¿En qué momento dejamos de hablar de bocatas de calamares y los bares de siempre?
“Que rutinario sea hoy insulto comprueba nuestra ignorancia en el arte de vivir”; no puedo (no quiero, vaya) estar más de acuerdo con la sentencia de Nicolás Goméz Dávila, aquel pensador colombiano poco amigo de la modernidad y la ligereza que también afirmaba que “el mundo moderno no será castigado, es el castigo”. Menudo genio.
Erajoma es esa cervecería a los pies del Mestalla, plaza de Reyes Prosper y frente al señorío del Westin; fachada azabache y los parroquianos de siempre frente a la barra de toda la vida, la prensa sobre la mesa (qué bellísima tradición perderemos cuando solo nos queden píxeles) y profesionales de la vieja escuela en torno a la plancha y el fuego: yo no sé qué más se le puede pedir a un bar.
Acaban de soplar cuarenta velas y ni creo que lean este artículo ni maldita la falta que les hace; Juan Carlos y Ramón seguirán a lo suyo, partiéndose los cuernos en esa escuela de la hostelería cuyo ideario es el sacrificio y una sonrisa cada mañana, cada día. Sepia, bravas (muy buenas bravas), quisquillas, clóchina, cigala, gamba, solomillo con ajos tiernos o unos calamares que son un regalo. El bocata de la foto son tres pavos —y luego nos quejamos.
Larga vida a Erajoma.