VALÈNCIA. Desde el momento en que trazamos un círculo en la tierra, ya sea para construir una cerca, una valla o para levantar una simple cabaña, ya estamos estableciendo una fractura con la naturaleza. Esa división, que sirvió a los grupos humanos para juntarse, propició a su vez la formación de la ‘polis’ griega. Así explica Carlos Domingo lo que constituye el germen de su exposición Juntar las casas, que desde este martes 14 de febrero podrá verse en el Espai d’Art Contemporani ‘El Castell’ de Riba-roja de Túria.
Mediante una serie de dibujos, esculturas, fotografías y pequeños objetos -reunidos sobre una maqueta para mostrar el embrión del conjunto expositivo-, Domingo va dando buena cuenta de todo aquello que nos separa de la naturaleza, al tiempo que exhibe con sutileza sus concomitancias. “¿Quién no ha jugado a construir casas con cosas o hacer cosas con casas?”, se pregunta José Luis Clemente, comisario de la exposición. Un juego que, no obstante, el artista se toma muy en serio para, “desde el quicio de la duda”, abrir “un amplio abanico de trabajos que funcionan como placas tectónicas, de manera que unas obras sustentan a otras creando un tejido referencial que remite de manera constante al construir, al juntar”, añade el comisario.
De esta forma, Domingo establece a su vez conexiones entre el fondo y la forma; entre el acto civilizatorio de ponerle coto a la abrupta naturaleza, mediante ese levantamiento de vallas y empalizadas que nos protegen de su invasiva energía telúrica -aunque, ya lo estamos viendo en el terremoto de Turquía y Siria, siempre resulte precario-, y el propio acto constructivo. “Mi trabajo es fundamentalmente dibujístico -con esa impronta del carboncillo y del grafito-, pero sin elaboración de la mancha, ni la expresividad de la pincelada, aunque ahora introduzco el color como elemento simbólico”, señala el artista. Color –“que no pintura”, precisa-, para subrayar ese carácter, diríamos “litúrgico”, que aflora en su obra, partiendo de la creación con objetos aparentemente anodinos hasta alcanzar un inusitado misterio.
Basta contemplar, por ejemplo, las gorras que saltan a la vista en una de las paredes del ECA; gorras que, según apunta Domingo, tienen que ver con la protección asociada al portador de las mismas, pero también con el control. El artista juega, de nuevo, con términos opuestos (cultura-naturaleza, orden-desorden, protección-desprotección, civilización-barbarie), para que el espectador se vea interpelado en esos juegos asociativos, de manera que establezca los suyos propios.
“Sus obras cambian las reglas del mirar y juegan a establecer dudas en el orden de las cosas. Tienen que ver con lo inesperado y cambiante, con el vacío, tanto como con lo desbordante, con aquello que no tiene un arraigo y se manifiesta de forma fluida y, por tanto, desviada”, destaca Clemente. Así, unos simples azucarillos apilados pueden simular una empalizada, o unos moldes de madalena, diversos refugios. De esta forma, podríamos entender la obra de Carlos Domingo como una producción encaminada a hacernos “perder de vista el plano de la inmanencia -aquello que nos sujetaría a las cosas en un nivel horizontal- para elevarnos al plano de lo trascendente -el plano vertical en el que no habría posibilidad de poner límites a las cosas-“, concluye el comisario.