Llego a la Calle Libertad con un cuaderno lleno de notas y una mochila repleta de experiencias. También con las ganas intactas de seguir exponiendo ideas y contando historias. Será un placer compartirlas con los lectores de Valencia Plaza.
Me gustaría que mi cita con vosotros tratara de opinión pública, de actualidad política y de reflexiones filosóficas… más o menos, porque, aquí, la libertad es un género en sí misma. Sí tengo claro que, lo que no encontraréis por aquí, será el programa de un partido político o un decálogo de propuestas. Mi intención es conversar con los lectores, desde el respeto por las diferentes opiniones y la voluntad de entendimiento, sobre el mundo de las ideas.
Hace años, en una entrevista para la prensa color salmón, me preguntaron si me consideraba una persona de derechas o de izquierdas. La cosa me llamó la atención, no tanto por la pregunta (que también), sino por la respuesta que me salió de forma espontánea: “Yo soy libre y quiero seguir siéndolo, voto a quien defienda la libertad por encima de todas las cosas”. En ese momento, en aquella entrevista, me di cuenta de que me encontraba en una suerte de indefinición ideológica con respecto a los cánones tradicionales. Puede que, para mucha gente, pensar así equivalga a no saber lo que uno es. ¿Hay que ser roja o facha? ¿Progresista o conservadora? ¿De verdad hay que elegir entre papá y mamá? Seguro que alguna vez te han hecho (te has hecho) estas preguntas.
Poco tiempo después, comprendí que esa indefinición, lejos de ser ningún trauma, se trata más bien de algo de lo que sentirse orgullosa. Llegó a mis manos La rebelión de las masas de Ortega y Gasset para iluminarme: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”.
Con esta sentencia, Ortega lanzaba una crítica a las personas que, definiéndose dentro de la derecha o la izquierda políticamente hablando, eran incapaces de pensar de una forma amplia, más allá de su ideología. Y yo descubrí el centro, que equivale al punto desde el que articular un gran angular de las ideologías.
Pero, ¿qué es el centro ideológico? No, no es el punto justo de equidistancia entre la izquierda y la derecha. El centro es, más bien, ese espacio ideológico caracterizado por una mentalidad abierta y una perspectiva panorámica, por la capacidad de entendimiento, la racionalidad, la sensibilidad social y el compromiso congruente con la igualdad y la libertad de todos los individuos.
Mi abuela –que en paz descanse– diría de mí que soy “una chica moderna”, pero tener la mente abierta es la bomba. Es lo contrario a tener prejuicios, a seguir el estereotipo y a copiar el cliché. La mente abierta es propia de personas que se distancian de hábitos autoritarios y que son impermeables a los populismos, de personas que confeccionan políticas con un único fin: dar solución a los problemas reales de los ciudadanos por encima de si esta medida o aquella otra procede de una orilla ideológica o de otra. Si es bueno para los ciudadanos, hágase.
En definitiva, tener la mente abierta es superar el pensamiento bipolar e ir más allá. Tender puentes y avanzar desde el diálogo y los consensos. Estrechar lazos obviando los bandos, porque lo que de verdad ha de perseguirse no es el poder por el poder, sino el bienestar de los ciudadanos. Mejorar la vida de la gente, basar las decisiones en una capacidad profesional y de gestión acreditadas, hacer políticas equilibradas, reformistas, moderadas, realistas y de integración. Eso es el centro.
Así que, aunque yo también acabo de llegar, os doy la bienvenida a la Calle Libertad. Una calle que está en pleno centro. Una calle donde podemos ir a tomar café (con mascarilla y distancia de seguridad) para hablar de los asuntos más diversos.
Juntos iremos descubriendo las ventajas de vivir en el centro, de cruzarnos con personas de todo tipo, de estar abiertos a cualquier tipo de debate. Porque, vecinos, todo el mundo pasa por el centro. Y también por esta calle Libertad pasará (casi) todo.
Seguro que lo pasaremos bien.