VALÈNCIA. Ante la duda, elige todo. Con esta rotunda sugerencia (¿o quizás es una orden?) presenta Carlos Fernández-Pello su nuevo proyecto artístico, que se puede ver en la galería de arte contemporáneo Luis Adelantado. El creador se sumerge en un universo de pieles en el que lo carnal y lo superficial acaban tejiendo un proyecto que habla de la identidad. Las texturas y los materiales son clave en un paseo que nada entre la comodidad y la tensión, un recorrido marcado también por los los impactos de unas marcas comerciales que hacen cuestionarse la identidad más allá de la propia piel que uno habita. Como artista y comisario, Fernández-Pello ha operado en espacios como La Casa Encendida o el Centro Cultural Conde Duque, mientras que como diseñador, otro pilar clave en su carrera, ha trabajado para clientes como Sony Music. Esta relación entre arte y diseño es, precisamente, el paraguas que lo trae a València, pues su exposición se enmarca en el proyecto expositivo a través del que las galerías de València se quieren acercar a la Capital Mundial del Diseño, un puente que marca tanto sus conexiones como sus diferencias.
-¿Cuál es el punto de partida de la exposición?
-Supongo que no hay un punto de partida. Desde hace varios años vengo aprovechando el trabajo previo, revisando mis obras anteriores, dejando que las cosas que he hecho en su momento determinen qué puedo hacer con ellas ahora. Intento intervenir como un ingrediente más de la sopa, no como el cocinero ni el iniciador de nada. No me interesa la autoría, ni la originalidad. Llevo un tiempo buscando una especie de ecología autosuficiente en donde las obras se rehacen y deshacen: así no invento nada nuevo pero tampoco conservo nada antiguo. Me copio a mi mismo y me repito, y eso por contra me renueva de verdad porque no decido por dónde voy ni me fuerzo a decir nada que toque decir. El ruido de fondo quizá sea el poder experimentar con el tiempo como un material; entender los objetos del arte como una arcilla temporal donde están a la vez todas las cosas que he hecho y que haré.
"Elegir todo es elegir también la nada, elegir lo que no ha sido, elegir el rechazo"
-El título ‘Elige todo’ es muy sugerente, ¿dónde queda el concepto de renuncia?
-La renuncia está dentro, queda incluida. Elegir todo es elegir también la nada, elegir lo que no ha sido, elegir el rechazo. Es reconocerse en lo bueno, en lo malo y en lo que no es ni bueno ni malo, y trabajar con ello y sin ello al mismo tiempo. Es querer ser todo lo que puedes ser y todo lo que no puedes ser, también en tu versión más oscura, más brillante. Para mí elegir todo es una forma de renunciar a la supuesta certeza que te da la ilusión de elegir. No se puede hacer, lo del elegir todo, pero se puede decir. Y al decirse se hace. El problema es que casi nadie lo hace, casi nadie se atreve, y por eso cuesta creer que es posible.
-En la exposición se muestran marcas comerciales como Fanta o Adidas, una clara alusión a la sociedad de consumo, ¿qué quieres reflejar con su inclusión de manera tan explícita?
-No me interesa tanto la sociedad de consumo sino cómo pervive lo sagrado en la ropa, en el arte, en los símbolos, en el hoy. La marca es una buena síntesis de todo lo anterior. El consumo es solo una palabra reciente que describe y viste de novedad principios muy antiguos.
Doy clase de identidad visual en diferentes centros universitarios y una de las cosas que primero se aprende como diseñador es que no existe nada parecido a una marca o un logo aislados. Cuando decimos marca de lo que hablamos es siempre de la síntesis de una red de igualdades más amplia que conforma una identidad. La marca puede ser una imagen, una palabra, un signo, que funciona como un archivo comprimido de toda una serie de valores, ideas o usos muy extensa. Una de las cosas que más me gusta señalar en clase es que la identidad es aquello que nos permite separarnos del resto, diferenciarnos, ser únicos porque paradójicamente es lo que nos permite igualarnos, identificarnos, "ser lo mismo que - "; "ser igual a - ". Esto quiere decir que nos diferenciamos de unas cosas porque nos igualamos a otras: lo que nos separa del resto es lo que nos une a lo demás, y lo que nos une a lo demás suele ser lo que nos separa del resto.
Es por esto que la identidad es una fuerza en tensión permanente. Nunca se resuelve, siempre está en disputa. Y cuanto más se mueve, cuánto más tiempo pasa cambiando, más abarca, más estable es y más reconocible se vuelve. Piensa en todas las cosas con las que se identifica Coca-Cola después de más de 100 años. Es mucho más que una bebida; es la Navidad, es el verano, es Estados Unidos, es la sociedad de consumo, es Papá Noel y es el rojo. O piensa en el caso reciente de Balenciaga: una marca medio muerta hace apenas diez años y que era sinónimo de señoras mayores conservadoras en los años 50, en París, y hoy es sinónimo de jóvenes modernas e irreverentes, que visten lo más estridente posible, intentando parecer pobres pero sin serlo.
Lejos de eliminar la identidad anterior, el cambio revive a la marca porque la hace presente hoy y la hace aún más estable, la vuelve más duradera y consigue que sea atemporal. Me interesa la marca desde ahí: como un símbolo de todo lo que se mueve para que nada se mueva. La marca es algo así como el tiempo contenido en el espacio de una forma.
-El texto de sala recupera la frase de Nietzsche: “todo lo profundo ama la máscara o el disfraz”…
- Sinceramente, tampoco sé a ciencia cierta qué quería decir Nietzsche con esa frase. Lo que me interesa de ella es que parece insinuar que la búsqueda de la verdad está emparentada con la superficie del disfraz y la ambigüedad evidente. Es decir, que las cosas importantes, o profundas, están finalmente en la apariencia. O que la apariencia es la única verdad posible. Es de nuevo, un trabalenguas paradójico que supongo tiene que ver con que la propia verdad, la propia idea de elección, de libre albedrío, es el disfraz que le ponemos a lo que sucede para no caer en depresión. Que solo podemos entender lo que sucede disfrazándolo de intención, de propósito, de subjetividad, aunque dudemos en el fondo si realmente tiene una dirección o una intención clara.
Lo que me he propuesto en este caso es ver cómo funcionaría la lógica del disfraz con las propias obras de arte: ¿podemos disfrazarlas de otra cosa? ¿podemos alterar su identidad? ¿podemos cuestionar su género? ¿puede una pintura transicionar a una camiseta? ¿puede un mueble transicionar a una escultura? ¿puede una peana hacer drag? Hoy día parece más accesible entender lo variable y diversa que puede ser la identidad de los humanos y el cómo nos construimos a través de una red social y conceptual, pero rara vez aplicamos esa herramienta epistemológica a nada más que a nosotros. En aras de una identidad líquida seguimos cayendo en la tentación de ser especiales, y atribuírnos la exclusividad del cambio.
"El diseño es una obra de arte disfrazada de utilidad, mientras que el arte es un objeto útil disfrazado de trascendencia"
Sin embargo, al ponerle camisetas a algunas de mis esculturas antiguas surgen personajes, se crean perfiles psicológicos de las cosas, emergen personas, máscaras, verdades en forma de disfraz. Hay obras más juguetonas, más optimistas, otras algo más sombrías y algunas aburridas. Las hay que tienen un ego enorme y dominan el espacio y las hay mas subordinadas, subalternas, llamadas a acompañar y a estar en el segundo plano del relato. Aunque a menudo este sea central a todo lo demás.
-Me resulta curioso que la muestra reflexiona sobre la identidad pero sin mostrar un rostro (lo más parecido es el casco o el busto cubierto por gorras), ¿ha sido algo consciente?
-Sinceramente, no, no lo había pensado así. Pero con todo lo anterior, me hace todo el sentido. La cara es, por decirlo de alguna manera, la marca de la identidad humana. Cuando se dice que la cara es el espejo del alma, traducido al lenguaje del 2022, creo que estamos diciendo que la cara es la marca de lo que eres. El archivo zip de tu subjetividad, de tu persona.
En ese sentido, en el caso de los bustos sí habría una acción consciente al querer enmascararlos con diferentes tipos de marcas. En el caso de las gorras, la identidad estaría saturada con las marcas textiles, con los logos, pero también con la gorra en sí, que es una marca, una síntesis, de la cabeza y del pelo: un símbolo de aquello que envuelve al pensamiento y lo protege del frío, del calor, de la luz. En el caso de la máscara de soldador, se trata de una marca que explica cómo he realizado gran parte de las piezas de la exposición, soldando, mientras que también oculta un busto de poliestireno marcado por el calor de la soldadura.
Ambos son, en cierto sentido, meta-marcas o meta-identidades de la propia exposición. La marca del artista como filósofo y la marca del artista como amante. Que vienen a ser casi la misma.
-Hace unas semanas se presentó el proyecto marco que vincula la Capital del Diseño con las galerías de arte (en el que se enmarca esta exposición), un acto en el que Marisa Gallén insistió en que aunque hayan conexiones, el diseño no es arte. ¿Dónde dirías tú que están los límites entre una cosa y la otra?
-Coincido en que no son lo mismo precisamente porque son idénticos: se diferencian precisamente porque se parecen. El diseño es una obra de arte disfrazada de utilidad, mientras que el arte es un objeto útil disfrazado de trascendencia. El límite entre ambas está precisamente en la ilusión de su elección.
Mi trabajo trata precisamente sobre eso. En lo parecidos que son por lo mucho que se diferencian.
-Una de tus piezas con mayor difusión fue la que realizó para la portada del álbum Ídolo de C. Tangana, un gato de mármol con una masa amorfa como cabeza, ¿cómo se dio la colaboración?
-Casualidad. Teníamos una amiga en común.
-A este respecto, ¿en qué punto cree que está la relación entre diseño, arte contemporáneo y otros ámbitos culturales del mainstream, como música o televisión?
-El arte, el artista, lo que llamamos estilo u obra está mucho más cerca de la cultura de la identificación mainstream que nunca. La identidad hoy lo es todo. El valor solo aumenta cuanto más grande es el conglomerado de cosas que puedas "igualar" o "identificar" contigo, otorgando valor al nombre, al objeto, al estilo de aquello que se enseña.
Imagínate un futuro en el que el mundo del arte haya abrazado el branding sin remisión. Donde todo es una marca. Hace tiempo que tu persona, que tu nombre, se ha evaporado en una gran colaboración corporativa con todos tus sponsors. Como artista piensa ahora en el museo que te defiende, en la colección que te compra, la galería que te representa, el discurso que te mueve, la moral que se te aplica, la comisaria que te elige, la tienda que te vende, el canal que te distribuye, la bebida que te tomas, el paper que te lees, la autora que citas, la política que sigues, la escultora que te gusta, la pieza que te flipa, el pintor que te envidia, el cineasta que te aprecia, el café que filtras, la compañía en la que viajas, la bienal que visitas, el hotel en el que te alojan, la red social que te comparte, las keywords de tu statement, los tags de tus posts, los países en los que expones, los críticos que te reseñan, las revistas que te nombran, los periodistas de las que eres amigo, les fotógrafes que te capturan, las collectors que te guardan, los art-lovers que te etiquetan, las celebrities que te mencionan, las webs que te linkean, las coincidencias en tu navegador de preferencia, el número de impactos en la mente de cientos, miles, millones de personas, los likes de tus alumnos, la diseñadora con la que colaboras, el bot que te escribe, la actriz a la que inspiras, la universidad en la que estudias, el máster que te becan, la directora que te apoya, la feria en la que te cuelas, la amiga de la que te enamoras, la obra que nunca enseñas, la crítica que no te hacen, la minoría a la que no perteneces, la mayoría con la que no te identificas, la película que te rompe, la canción que te repara, la ropa que ya no llevas, la camiseta que te regalan. Imagínatelo. Y elige todo.