VALÈNCIA. En 2004 Hirokazu Kore-eda dirigió Nadie sabe, la historia de unos niños hermanos cuya madre abandonaba en casa en periodos de tiempo cada vez mayores hasta que terminaba desapareciendo por completo. Fue la primera vez que el cineasta abordó el tema de la orfandad, del sentimiento del desamparo a través de la infancia herida. Los pequeños creaban a su alrededor su propio mundo dentro de ese destartalado apartamento en el que tenían que aprender a la fuerza a ser mayores antes de tiempo. A partir de esa película, Kore-eda ha ido componiendo diferentes variaciones de este mismo tema, poniendo el foco en los desheredados de Japón, hasta culminar en una de sus películas más importantes de los últimos tiempos, Un asunto de familia, con la que ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes.
Precisamente su nuevo trabajo, Broker, entronca directamente con el anterior, hasta el punto de formar una especie de díptico en torno a la picaresca en tiempos de crisis y a ese otro concepto que también ha ido desarrollando, el de la familia generada por vínculos no sanguíneos. Sin embargo, la película adquiere una identidad propia que la singulariza: es la primera ocasión que el director rueda en Corea del Sur (por su deseo expreso de trabajar junto al actor Song Kang-ho, la estrella de Parásitos y de tantas otras obras fundamentales del cine coreano contemporáneo) y, al contrario que Un asunto de familia, se aborda desde una perspectiva más ligera y con una estructura de road movie.
Que sea más ligera no significa que no trate temas peliagudos. El director siempre ha tenido la habilidad de introducir en sus películas cuestiones incómodas que plantean dilemas morales que nos hacen reflexionar en torno a las diferentes razones que llevan a sus personajes a realizar determinados actos, sin juzgarlos en ningún momento, dejando al espectador vía libre para su propia interpretación de acuerdo con su propio sistema ético.
En esta ocasión parte del abandono de bebés en buzones creados por instituciones religiosas o ONG’s para hacerse cargo de ellos en caso de que las madres no puedan ocuparse y quieran mantenerse en el anonimato. Es lo que le ocurrirá a So-young (Ji-eun Lee) cuando se vea atrapada en una situación al límite y, en un acto de desesperación, decida dejar a su recién nacido en una de esas ‘cajas’. Uno de los trabajadores, Dong-soo (Dong-won Gang) lo recogerá y junto a su mejor amigo, Sang-hyeon (Song Kang-ho) borrarán sus datos del sistema para llevárselo y venderlo por su cuenta. Ambos se encuentran atrapados en una vorágine de deudas y esperan que esta transacción los ayude a salir adelante.
He aquí una de las críticas que se le han hecho a Broker, que se esté blanqueando la venta ilegal de bebés, que los dos protagonistas sean unos delincuentes que nos caen simpáticos. Pero en realidad, lo que quiere poner de manifiesto Kore-eda es la hipocresía del sistema y la forma en la que condenamos con facilidad a los seres que se encuentran en los márgenes. Sin duda es una línea muy delicada la que nos propone traspasar, pero, como buen humanista, él cree en sus criaturas y, en el fondo, ellos no son los responsables de las miserias que nos rodean, sino unos supervivientes.
Si se supera esta barrera (que al fin y al cabo está presente en muchas películas de la época dorada de la screwball comedy) sin duda se disfruta de esta aventura episódica en la que hay peripecias de carretera y también mucho corazón en cada una de sus paradas. Por el camino, iremos conociendo a los personajes, a Sang-hyeon y a So-young, también a la madre que se unirá a ellos para asegurarse de que su bebé encuentra unos buenos padres, y, en su búsqueda y captura, les seguirán dos policías mujeres en las recaerá impartir el peso de la ley, una de ellas interpretada por Bae Doona, con la que el director trabajó en la memorable Air Doll.
Quizás, lo más maravilloso de Broker es la forma tan sencilla con la que el director maneja elementos tan complicados. Todos los puntos de vista se encuentran representados, lo que la distingue por su espíritu poliédrico, por su capacidad de analizar con profundidad los motivos que impulsan las actitudes de sus protagonistas, de manera que el director no trampea en ese sentido, sino que se preocupa por ofrecer todas las aristas que puede contener su historia, que no deja de ser un agridulce relato sobre gente oprimida que intenta hacer a su manera lo que cree que es correcto. ¿Acaso sabemos nosotros qué lo es?
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