Una de las rutas ciclistas más transitadas, la que bordea El Saler, discurre por la vereda del Pinares 14, donde el almuerzo se excusa en el ciclismo.
El Pinares 14 tiene una cosa, que está al lado de uno de los carriles bici de València con mayor tránsito de grupetas de jubilados al lomo de una bicicleta. Tiene otra, que está al lado de la playa. Y tiene una terraza cubierta donde resguardarse del sol y apoyar las bicis. Raciones para llevar, tapas, tatakis, menús y paella que no juzgaremos. Al igual que el interior. Hemos venido a esmorzar y lo que se haga después de las doce del mediodía nos da un poco igual.
En concreto, lo que tiene el Pinares son sus bocatas de calamares. En apariencia, el entrepán no tiene nada llamativo, pero dado el flaco favor que se le profesa a este bocadillo calificado como el fast food de Madrid, encontrarse un ejemplar decente en un bar popular, es como descubrir un nuevo planeta en nuestra galaxia. Calamares y pan. Sin más. Sin la coletilla de ‘homenaje a’, ‘falso x’, ‘trampantojo de’. Calamares y pan.
Y un doble de cerveza frío como esa temperatura que a este día de julio, echamos de menos.
El primer horario de almuerzos es terreno de los que ya no tienen horarios. Jubilados y personas con profesiones liberales —en su mayoría, hombres. Tanto almuerzo como ciclismo de carretera parecen, desde la mera percepción visual, espacios masculinizados— que cambian el gel energético por un almuerzo pantagruélico. El balance calórico no entra en el menú. Una de bravas, por si no fuera bastante con los bocatas, sí. También hay ostras de la casa de Henri Gillardeau. La ruta Marennes-Oléron - Mareny Blau la peta en Strava.
Aparte, hay simpatía en las y los camareros del Pinares. Que dado el volumen de faena y el nivel habitual en las poblaciones de chancla y protector solar, no es fácil. Para muestra, esta reseña: «Es el lugar más peculiar de la zona. En la terraza éramos un celíaco, un vegano y unos complicados. Nos atendieron con mucha calidad y muchísima amabilidad. Recomendado». Las grupetas ciclistas complicadas no son, al menos individualmente, pero al juntarse un miríada de personas ciclistas, sudadas, sedientas, cansadas y hambrientas se desata la dinámica de la teoría del caos y el vocerío. La turba vestida de tejido técnico.
Manda lo informal, la dopamina y los cacaos. Y Robert, que está al frente del local. «Nosotros somos una familia de hostelería de toda la vida. Tenemos este, el Pinares, que es más de paso, de almuerzos y comidas sencillas, y el Robert, que es más valenciano, más restaurante. Aquí potenciamos el almuerzo, prestando atención a la calidad precio e intentando siempre que la gente vuelva». La gente vuelve, como bien se demostró durante las fases de la pandemia en las que la hostelería solo podía servir para llevar. «En pandemia hubo un sábado que marchamos cerca de doscientos bocadillos. Pusimos el horno del otro restaurante para hacer pan, este también, haciendo pan. Y nos pusimos a montar bocadillos. Los fogones a tope con tortillas. Muy bien, la verdad. La gente respondió muy bien, y repetía. Fue una locura, incluso tener que dar número para los bocadillos para llegar. Una cantidad de gente que pensaba que no podíamos, tuvimos que reforzar para dar buen servicio». El responsable del establecimiento hace referencia a esas semanas en las que toda València desempolvó la bici de la comunión por salir hasta que las pedanías colindantes de València se terminaban.
«El de calamares es un buen calamar, un calamar patagónico bueno, que dejamos bien limpito, cortamos y los preparamos. El pan es un pan de masa madre, especial. Que me ha costado encontrar. Está recién hecho, lo hacemos según se piden. También se nota esa calidad del pan, esa miga jugosa, que no se hace una bola». Un bocadillo de calamares no chiclosos, con el pan crujiente en el exterior y un interior mullido como un culotte de alta gama, tiene algo de buena ruta ciclista. ¿Si? Sí. En una ruta se da cierto compadreo entre ciclistas desconocidos, que si «métele duro, que ya falta poco», «te estás ganando el almuerzo completo» y una serie de pensamientos telepáticos para maldecir a los vehículos que no respetan la distancia de adelantamiento. La norma actual requiere mantener, por lo menos, 1,5 metros de distancia lateral. La DGT estudia revisar la normativa para que esta distancia sea mayor y también, el conductor del automóvil tenga que reducir hasta 20 km/h su velocidad. Después de este recordatorio, sigamos con la metáfora: uno de calamares se asemeja a una ruta satisfactoria porque en ambas situaciones, hay un momento de sufrimiento —controlar la fritura / resistir a la pájara— y un final glorioso: terminar sin incidentes el trayecto y sacar de cocina un brillante, humeante y bien ensamblado entrepán.
Y si pedaleas, no bebas (alcohol), porque 1. Te puede pasar como a la mujer del cartel del Tour de Francia, que acabó detenida. La DGT recuerda que al conducir una bicicleta, la tasa permitida de alcohol es de 0,50 gramos por litro en sangre o 0,25 mg por litro en aire expirado. Si se supera, los ciclistas pueden ser multados con 500 euros, o bien 1.000 euros si han dado un registro de entre 0,50 y 0,60 mg/l en aire espirado. ¿Más allá del límite? Cárcel y no hay bici que valga de seis a doce meses si un juez lo determina.
2. Te puede pasar como al pelotón que tiró la mujer del cartel. De ganar el maillot a darse un morrón.