Al igual que toda la prensa escrita, los caricaturistas también han sufrido la crisis del sector. Sin embargo, el suyo es el penúltimo trabajo artesanal de los medios y que no podría ser sustituido por tecnología. Una caricatura en un golpe de vista arroja la visión de un personaje, su trayectoria y puede ser también una crítica o un elogio. Es una labor interpretativa cuyo uso ha tenido luces y sombras a lo largo de la historia, pero ahora, no obstante, lo que prima es el descenso de las tarifas
VALÈNCIA. La idea del libro surgió para darle visibilidad a una profesión en horas bajas, según comentó Iván Mata en su presentación. Caricaturistas de profesión (Nordica, 2022) recopila el trabajo de caricaturistas contemporáneos. En total, son once: el propio Iván Mata, Agustín Sciammarella, Carlos Rodríguez Casado, David García Vivancos, Ernesto Priego Martín, Joaquín Aldeguer, María Picassó, Matías Tolsà, Raúl, Thorsen Rienth y Turcios.
El de caricaturizar se trata de un trabajo solitario, que se hace "desde una cueva". Quizá el más conocido de todos lo aquí presentados sea Sciammarella. En 1992 intentó probar suerte en El País llevando a la redacción una carpeta con sus publicaciones del Buenos Aires Herald. Desde entonces, es una de las señas de identidad del periódico. En este libro se puede ver su estudio, que comparte con su compañera, que se dedica a la cerámica, y que explica su forma de trabajo:
"Le observo estudiar a sus personajes, leer de aquí y allá, estudiarlos psicológicamente, después comienza con su lápiz, boceta primero en esos cuadernos ordenados de forma absolutamente metódica y después comienza la fiesta, una fiesta de color, de magia y de verdad. Puede estar con un retrato meses, pero también resuelve dieciocho ministros en tres horas".
De cada uno de los dibujantes, habla algún amigo, familiar o pareja. Llama la atención el caso, por ejemplo, de Iván Mata, cuya pareja dice que se nota la frustración y desesperación que le produce vivir de un trabajo ninguneado del que se va prescindiendo cada vez más. Es también interesante cómo Jaime, el marido de María Picassó, explica su técnica de en los dibujos eliminar lo superfluo hasta dejar lo esencial, la verdadera razón de ser de una caricatura. Igual que Matías Tolsà, del que su padre dice que realiza un oficio en el que, además de dibujante, es una especie de psicoanalista. Lo que viene a decir al final Carlos Rodríguez cuando explica que un caricaturista no hace un retrato, que sería un reflejo del físico de la persona, sino que interpreta.
A lo largo de la historia, no faltan ejemplos de persecución de caricaturistas. Recientemente, en Charlie Hebdo, pagaron unas con la vida. En la revista española El Jueves, una caricatura censurada de Juan Carlos colocando una corona maloliente en la cabeza de su sucesor, Felipe VI, hizo que muchos dibujantes de su plantilla decidieran marcharse. En Venezuela, Hugo Chávez le soltó una reprimenda en el temprano año 2000 en una cadena nacional al dibujante Pedro León Zapata por una viñeta en la que daba a entender que el mandatario perseguía una sociedad civil sumisa. Un detalle ciertamente paradójico que se lo afeara.
En estas páginas Sciammarella considera que el humor gráfico tiene que molestar y remover. Ernesto Priego, por su parte, entiende que caricaturizar no es solamente una pasión o un talento, sino una forma de rebeldía en una sociedad donde la desigualdad es el hecho dominante.
En sentido contrario, tampoco faltan ejemplos de usos realmente criminales de la caricatura. Precisamente, na de las armas más poderosas del nacionalsocialismo fueron las caricaturas. Particularmente, las del diario Der Stürmer. Philipp Rupprecht "Fips", que llegó a hacer más de mil durante toda su carrera, se especializó en retratar a los judíos de forma que quedaban deshumanizados y se endurecía la sensibilidad que pudiera tener la población hacia los abusos contra ellos, que luego desembocaron en su exterminio. Le condenaron a diez años de trabajos forzados, pero pronto fue liberado y murió plácidamente en los años 70. Quienes más estuvieron expuestos a sus caricaturas, los jóvenes, mostraban menos sensibilidad. Esto se notó especialmente en el frente, cuando había que asesinar judíos sobre el terreno, los soldados más jóvenes eran los más dispuestos. Los mayores aún mostraban sus reservas. Der Spiegel se refirió a estas caricaturas años después como "una burla al honorable género".
En la actualidad, el género ya no está tan demandado. En la red prima el meme, la composición frente al trabajo artesanal. Los medios digitales, además, se conforman con el texto, las fotos y las ilustraciones son un elemento adicional caro. Carlos Rodríguez cuenta en el último capítulo que hay quien cree que este oficio está en vías de extinción y que a él le sigue costando explicar a qué se dedica y que todavía hay gente que no lo entiende. "Es un oficio precioso, pero poco valorado y no siempre bien remunerado", sentencia.
David García es más tajante. Considera que el caricaturista ocupa uno de los peldaños más bajos en la escala de creadores de los periódicos o las revistas. En tiempos de crisis, son los primeros en caer. Se podría hablar de ellos como de los canarios de las minas. No queda otra que volcarse en los medios digitales, donde el potencial de las caricaturas no se está empleando todavía a pleno rendimiento. El problema de los medios digitales es que tanto las fotografías, infografías o ilustraciones encarecen el producto y las estrategias más frecuentes pasan por la calidad más que por la cantidad. Aunque a veces se presuma de modelos donde prima el contenido, generalmente se les va la fuerza por la boca al poco tiempo y se vuelve al más de lo mismo: hipertrofia de la oferta y búsqueda del titular efectista para las redes. En este contexto, un trabajo que exige tanto cuidado como la caricatura lo tiene complicado.
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