La celebración del Año Blasco no oculta la peculiar relación de amor-odio de las instituciones valencianas con uno de los novelistas españoles más famosos del siglo XX. Mientras su figura permanece inalterable en el extranjero y adorada por el público, en su tierra el reconocimiento se mueve entre la idolatría acrítica y la indiferencia
VALÈNCIA.-¿De verdad Blasco Ibáñez (València, 1867 - Menton, Francia, 1928) es recordado por la sociedad que le vio nacer? ¿Por qué entonces sigue enterrado en un nicho mientras su panteón está vacío? ¿Por qué su sarcófago, realizado por Benlliure, viaja de museo en museo? ¿Por qué no tiene espacio propio en la Biblioteca Valenciana? ¿Se creen los valencianos al novelista?
Institucionalmente así lo parece. 2017 ha sido designado por la Generalitat como Año Blasco con motivo del 150 aniversario de su nacimiento. Obras de teatro, exposiciones, congresos... aparentemente la vida cultural valenciana le toma como eje. Este mismo mes de octubre está previsto que se presente restaurado por primera vez su icónico retrato, pintado por su amigo Antonio Fillol, en un trabajo realizado por el Instituto Valenciano de Conservación y Restauración. En la Ciudad de la Luz de Alicante se realizó, los días 5 y 6 de octubre, un foro sobre el audiovisual bajo su paraguas, vinculando su figura al séptimo arte del cual él fue pionero. Y en el edificio del Museo de la Ciudad en València se celebrará del 25 al 27 un encuentro nacional de casas museos de España.
Sin embargo, la realidad de la recuperación del escritor habla de hechos superficiales y poca concreción. Excepción hecha de la digitalización de su obra por parte de la Biblioteca Valenciana, y de los inevitables y encomiables trabajos universitarios, el legado del novelista se mueve entre el conocimiento epidérmico de su figura y la desvirtuación. Convertido en poco más que un fenómeno local, la puesta en marcha del Año Blasco ha sido vista por algunos como una nueva ocasión perdida de reivindicar la dimensión internacional del escritor.
En cierto modo, recuerda, y mucho, a los actos del Año Blasco de 1998, impulsados por el difunto Manuel Tarancón cuando era presidente de la Diputación de Valencia. Las exposiciones, ciclos y conferencias deberían haber dado paso a un reconocimiento permanente en el Monasterio de San Miguel de los Reyes, donde tendría que habérsele dedicado una sala al autor de La Barraca. Sin embargo, tras la muerte del político en 2004 la idea fue olvidada por la administración autonómica. De eso hace casi tres lustros.
*Lea el artículo completo en el número de octubre de la revista Plaza
¿Era ahora la ocasión? Así lo piensa por ejemplo la que fuera directora de la Casa Museo Blasco Ibáñez desde 2009 hasta este año, la escritora Rosa María Rodríguez Magda, quien lamenta que al final el Año Blasco vaya a ser más un gesto que un hecho. «Se ha vuelto a perder la oportunidad de darle una dimensión nacional e internacional. Era una celebración a la que se deberían haber sumado el Ministerio de Cultura, los institutos Cervantes, Francia... Era una ocasión para haber realizado actos simbólicos, como colocar una placa en el sitio en el que vivía en París...», dice a modo de ejemplo.
La precariedad económica en la que vive la Generalitat se ha traducido en una ausencia de fondos para las celebraciones que ha hecho que varios de los actos centrales del Año Blasco se hayan realizado desde la voluntariedad. Así, la mayoría de los ponentes del congreso del audiovisual de Alicante (del 5 al 7 de octubre) no pernoctarán en la ciudad porque no se les puede pagar el alojamiento. Algo parecido sucederá con los invitados al congreso de casas museos y fundaciones que se celebrará del 25 al 27 de octubre en València, que deberán pagarse los desplazamientos desde sus países. Así pues, los actos para conmemorar al escritor se están desarrollando con una austeridad que bordea la miseria. «Blasco se merecía algo más», se lamenta Rodríguez Magda.
Sin la aportación de la Diputación de Valencia, que no colabora con el Año Blasco de ninguna manera, y el desinterés del Ministerio de Cultura, que ni ha hecho acto de presencia, la recuperación del escritor ha recaído sobre una administración autonómica muy limitada por la tan traída infrafinanciación y un Ayuntamiento de València que ha aportado cuanto ha podido dentro de sus numerosas limitaciones. Así lo señala el secretario de la Fundación Centro de Estudios Blasco Ibáñez, Ángel López, quien prefiere centrarse en lo positivo y destacar la implicación de la Generalitat y, sobre todo, el interés personal del alcalde Joan Ribó. «En la Fundación tenemos un compromiso moral con él porque se ha volcado desde el primer día», comenta.
Este 20 de diciembre de 2017 concluye el convenio por el cual los fondos de la Fundación permanecen en la Casa Museo Blasco Ibáñez de València. El anterior se firmó en 2012. En aquella ocasión la documentación y el legado de Blasco estuvieron «a una semana» de salir de la ciudad. Cansados del ninguneo al que se veía sometida la figura del escritor por parte de la administración, y muy especialmente de una Rita Barberá que según López «despreciaba» al novelista, desde la Fundación estudiaron llevar los documentos a otra comunidad, sacar a Blasco de València para salvarlo. Con ser una decisión drástica no habría sido novedosa. Así lo hicieron en su momento los herederos de Miguel Hernández, que sacaron los fondos del poeta oriolano que estaban en Elche y se los llevaron al pueblo jienense de Quesada.
La cuestión es si ahora corren peligro los fondos de Blasco Ibáñez. Una vez se acabe el último convenio, ¿qué harán desde la Fundación? ¿Renovarán? Ángel López invoca a la prudencia y pide esperar «a su vencimiento». Lo único que dice tener claro es que «2017 será un año de inflexión en la relación de Blasco con València».
La conversación con López tiene lugar cerca de la plaza del Ayuntamiento de Burjassot. Junto al edificio consistorial se encuentra una casona de finales del XIX que ejemplifica a la perfección cómo, pese a las apariencias, Blasco está olvidado. La casa pertenecía a la familia del escritor valenciano. Allí escribió sus primeros relatos. Hay fragmentos de sus novelas que se han escrito desde ahí visualmente. En los bajos del edificio se encuentra una sucursal de Caixabank. El resto de la casa es un espacio municipal, un centro de reunión para las asociaciones de mujeres. La única placa visible sobre la fachada indica que la casa se ha incluido dentro de la ruta dedicada al poeta local Vicent Andrés Estellés. Pese a haber vivido en Burjassot largas estancias de su vida, pese a que ese edificio fue un referente en su devenir personal y político, Blasco no es considerado por sus vecinos, que lo han soslayado y sustituido en los afectos. Pero algo está cambiando. Este año mismo, el Ayuntamiento de Burjassot se sumó a los actos del Año Blasco con un evento simbólico y se ha comenzado a citar a su ‘ilustre vecino’. Parece que ya no le tienen miedo.
¿Por qué se ha sido tan cicatero con él? En parte, por política; o mejor dicho, por la ausencia de un protector político. La compleja y poliédrica figura de Blasco es imposible de encajar en ningún cajón y su reivindicación exige una amplitud de miras inusual. Tal y como explica el escritor y editor valenciano Francesc Bayarri, a Blasco le ha podido su propia personalidad. Despreciado por sus coetáneos de la generación del 98 que envidiaban abiertamente su éxito, quedó como un autor de masas hasta la Guerra Civil. Su republicanismo y anticlericalismo feroces hicieron que fuera pasto del desprecio por la dictadura franquista, que lo minimizó. La llegada de la Transición no sirvió para recuperarlo. «Blasco estuvo orillado hasta los años sesenta y cuando llegó la democracia, como escribía en castellano y contra la Reinaxença, la izquierda, impregnada de valencianismo, no le quiso, sin tener en cuenta que Blasco se opuso a la Reinaxença porque la impulsaba la derecha valencianista más casposa», explica Bayarri. Fue entonces cuando la reivindicación de Blasco dio un paso adelante hacia la nada. «La derecha se fabricó su visión de Blasco, de un triunfador en Hollywood, multimillonario, viajero, y omitió sus panfletos contra el Rey y por España, o sus burlas a la Semana Santa Marinera», agrega.
«No cumplía ningún requisito para ser recuperado, ni por la derecha ni por la izquierda», conviene Rodríguez Magda. «Blasco es mucho más problemático que la imagen que ha querido dar la derecha. Para la derecha le sobraba la visión republicana, el anticlericalismo, el federalismo… Y por la izquierda, haber renunciado al valenciano, lo que unido a su enfrentamiento con la generación del 98 le dio una falsa imagen de ricachón, de burgués. Lo curioso es que cuando él estaba en Hollywood y escribía en The New York Times, la generación del 98 era más provinciana en el sentido madrileño del término».
Ángel García: «Se están haciendo muchas cosas pero no existe coordinación. Aunque tengo claro que 2017 será un año de inflexión de la relación de València con Blasco Ibáñez»
La complejidad de Blasco, empero, se está imponiendo también a los clichés que se han vertido sobre él y las nuevas aportaciones han alterado radicalmente en los últimos años la imagen que se quería vender del escritor. El primer paso fue el casual hallazgo por parte de un escritor valenciano, el catedrático Miguel Herráez, de una correspondencia inédita entre el novelista y su editor Francisco Sempere. Este era bisabuelo de la esposa de Herráez. Una tarde, en casa de la «encantadora» tía Consuelo Sempere Azzati [nieta por vía paterna de Sempere y sobrina del periodista Félix Azzati], hablando con ella de la editorial Prometeo y de aquellos tiempos, la mujer le comentó a Herráez que guardaba unos documentos en una caja de cartón que nadie había visto desde hacía bastantes años. «No recuerdo si era una caja de galletas Fontaneda», bromea Herráez.
Así fue cómo dio con más de cuatrocientas cartas de Blasco Ibáñez dirigidas a su editor, algunas a él y a Fernando Llorca (empleado en la editorial y posteriormente yerno de Blasco), el guión literario de Flor de Mayo escrito por el propio Blasco («lo que suponía su implicación directa en el tema cinematográfico»), además de fotografías y otros papeles como una carta de Unamuno dirigida a Blasco en la que le alababa Cañas y barro. También había una de los hijos de Blasco, Mario y Julio, «extraordinaria» dice Herráez, donde le comentan a Sempere, a quien consideran de la familia, cómo se sienten abandonados en la colonia fundada por su padre en la lejana Corrientes, Argentina. Como albacea de la familia Sempere, Herráez depositó todo ese material en la Biblioteca Valenciana y las cartas las publicó el Consell Valencià de Cultura en 1999.
Ha sido posiblemente una de las mayores aportaciones que se ha dado sobre la figura del escritor. Y curiosamente llegó de la mano de un especialista en Cortázar y Eduardo Mendoza. El Blasco que aparece a partir de entonces es de alguien que lleva su valencianía a los últimos extremos y es capaz de pedirle a su editor «un perfume específico que le gusta mucho porque su aroma le recuerda a su añorada València», explica Herráez. En las misivas se puede detectar «su fuerza energética, de trabajador de dieciséis horas diarias, fuerza volcada en la editorial, en sus novelas y en sus proyectos literarios que brotaban sin parar».
Hay también cartas memorables en las que llega a insinuar su propio suicidio, si debe seguir sometido a tanta presión económica y tanta, a veces, según él, relativa lentitud o ineficacia por parte de la editorial para resolver los problemas que surgen al materializar, por ejemplo, su Historia de la Guerra Europea 1914. Este Blasco Ibáñez es el que constantemente pide dinero porque en alguna ocasión debe bajarse del tranvía por no tener con qué pagar el billete; el que protesta sin tapujos, incendiarias blasfemias incluidas, porque no recibe suficientes dividendos y necesita comer; el que quiere poner a la venta la casa de La Malvarrosa por 14.000 duros, el que se sorprende de que su hijo Julio ‘se pica con morfina’. Este es el Blasco que Herráez descubrió y que, en su caso, le rompió «el mito hedonista», aquel otro, apócrifo, que ubicaba a Blasco viviendo en París, paseando por los bulevares, comiendo en buenos restaurantes y asistiendo a los espectáculos del Folies Bergère.
El ‘nuevo’ Blasco encajaba mejor con el que se intuía cuando se observan los avatares mismos de su existencia. Bien conocido es, porque lo relató en un prólogo el propio escritor, que su primer gran éxito novelístico, La Barraca (1898), lo fue porque se tradujo al francés de manera azarosa. La primera edición apenas había vendido 500 ejemplares. Quiso la Fortuna que un destacado traductor francés de visita a España viera el libro en una estación, mientras esperaba el tren, y decidió comprarlo. Y algo parecido pasó con su traducción en Estados Unidos de Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), recuerda López. En ambos casos, atareado con sus mil quehaceres, Blasco tardó meses en responderles a los traductores y no fue consciente del éxito que había cosechado hasta meses después. Un éxito que aún hoy perdura y es más intenso allende el Mediterráneo.
«Blasco Ibáñez hoy es el autor español que más vende, aunque mucha gente lo ignore», comenta Herráez. «En América Latina, en concreto en la Argentina, tiene batallones de lectores», agrega. Un hecho que confirma López, quien alude al interés internacional que sigue suscitando. Como anécdota muy representativa recuerda cómo frecuentemente recibe peticiones de especialistas de todo el mundo que se aproximan a València en busca de información sobre él, con casos tan tristes como el de un investigador estadounidense que tuvo que visitar la ciudad dos veces porque la primera no le facilitaron el acceso a los fondos de la casa museo.
Miguel Herráez: «La gente ignora que es el autor español que más vende. En Argentina, tiene un batallón de lectores»
Otra iniciativa que se está deviniendo en fundamental para cimentar un recuerdo más fidedigno del escritor ha sido la traducción al valenciano de las cinco novelas del ciclo naturalista (La Barraca, Cañas y Barro, Arroz y tartana, Entre Naranjos y Flor de Mayo) por parte de la editorial Companyia Austro Hungaresa de Vapors que impulsa Francesc Bayarri, y dos libros con colecciones de cuentos, por parte de la editorial L’Encobert, que impulsa José A. L. Camarillas. La iniciativa, calificada como «gran aportación» por Rodríguez Magda, ha permitido por fin que estas obras tengan «el sabor que deberían haber tenido», en sus palabras. Los personajes de Blasco por fin hablan como pensaban, en valenciano. El matiz: que se haya tardado más de un siglo en hacerlo. De hecho, no deja de resultar curioso que, en La Barraca, cuando el 'tio Barret' ha sido desahuciado de sus tierras, las que habían pertenecido desde siempre a su familia, coge una hoz y esconde entre la maleza a esperar a Don Salvador, su deudor. Este, cuando ve al campesino lanzarse hacia él sabe que ha llegado su hora y, escribre Blasco, «tan grandes eran su terror y su turbación, que hasta le habló en castellano».
Hay pues una nueva inercia con respecto al escritor, al verdadero Blasco, a la persona y el autor, a sus personajes y sus relatos, una inercia que debería continuar más allá del Año Blasco. «Se están haciendo muchas cosas», comenta López, «pero no existe coordinación», advierte. Muchas cosas que permiten intuir que la relación de València con su escritor más famoso puede cambiar de dinámica. Aunque para ello quizá haga falta, como siempre en su vida, un golpe de suerte.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 36 (octurbre/2016) de la revista Plaza