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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Carlos Berlanga, recuperado y recordado

4/12/2016 - 

VALENCIA. La última vez que vi a Carlos Berlanga fue en su casa. Estaba allí para que me hablara de sus años en Alaska y los Pegamoides y Dinarama. En esas ocasiones nos acompañaba siempre Nacho Canut. Carlos aludía que no se acordaba bien de las cosas –era cierto- y que la presencia de Nacho le ayudaba a recordar –cierto también-. Hubo dos o tres visitas a Somosaguas con este fin, para que así el testimonio de Carlos ocupara el lugar que le pertenecía en el libro Alaska y otras historias de la movida, que andaba escribiendo yo por aquel entonces.

Recordar a Carlos es tan inevitable como extraño. No éramos amigos y tampoco es que nos viésemos a menudo. Pero sus canciones iban conmigo a todas partes. Las de Patti Smith o de Pixies también van conmigo a todas partes, pero sus autores no viven en Madrid. No hablan mi idioma. No pertenecemos al mismo lugar que yo. Carlos, al igual que Nacho y Alaska y otros artistas españoles que me gustan mucho, sí forma parte de ese espacio geográfico, social y cultural. Eso implica una cercanía que, al menos en mi caso, establece una diferencia importante. Nada de lo que te pueda estar hablando Carlos Berlanga me es ajeno. Al contrario, está conectado con la parte de mi equipaje cultural que me resulta más cercana. La parta local del discurso de Carlos y Nacho está emparentada con Luis García Berlanga y sus películas. También lo está con toda una época del cine español, con las películas de Laura Valenzuela y los guiones de Rafael Azcona, con el cine del destape y con la serie B. Y con los programas y anuncios de televisión y la televisión en sí misma.

Casi todo sobre Carlos

Recordar a Carlos es ahora mismo algo inevitable. Acaba de publicarse una caja –no la busquéis, ya está agotada- con toda su obra. Integral recoge sus cuatro discos en solitario, editados en vinilo de colores, acompañados por sus correspondientes versiones en CD y un sinfín de maquetas, además de temas en directo que también pueden verse en un DVD. Carlos cantando Rosas en el mar con Massiel, eso es un dúo. La caja se completa con un libro donde vienen fotos, letras y textos firmados por nombres afines a Carlos. Los de Pablo Sycet, Bernardo Bonezzi o Jorge Berlanga, son estupendos. Los de Pedro Almodóvar y Miguel Bosé son decepcionantes. Dos personajes importantes que podrían ofrecer una dimensión privada y artística de un gran creador se limitan a cumplir con el expediente de manera escueta. Cariñosos sí, y hasta cierto punto admirados, pero parece como si les diera miedo que, en caso de abrirse demasiado, fuesen a perder parte de su propio brillo.

Estamos en Lemuria

Da igual que este recuerdo empiece en Somosaguas, al final siempre acabamos en El Saler. En la terraza de un bar del pueblo, conocí hace unos meses a Pablo Lacarcel. Integral existe por el empeño de dos pablos. Lacarcel, desde Lemuria Music, y lleva a cabo una plausible labor de rescate y redescubrimiento de discos y artistas españoles en un país tan ingrato como lo es este con su música. Fabrica reediciones y recopilaciones en tiradas muy limitadas en vinilo, discos que sobrepasan la categoría de fetiches por su voluntad histórica y enciclopédica. Recientemente ha rescatado los singles y maquetas de Paraíso, el primer grupo de Fernando Márquez El Zurdo tras Kaka de Luxe. También ha puesto en circulación el álbum inédito de Vegetales y las grabaciones completas de Los Auténticos, imprescindible aportación a la nueva ola en español realizada desde Castellón.

Un escritor llamado Pablo Sycet

El otro pablo estaba predestinado a conocer a Lacarcel porque ambos compartían admiración y amistad con Germán Coppini. Otro artista incomprendido en un escenario musical, el nuestro, sin remedio. Pablo Sycet trabajó con Coppini en letras de canciones y en el diseño de la portada del álbum Flechas negras. Hace unos meses tuve el placer de acompañar a este Pablo en la presentación madrileña de su primer disco, Mirando la vida pasar, donde se da el gusto de interpretar canciones hechas con versos suyos y que originalmente fueron escritas para Luz Casal, Fangoria, Roberta Marrero o La Prohibida. Dicho disco nació acompañado de un libro, Palabra bajo palabra, donde se reproducen algunos de esos textos y otros más quedaban recopilados creando, como reza en la contraportada una suerte de biografía secreta y emocional del autor. La dedicatoria de mi ejemplar dice: “Para Rafa Cervera, que sabe tanto de la naturaleza de estas canciones como quien las ha escrito”. Pablo es artista plástico pero el talento que tiene para la pintura alcanza también a la palabra escrita. Julio Pérez Manzanares y yo no paramos de insistirle que tiene que escribir sus memorias y él no deja de mirarnos como si estuviésemos locos.

El otro Pablo

Pablo Lacarcel fue amigo de Germán y fundó con él el sello Lemuria Music. Acaba de honrar su memoria con la edición de un álbum póstumo que además de escuchado merece ser admirado. Si el aprecio por un artista puede medirse contemplando un disco, entonces el vinilo coloreado de Quimera nos da una dimensión de lo mucho que Lacarcel aprecia a Coppini. Tanto como Sycet apreciaba a Berlanga, un sentimiento que en cierto modo le llevó a convertirse en involuntario guardián de su legado. Ocuparse de insistir –siempre hay que insistir acerca de casi todo, es un hecho- para que su importancia no quede enterrada por esa indiferencia que aquí se confunde con el olvido. Eso es lo que Sycet ha venido haciendo a través de exposiciones como Viaje alrededor de Carlos Berlanga la cual ya rememoré en esta misma sección.

Documentos berlanguianos

Aquel último día con Carlos, una mañana de septiembre en Somosaguas, se ofreció a prestarme material para ilustrar el libro. Nos dejó solos durante un rato a Nacho y a mí en la casita en la que hacía su vida, y se fue a la casa principal a buscar lo que quería. Volvió cargado con dibujos, bocetos, escritos y fotos. Una de esas fotos era la que le hizo Gorka Duo con Andy Warhol en 1983; me la entregó con marco y todo. Había también maniquíes dibujados por él, un cómic sin terminar, y lo que Sycet denomina como acta fundacional de Alaska y los Pegamoides. Una cuartilla mecanografiada en la que cada uno de sus miembros se define a través de una especia de ficha y que estaba decorada por un dibujo del propio Carlos. Hoy ese documento está en la colección del Reina Sofía. Cuando Carlos falleció le devolví todo aquel material a Nacho Canut, mi contacto más cercano con Carlos. Nacho acabó dándoselo a Sycet, a sabiendas de que lo cuidaría y le daría buen uso como así ha resultado ser.

Orígenes del regomello

Recientemente volví a ver El extraño viaje, película de Fernando Fernán Gómez que partió de una idea de Luis Berlanga. En ella aparece esa máxima, deja la lujuria un mes y ella te abandona tres, que Carlos hizo suya para una de las canciones del álbum Vía Satélite alrededor de Carlos Berlanga. Esta vez reconocí una frase que Carlos y Nacho usaron durante una de aquellas conversaciones a tres bandas que tuvimos entre Somosaguas y la Gran Vía madrileña. La propietaria de un hostal, interrogada por la policía al haber tenido en su establecimiento al potencial autor de un crimen le espeta al inspector: “Es que tengo un come come y un regomello”. El mundo berlanguiano es una especie de bucle entre divertido y absurdo que nunca sabemos si parte de la realidad para terminar en ficción o viceversa. Tampoco me hace falta discernirlo, me sirve si me ayuda a seguir llevando a cabo mi propio extraño viaje y por eso a Carlos lo siento tan cerca.

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