restorán de la semana

Ca Marc (Gandia)

Una casa de comidas en la que ser feliz, donde disfrutar de una cocina de mercado y de un menú cerrado a un precio imbatible.

| 18/02/2022 | 4 min, 13 seg

Algo está ocurriendo en Gandia, un movimiento aún en un estado embrionario pero que apunta a que la capital de La Safor ha decidido quitarse los complejos —tradicionalmente ha sido una ‘plaza’ difícil— para hacernos felices. Sí, ha decidido dar un paso al frente y mostrar que aquí también merece la pena sentarse en una mesa y dejarse querer… ¡y tanto que lo merece! Eso sí, para eso debes desviarte de las principales calles para descubrir lugares como Ca Marc

A Ca Marc se llega porque conoces el lugar, de lo contrario tienes que usar tu móvil para que te muestre las indicaciones hasta la calle Arquebisbe Polou, una travesía que sale del Carrer Major de Gandia. Una vez allí te reciben Yolanda Rueda de la Rosa (en sala) y Manolo Peiró Tamarit (en cocina), que con una gran sonrisa y calidez te acomodan en una mesa. “Mi filosofía es muy sencilla, pocas mesas —la máxima capacidad son veinte comensales— para que se sientan como en casa”, explica el matrimonio. Una forma de entender el oficio que sigue intacta desde 2014, día en el que abrieron las puertas de su casa de comidas. 

El local es pequeño, muy familiar, con solo seis mesas y una decoración sencilla pero acogedora. Se nota que es su proyecto personal y quieren que seas feliz. Sí, porque Manolo Peiró, cansado de los grandes restaurantes y de la presión de dirigir grandes equipos, decidió hacer un alto y comenzar de cero con un proyecto que le hiciera feliz: Ca Marc. ¿El punto de inflexión? El nacimiento de su primer hijo y el convencimiento que hay que vivir la vida. 

Manolo ha diseñado el restaurante a su medida. El menú es cerrado, elaborado según lo que encuentra en la huerta del Bancal de Cento (Gandia). Se lo trae en la mañana y, según los productos,  idea recetas, siempre pegadas al Mediterráneo y a esa huerta que salpica La Safor. El resto de materias primas las adquiere de proveedores cercanos, manteniendo esa política de kilómetro cero. “Soy autodidacta, he aprendido solo e incluso soy de los que no tengo recetas, lo hago todo a ojo. Por eso nunca me salen dos recetas iguales”, comenta con gran humildad. Eso sí, su alarma del móvil suena de vez en cuando para marcarle los tiempos de las elaboraciones. 

El resultado son platos pegados al territorio en los que el producto se trata sin grandes artificios para que sea el protagonista. Con ellos elabora un menú cerrado a un precio imbatible (25 euros) y donde el sabor es el gran protagonista. Sí, porque la cocina de Manolo es sencilla pero es una explosión de sabor y de texturas, haciendo que la cuchara sea la gran protagonista en todos ellos. En mi visita, me sorprendió la lubina y el arroz de olleta, saboreando hasta el último grano que había en mi plato. Sin olvidar el huevo crujiente trufado con revuelto de setas, que te lleva a pelear por el último trozo de pan para dejar el plato impoluto. Un menú compuesto por unos cinco platos bien equilibrados. 

Después de la experiencia, es curioso conocer que Manolo llegó casi por casualidad al mundo de la gastronomía. “Trabajaba en un bar de Albuixec los veranos para ganar algo de dinero y un buen día me dijeron si quería estar en la cocina. Así es como empecé en este oficio”, comenta antes de enumerar los restaurantes en los que trabajó, desde restaurantes de banquetes de Catarroja hasta el restaurante El Submarino del Oceanogràfic de València, al servicio de los Barrachina. Precisamente, ese bagaje en la cocina más agobiante, la de los servicios infinitos, las mesas interminables y las presiones le llevó a romper con ella vida y tomarse un descanso.  “Al nacer Marc (su hijo) nos dimos cuenta de que también debíamos vivir la vida, disfrutar de la familia y de la cocina pero sin tener esa presión de los grandes restaurantes”, comenta. Por ello, solo abren los mediodías y la noche del viernes al sábado. 

Y la vida, como es así, les llevó de nuevo a Gandia, ciudad de la que Yolanda es originaria. Y como la vida también tiene eso, encontraron este local e invirtieron sus ahorros para construir el restaurante de sus sueños. Ese en el que se trabaja con la buena de fe de hacer felices a los demás. Ese en el que hoy hay que reservar para tener una mesa porque ya es vox populi que aquí se es feliz, sea cual sea el menú que haya salido de la imaginación de Manolo. 

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