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EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV

Bill Hicks, el comediante que se burlaba de George Bush padre y acabó censurado

La tierra de la libertad, paradójicamente, nunca ha sido un lugar muy confortable para los que cuestionaban el sistema con algo tan peligroso y violento como la palabra. Fue el caso de Bill Hicks, monologuista que abandonó la televisión tras ser censurado y tuvo que ser acogido por el público inglés, de hecho, es más recordado hoy en Gran Bretaña que en Estados Unidos. Sin embargo, sus chistes incómodos, procaces, duros y directos fueron la antesala de la generación de monologuistas actuales

24/06/2023 - 

VALÈNCIA. Cuando ves a un monologuista de hace treinta años sabes que muchos chistes van a haber caducado. Otros, sin embargo, se mantienen frescos y alguno que otro puede que haya recobrado cierto relieve. Me pasó el otro día viendo Revelations de Bill Hicks. El cómico se quejaba de que se dijese que ya había pasado mucho tiempo desde el asesinato de JFK y que ya no merecía la pena seguir insistiendo con el tema, que era agua pasada. Hicks se ponía serio y decía despacio: "¿Y entonces qué pasa con Jesucristo?". 

Sí, en un segundo conecté la Memoria Histórica, Vox, las procesiones, las iglesias y la misa de los domingos en La2; una conexión como un relámpago, y me partí de risa. La cuestión es que en 1993 no existía ni la memoria histórica -entre mi generación ahora tan revolucionaria muchos no sabían qué era la bandera tricolor-, ni Hicks se refería a España. Por eso que el chiste entrara como un guante treinta años después, en 2013, en otro país demuestra la calidad del humor del autor. Hicks no hablaba de su país, hablaba del género humano. Concretamente, del fenómeno que sufre cualquier movimiento político de no ver, estar completamente ciego y sordo, lo que no le conviene.  

Siguiendo con la televisión, había un diálogo en Horace and Pete, serie del defenestrado Louis CK, en el que se proponía un ejercicio a dos clientes de un bar que discutían por política. Les instaban a explicar qué es lo que querían, no lo que imputaban al otro. Entonces descubrían que ambos querían lo mismo. El truco del guión pasaba por alto lo que señalaba Hick, todos queremos más o menos lo mismo, en teoría, pero no vemos igual los atajos que se han tomado los nuestros para obtener el poder y supuestamente conseguirlo. 

Revelations, desgraciadamente, fue una de las últimas actuaciones de Hicks; desgraciadamente por partida doble, era también cuando había empezado a depurar su estilo, ser realmente procaz e ir contra el sistema. Visto lo visto hoy, sus invectivas actualmente podrían parecer inofensivas, algunas incluso de un demagogo subido, pero para mucha gente en los Estados Unidos de aquella época fueron importantes. Encontraban alguien que ponía palabras a su forma de pensar, la cual nunca habían tenido delante expresada de forma descarnada en un medio tan poderoso como la televisión. 

Ataviado con un sombrero y abrigo largo, además de un mullet, estaba bastante claro que Hicks era natural del sur de Estados Unidos. Sin embargo, su valor no estaba en que expresaba un humor típico del lugar, sino al revés. Había crecido rodeado de fanáticos religiosos y lo que mostraba en realidad era un humor propio de una represión exclusiva. Otros, crecidos en lugares más amables con la diferencia, no golpeaban con los puños tan bien dirigidos. 

De hecho, tuvo numerosos problemas en Estados Unidos con la censura, por lo que abandonó la televisión y tuvo que protegerle el público inglés. Revelations es una actuación en Londres. Puede que los chistes sobre venta de armas y la primera guerra de Irak hoy no vayan muy lejos, pero los que hizo sobre música son otra dimensión. 

Hicks, por decirlo de algún modo, era un bohemio. Es decir, un consumidor habitual de alcohol y otras drogas. Murió de un cáncer de páncreas con solo 32 años. Cuando se pone a hablar de que solo los músicos que graban colocados merecen ser escuchados está haciendo unas bromas que hoy son humor negro. Humor triste. Entonces, entre veinteañeros la banalización de la droga era incluso revolucionaria en ciertos sentidos, pero treinta años después, sin necesidad de estigmatizar el consumo como los moralistas, sabemos que las consecuencias de la adicción o el hábito de consumo son muy negativas. No obstante, cuando se refería a los artistas que no se drogaban, los llamaba obedientes y simulaba cómo le hacían una felación a Satán. Concretamente, el chiste era sobre MC Hammer. 

Esa felación representada en mitad del escenario era una bestialidad. En 1993 eso estaba a años luz de cualquier cosa que pudiese hacerse. De hecho, la idea lleva a pensar en monólogos actuales, como el de Dave Chapelle, cuando representaba su masturbación en el salón de casa el día que se iban de compras su mujer y sus hijos, o Ali Wong, cuando decía que si tuviera un niñero, en lugar de niñera, que fuera obediente, rápido y limpio, le haría un beso negro poniendo la cara de Jack Nicholson en El Resplandor. Momentos todos ellos mágicos y no por las connotaciones sexuales, sino por las sociales que había tras los gestos. 

Wong hablaba del machismo, por ejemplo, ese chiste sobre el beso negro no era una provocación, sino un alegato feminista. Ocurre con todo lo que se puede leer entre líneas en los monologuistas procedentes de Estados Unidos. En Mohammed en Texas la explicación de que los estadounidenses no usan bidet, no era un chiste sobre caca, tenía mucho que ver con el prejuicio de superioridad que tiene una población sobre el resto del mundo y el consabido racismo de los cristianos blancos en ese país. Chappelle o Chris Rock no permiten que no esté presente la cuestión afroamericana en cualquiera de sus monólogos. Cuando hacen chistes contra lo woke se ve claramente que encuentran que sus problemas han sido de nuevo desplazados, subordinados.  

Hicks, en aquellos tiempos, lo tenía mucho peor para ponerse delante de esos poderes y mentalidades tan excluyentes. Se enfrentaba a unos mensajes lanzados desde arriba que eran mucho más robustos. La televisión dominaba el mundo de forma implacable y colaba ideas-fuerza simples y persistentes en todos los hogares. La contestación era realmente alternativa y tenía espacios restringidos para plantear las disidencias. Cuando él cogía el micrófono y hablaba de la manera en que lo hacía, estaba solo ante un tsunami, pero tuvo el valor de dirigir sus chistes contra la hipocresía. Quiso que su humor fuese incómodo y molesto. Al final, con algunas salvedades, lo que logró fue que sus actuaciones fuesen eternas. Hoy, cuando los movimientos políticos mediocres trazan estrategias oportunistas de miedo al otro, Hicks denunciaba sin tapujos ese miedo. Invitaba a vivir sin él. Un ejercicio incómodo, sobre todo para nosotros mismos, que quien más quien menos sabe acomodarse en esos miedos. Nada como ver hablar de ese tema, pero hace muchos años, para poder analizarlo hoy en perspectiva. En qué nos hemos convertido.

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