounidense un país de los menos problemáticos que se pueden visitar, pese a que el sensacionalismo haya vendido la noticia como lo ha hecho, insultando a dos víctimas del terrorismo.
Este señor entrevistado es suizo, en su país era matemático. Se vino de vacaciones hace 35 años y decidió no volver más. Su pareja es madrileña, se enamoraron, graciosamente, durante un partido de la selección española y ahí están, en el desierto, tomando café y surfeando cuando pueden. Antes de presentarlos, el documentalista entabla conversación con un nómada del desierto. Uno real, por lo visto, que le dice que ya no hay nómadas, son todos "made in Taiwán", expresa, para que les vean los turistas. Han olvidado sus tradiciones y la plenitud de dormir al raso mirado las estrellas.
En Marruecos al menos se muestra que hay muchos turistas que van a surfear a lugares como Taghazout. Conocemos a uno que también parece que se ha quedado allí y nos obsequia con genuinas idioteces como "el surfero comparte el amor con una mujer y cuando se cansa lo comparte con las olas". En Mauritania aparecen unos chavales, oriundos, que no hacen surf, pero les gusta el BMX. No adornan con mística su afición y encima tienen que soportar que la gente se ría de sus bicicletas pequeñitas.
El proyecto está dentro de una especie de revista o productora de viajes, Nomad Earth. El origen estaba en una película semejante, con el mismo tema, pero sobre el surf en la costa occidental europea que fue bastante exitoso, Old young sea. "El surf puede atraer a las personas para que les muestren algo que de otra manera no verían", sostiene el autor, que ha rodado la segunda parte en África.
No obstante, en una entrevista en una revista austriaca, Hainzl, daba una explicación más coherente del porqué de este vídeo. Aseguraba que el surf en África no es un entretenimiento banal. Dice que para los que lo hacen es una forma de mantener contacto con el exterior. "Un punto de entrada de la cultura extranjera para los locales". Lo que supondría para ellos, además de un cambio de vestimenta, asumir otros valores y enfrentarse a conflictos generacionales. A continuación, se quejaba de que por culpa del Islam la gente no tenía ganas de ser filmada y no se atrevió a meterse en lugares públicos, pero en eso no indaga mucho, desgraciadamente. Porque indagar, lo que se dice indagar, no es precisamente uno de los logros de esta película documental.