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reflexionando en frío / OPINIÓN

Camps y los fantasmas de las navidades pasadas

26/11/2024 - 

A río revuelto ganancia de pescadores. Los que se han jubilado y llenan su tiempo con el ocioso entretenimiento de la pesca aprovechan este tiempo muerto para echar el anzuelo a los cadáveres políticos que dejan las crisis para erigirse como salvavidas en el naufragio. Si a Leonardo DiCaprio el frío atlántico le fulminó en el Titanic, su piel inerte de repudiados les hace inmunes a la hipotermia. Vivos, con la sangre caliente, con el riego sanguíneo hiperactivando sus ideas, sus ganas de ser una solución como la que fueron años atrás. En los tiempos de desafección política proliferan los alegatos y consignas de nuestros antiguos gobernantes, voces espirituales que con una mezcla entre druidas y abuelos cebolletas ejercen de conciencia personal de los que han cogido su relevo.

Jarrones chinos con ganas de volver a ser útiles en la subasta mercantilista del poder y el enredo. Ya van varios personajes ilustres de nuestro panorama político que no sólo hablan abiertamente de sus opiniones políticas cargadas de grandes dosis correctivas sino que se plantean volver de entre los muertos de ese cementerio límbico de los que han sido desterrados de las tumbas donde yacen los otros elefantes, de esas viejas glorias repudiadas del salón de la fama institucional; mientras a unos han consolado su paso a la tercera actividad con un puesto en una embajada o un escaño en el Senado, otros están errando buscando el placebo mediático intentando llenar esa vanidad que creen que les corresponde por derecho hereditario por sus servicios prestados. En tiempos de remakes y en los que la falta de originalidad asola a las industrias cinematográficas, el mejor giro de guión ocurre cuando una vieja gloria dice que quiere volver; primero volvió Oasis, después Paco Camps dijo que deseaba restituir su vida política, y ahora una exalcaldesa de una importante ciudad de la región ha dicho en un programa de radio que le gustaría regresar. Ya dije que si Camps fuese mi padre le diría que no cometiera riesgos innecesarios, que no se quemara más de lo que ya está, que se dedicara a la vida contemplativa alejada de los focos. Pienso lo mismo sobre cualquiera que en un arrebato innecesario le entrasen ganas de volver a las andadas pasadas. Hay que saber irse a tiempo, pero también hay que estar preparado para dar carpetazo cuando a uno no le quieren en un sitio. Me hace gracia la nostalgia envenenada de aquellos que quieren volver a dar la cara por partidos políticos que les han exiliado de su sede. Sigo sin entender qué tendrá el poder para que tenga la capacidad de obsesionar de esa manera a las almas, unas que en lugar de ser libres escogen apresarse en el cuerpo carcelario de un animal político. 

Tengo un amigo, un político casi octogenario, que cuando me habla de las cuitas en su partido, me pregunto el motivo que le lleva a seguir al pie del cañón a su avanzada edad. Más de una vez me han dado ganas de decirle que por qué no lo deja todo y se va a su casa a disfrutar de la ancianidad. La política es una droga que atrapa a todos los que la prueban. He visto a gente arriesgar su prestigio profesional por un puñado de minutos de descuento en el panorama mediático y político. Aun teniendo la vida solucionada, aun estando colocados (como diría toda una generación) la vanidad les evoca a volver a la casilla de salida del juego político. Cuando vemos que dirigentes como Carles Puigdemont no dejan paso, no es porque luchan por una causa, puede que al principio sí, pero ahora la única causa que defienden es la de ellos mismos. En la crisis moral e intelectual de nuestra clase dirigente aparecen los fantasmas de las navidades pasadas, no para producir en los políticos actuales una catarsis o propósito de enmienda como en el cuento de Dickens, sino para asestar el tiro de gracia que les lleve al cementerio en el que nadie lloraba en el funeral de Scrooge.

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