VALÈNCIA. Giuseppe Grezzi es a día de hoy, muy probablemente, el concejal de movilidad, o incluso el concejal a secas, más conocido de España. Teniendo en cuenta la tradicional invisibilidad de la ciudad de Valencia en los medios de comunicación estatales, que algo así haya ocurrido es bastante llamativo. Es, además, y sin ninguna duda, el regidor dedicado a estas cosas del tráfico y de las bicis más conocido por los vecinos de la ciudad que hemos tenido nunca. ¿O acaso hay mucha gente que recuerde el nombre de su antecesor, el popular Alberto Mendoza? Ni siquiera Francisco Camps, que con posterioridad a haber desempeñado estas funciones ha reivindicado en ocasiones haber logrado arreglar el tráfico de Valencia para siempre gracias a su gestión (aunque quizás no contaba con la llegada futura de alguien como Grezzi al cargo, claro), era demasiado conocido en esa época en que se dedicaba a idear grandes avenidas de muchos carriles y a planear el soterramiento masivo de cruces y avenidas que luego, a la postre, nunca se llevarían a cabo.
Este conocimiento de la figura de Grezzi es cierto que se explica quizás en parte por la personalidad icónica, con sus luces y sus sombras, del concejal. Una persona expansiva y valenciano de origen napolitano que hace ya muchos años, siendo joven, llegó a València para acabar quedándose aquí. Su trayectoria vital es símbolo de algunos de los atractivos de nuestra ciudad, de los que no parecemos ser muy conscientes, pero que la hacen muy apetecible como lugar de residencia para jóvenes licenciados europeos con proyectos vitales que combinan cierta moderada ambición de desarrollo profesional (es cierto que no podemos competir bien a día de hoy por quienes quieren hacer carrera por todo lo alto en la mayor parte de sectores) con el gusto por disfrutar de otros aspectos de la vida.
Una ciudad con unas condiciones fantásticas para muchas cosas, respecto de las que en general, eso sí, no es que tengamos mucho mérito sus habitantes, pero que inteligentemente potenciadas pueden no sólo poner Valencia en el mapa, vieja obsesión de ciertas elites locales acomplejadas, sino además hacer de la ciudad un espacio mejor y más grato para todos, tanto para el ocio como para el negocio.
Que, por ejemplo, Valencia tiene las condiciones ideales para ser una ciudad para andarla, pasearla y pedalearla como fuente de disfrute, añadiendo a ello las posibilidades que se añaden con los ejes del Turia (especialmente el cuidado jardín del viejo cauce, fantástico ejemplo de cómo lo mejor de esta ciudad pasa por potenciar lo que ya se tiene de forma a mitad camino entre lo romántico y lo aparentemente poco funcional, en lugar de sacrificarlo al desarrollo cortoplacista), la fachada marítima o el entorno de la huerta, es indudable. Que, además, es una urbe cuyo tamaño le permite ser pedaleable o caminable para el día a día y los desplazamientos laborales en una alta proporción a poco que se cambien los hábitos y se den las debidas facilidades, en cambio, ha costado mucho más verlo a gran parte de la población. Y ha tenido que llegar un napolitano, ni más ni menos, a poner orden en el tráfico y el caos de coches para proponer avenidas con menos carriles, circulación más pacificada y espacios para caminar e ir en bici. Cosas veredes.
Sin embargo, y en realidad, lo que más notoriedad ha otorgado a Giuseppe Grezzi estos años es que sus proyectos se han convertido en diana de la oposición municipal, de gran parte de la prensa local y, en ocasiones, incluso, de sus compañeros en el equipo de gobierno. Durante estos cuatro años la estrategia de oposición y desgaste de quienes aspiran a suceder al govern de la Nau en las responsabilidades de gobierno, con abundante cobertura mediática, ha pasado por unir la imagen de Grezzi a la del alcalde, Joan Ribó, ambos miembros de Compromís, y plantear su gestión como caótica, autoritaria, absurda, incompatible con el consenso y manifiestamente mejorable.
Las propuestas concretas más conocidas de la oposición, y en ello coinciden PP, Cs y VOX, respecto de lo primero que harían si ganaran las elecciones, son idénticas: todos ellos afirman que revertirían carriles-bici icónicos por céntricos (los de avinguda del Regne de València, carrer d'Alacant, carrer de Russafa, esencialmente, e incluso afirman también que hay que eliminar zonas o reordenar el más transitado de la ciudad, el que como "anillo ciclista" cubre toda la ronda interior). Y todos ellos, más allá de esta cuestión, plantean pocas necesidades adicionales imperiosas de mejora en cuanto a la gestión municipal. Si ello se debe a que el resto de la gestión es muy buena o a que en esos ámbitos (urbanismo, turismo, festejos o seguridad, por poner algunos ejemplos) estos cuatro años no han supuesto excesivos cambios porque se comparten los elementos esenciales y en consecuencia a las derechas valencianas la política del govern de la Nau no les incomoda, es ya cuestión diferente y sobre la que cada cual puede tener su opinión. Pero el caso es que no se atisban grandes contradicciones entre los modelos de ciudad de los unos y de los otros en esos planos.
En cuanto a los carriles-bici y el modelo de movilidad, en cambio, la confrontación ha sido total, virulenta y constante. Hemos estado cuatro años asistiendo a una batalla política casi diaria a cuenta de supuestos colapsos, con amplio reflejo en reportajes periodísticos de apoyo, que luego se compadecían más bien poco con las imágenes del día a día de esas infraestructuras que subían los ciudadanos o con la experiencia de los vecinos de los barrios supuestamente afectados por la lacra ciclista. Incluso, las ruedas de prensa hechas in situ para denunciar los constantes atascos y el caos generado por los nuevos carriles han tenido como paradójica imagen, las más de las veces, unas vías de tránsito totalmente despejadas y un molesto goteo de ciclistas de fondo.
Porque, y es éste otro elemento que no hay que perder de vista, las nuevas vías para bicis y otros vehículos de movilidad personal no han parado de aumentar en usuarios en estos últimos años hasta llevar a la ciudad de Valencia a ser, junto a Sevilla, la aglomeración urbana española con más uso modal de la bicicleta, así como a contar con las vías ciclistas de más uso diario de toda la Europa mediterránea (los 5.000 usuarios que pasan a diario por la zona central del anillo ciclista en la calle de Xàtiva son el punto de uso de la bici con más intensidad de la Europa del sur). La tradicional crítica de que los carriles-bici no se usan ha acabado por desaparecer, pues, del argumentario en esta cruenta batalla, ante la evidencia de que no sólo se utilizan, y mucho, sino que en el momento en que se crean aparece inmediatamente mucha demanda hasta ese momento oculta.
Se trata éste de un elemento interesante, y que resaltaba Javier Alfonso, director de Valencia Plaza. Los carriles-bici que se han construido están llenos, y cada vez más, de personas que han descubierto que gracias a ellos pueden llegar a su trabajo de forma rápida y por fin segura, además de agradable, no contaminante y barata. Pero también son cada vez más utilizados por ciudadanos con problemas de movilidad o por vecinos que emplean otros vehículos de movilidad personal como los famosos patinetes eléctricos que, gracias a que existe esta red, se pueden usar de forma más eficiente y con la debida tranquilidad, tanto para sus conductores como para el resto de transeúntes.
Las ventajas que aportan van más allá de los ciclistas... y quizás bastante más allá de la base electoral tradicional de Compromís o de las izquierdas. ¡Pasen por la calle Colón cualquier día laborable y maravíllense con la ola de jóvenes con fachaleco que van a trabajar encantados con su patinete gracias a que hay un carril-bici seguro que les permite darse el lujazo de rodar por la ciudad tan tranquilos y luciendo modelos de última generación! Y esto tiene efectos, no sólo a medio y largo plazo, sino puede que también a corto plazo.
Quizás por esta razón, lejos de amilanarse ante las críticas prácticamente unánimes desde todos los sectores tradicionales de la ciudad, el equipo de gobierno haya acabado a la postre sacando pecho y poniendo en primera línea de campaña sus logros en cuanto a estas realizaciones, algo en principio contraintuitivo, dado el constante fuego graneado mediático recibido. El resultado ha sido que las críticas de los medios han ido menguando, los datos positivos se han ido consolidando, e incluso las voces discrepantes dentro del propio govern de la Nau son cada día más tímidas.
Nada de esto significa, sean finalmente avaladas por las urnas o no a corto plazo (a medio y largo plazo pocos dudan que la vía es la que es), que las políticas de movilidad desarrolladas en Valencia estos años no tengan sus sombras. Es más bien todo lo contrario: en un extenso artículo publicado en Arguments traté hace unas semanas justamente de poner el acento en sus múltiples carencias, algunas achacables a otros actores (red de cercanías o metrovalencia, integración tarifaria, problemas de gestión metropolitana...), pero otras sobre los que es necesaria una reflexión en el ayuntamiento de Valencia, lo gobierne quien lo gobierne a partir del 26 de mayo, para conseguir mejoras inaplazables: cierre del centro histórico de la ciudad al tráfico privado en coche, mejora de la red de la EMT y, sobre todo, culminación de la red de carriles-bici en toda la ciudad cubriendo las grandes lagunas existentes en las zonas sur y oeste de Valencia y los itinerarios por Grans Vies y ronda de Trànsits.
Todo ello medidas que, además, han de ser compatibles con la puesta en marcha inaplazable de las mejoras para la movilidad peatonal contenidas desde 2013 en el Plan de Movilidad Urbana Sostenible y respecto de las que se ha hecho, la verdad, más bien poco hasta la fecha, por el pavor a eliminar espacios para los coches o de aparcamiento, cuando es una necesidad inaplazable si queremos alinearnos con las exigencias europeas en materia de lucha contra el cambio climático y contra la contaminación... y no perder las subvenciones y ayudas que de ello dependen.
Partido Popular y Ciudadanos han perdido en estos cuatro años la oportunidad de plantear la batalla en términos de movilidad respecto de todas esas cuestiones y, por ejemplo, criticar la falta de realizaciones o de ambición del govern de la Nau en muchos de esos campos a partir de un planteamiento más propositivo y europeo. Algo que, además, habría sido plenamente coherente con sus programas electorales. Recordemos, por ejemplo, que el PP se presentó a las elecciones de 2015 prometiendo 100 km de nuevos carriles-bici por la ciudad, siempre segregados y en calzada, a construir entre 2015 y 2019. Ciudadanos, cuyo candidato era además el mismo que se presenta a estos comicios, Fernando Giner, hizo una apuesta aún más ambiciosa y posó reiteradamente en bicicleta afirmando que la propuesta del PP le parecía excesivamente prudente y que había que convertir Valencia en la Ámsterdam del sur.
Ambos tenían pues buenas razones y legitimidad programática para criticar a un gobierno municipal que, en estos cuatro años, acabará habiendo creado sólo unos 35-40 km de nuevo carril-bici y sin cerrar al tráfico el centro de la ciudad. Sorprendentemente, han optado por centrar su política de oposición en criticar casi cada nuevo tramo de carril-bici que se ha abierto, convirtiéndolo así poco menos que en una heroicidad y a Grezzi en un bastión de la movilidad sostenible, mientras nos aclaraban que no es que estén en contra de la bicicleta, sino de cómo se están haciendo las cosas en concreto en Valencia.
Durante esta campaña, esperemos, y dado que de momento sólo proponen eliminar kilómetros de carril-bici, van a tener pues la oportunidad de explicarnos con detalle por dónde creen que deberían ir esos cien o más kilómetros alternativos que en su día prometieron. Porque, si no, estaremos más bien ante una apuesta política que probablemente tiene más futuro como medio de cohesionar a un electorado muy conservador y reactivo al que movilizar para plantear la resistencia ante una batalla que se da por perdida, que ante un planteamiento ambicioso de ciudad, en positivo y mirando al futuro, que trate de ganar nuevos electores y construir una nueva hegemonía que pueda desplazar al actual pacto Compromís-PSPV-Podem en la ciudad.