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València a tota virolla

Branding ciutat: ¿qué color debe identificar a València?

Con el amarillo al alza, València no tiene un color aparente que la defina. ¿Pero es que hace alguna falta? Debate, debate

19/05/2018 - 

VALÈNCIA. ¿Qué color debe identificar a València? Ninguno. A riesgo de acabar esta pieza en la primera frase, ésta podría ser la respuesta a la pregunta en el titular. La obsesión de las ciudades por afinar su condición de producto marketiniano lleva a algunas necesidades a discutir. El color. Qué color.

Estos días el usuario @gamusino abría un melón creando una ficción: qué sucedería si el color institucional de Madrid pasara a ser morado (su bandera original tiene esa tonalidad). Le servía de percha para replantear por qué entonces el azul había conquistado las instituciones locales. De fondo un empeño escasamente sutil de la administración Gallardón por afianzar el azul como emblema de la capital. ¿Pantone conspiranoico?, ¿política pintura?

València, entre tanto, tiene un lío de colores. El azul del mar, el naranja agrototémico, el verde aspiracional y un invitado que hace furor: el amarillo, color corporativo en las redes municipales. Entre tanto los buses son rojos, las bicis se distinguen con azul. ¿Esta gama policromática es la mejor definición de la ciudad, representa sus múltiples realidades o más bien genera un caos?

Amortizadas las posibles opiniones que crean que plantearse tintar la ciudad bajo un mismo tono cromático es un gasto innecesario, la indefinición identitaria de la ciudad reclama a gritos un próximo paso.

Branding ciutat. Qué dicen los expertos

Kike Correcher, de Filmac, dice no a la condensación única: “Tener un color identificativo es un tic del branding corporativo, especialmente en sectores muy competitivos como la banca o la política, o en productos que deben competir en el lineal del supermercado. Si se da el caso, un color específico puede ser un activo de marca también para una ciudad, pero no necesariamente. Empieza a ser difícil apropiarse de un color debido a la saturación de identidades en casi todos los sectores, así que cada vez es más frecuente renunciar a un elemento que no aporta diferenciación y sin embargo condiciona claramente el universo visual de la marca. Las ciudades son realidades tan ricas y complejas que me parece muy banal pretender condensarlas en un color. Una «marca ciudad» podrá elegir uno, pero eso no significa que lleguemos a identificar ciudad y color”. ¿Una posible solución? “En el caso de València, como en cualquier otra ciudad, me parece más factible definir una paleta de color. La paleta valenciana podría basarse en el Sorolla más playero, en el mosaico de Nolla, en los tebeos de Mariscal o en los tintes del espolín, y seguro que nunca nos pondríamos de acuerdo. La experiencia nos dice que en la mayoría de los casos vamos a lo fácil: el azul-rojo-amarillo de la senyera, combinación difícil donde las haya, y poco más”.

La diseñadora Diana de Arias eleva el alcance de la cuestión: “El problema no es el color en sí mismo, sino la falta de disponer de una identidad global que marque una misma dirección y que sea coherente con lo que dice, hace y transmite Valencia. Un buen ejemplo sería la identidad de Oporto: han sabido renovarse y extraer la esencia y las raíces de la ciudad valorando su cultura. No obstante, las marcas de hoy ya no son como las de antes, son mucho más dinámicas y flexibles: ahora tienen que adaptarse a otros soportes, sobre todo digitales. Esto permite un gran abanico de posibilidades que puede contemplar uno o más colores en una misma identidad. La forma, la estructura y la personalidad de la marca es fija, mientras que los motivos, colores, u otros elementos son variables, generando así marcas mucho más contemporáneas que juegan a contarnos historias de la ciudad y las personas que la habitan. Pero esto ya es otro nivel: no sé si València se atrevería con esto, pero me gustaría verlo. Por colores no será”.

Xavi Calvo, de Estudio Menta, plantea una derivada que complica la identidad visual. ¡El pluripartidismo! “Ha surgido un nuevo problema a la hora de diseñar para las instituciones, y ya no es el del favoritismo de color, sino el de los colores vetados. Para un diseñador hay muchas tonalidades diferentes de naranja, de azul o de rojo, pero para ojos de personas poco curtidas en la materia hay amarillos que pueden ser confundidos con naranjas o verdes con azules, y hay colores, como te digo, que están vetados por ser relacionados directamente con un partido. Y esto es un sinsentido, y trasladar un problema a donde no lo hay. Tal vez usar el arcoíris en campañas de sensibilización y que haya trascendido al mobiliario urbano (bancos de Plaza del Ayuntamiento por ejemplo) no ha sido mala opción.

No tengo ni idea del caso de la elección del amarillo para la comunicación del Ajuntament de València, pero no me extrañaría que fuese “por descarte” y así evitar follones. Es triste que algunas decisiones de diseño se tomen más como medida preventiva que como algo a solucionar y que funcione (el amarillo a veces tiene mal resultado en cuanto a legibilidad o vibración en pantallas mal calibradas), pero en el fondo lo entiendo, y digo que es triste precisamente porque a la mínima la oposición sale a oponerse “porque sí” que diría mi hija (3 años), buscando cualquier detalle absurdo, y en esto del color tendrían el titular fácil. Es como lo que comentaba de @gamusino y el morado: basta que un ayuntamiento gobernado por Compromís escogiese el naranja; la acusación ya sabemos cuál sería, aunque la justificación del color estuviera muy bien argumentaba, aunque el naranja está universalmente asociado al naranja”.

Fede Reyna y Eva Guadalupe, del estudio Meteorito, dicen no a un color paradigmático: “Un único color limita mucho y una ciudad puede tener más colores propios de sus puntos fuertes o de los que están en el imaginario colectivo. Además, desgraciadamente hoy en día los colores están muy politizados y asociar una región a ciertos colores puede crear rechazo en ciertos colectivos. En todo caso, sería interesante tener una marca y no un color. En una marca puedes transmitir las virtudes que diferencian a esa ciudad de otras para atraer y conectar a través de las formas y de los colores (en plural). València tiene un grupo de colores (verde, amarillo, naranja…) por eso reducir a un solo color su identidad sería limitar”.

La diseñadora Marisa Gallén, de Gallén+Ibáñez, zanja el debate a su manera: “Las ciudades no necesitan un color que las identifique. Lo que hace reconocible, y admirable, a una ciudad es cuando su patrimonio arquitectónico y sus establecimientos singulares se han preservado, cuando sus ciudadanos y administradores locales han sabido ordenar y embellecer el espacio público consiguiendo de este modo crear una ciudad única”. Esto es, el color de la verdad.


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