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Carlos Marzal: “Me resulta muy antipática la idea del escritor atormentado”

Una década después de la publicación del libro de relatos Los pobres desgraciados hijos de perra (2011), el escritor valenciano vuelve a Tusquets con Nunca fuimos más felices. Unas peculiares memorias autobiográficas en las que Marzal reconcilia dos pasiones en apariencia muy dispares: el fútbol y la literatura

13/01/2022 - 

VALÈNCIA. Carlos Marzal (València, 1961) ha regresado a la narrativa con un libro atípico, imposible de catalogar dentro de un género. Nunca fuimos más felices (Tusquets) podría describirse como unas memorias autobiográficas salpicadas de aforismos, anécdotas que podrían pasar por relatos de ficción y reflexiones propias de un ensayo cultural o un tratado de filosofía epicúrea. El escritor valenciano, adicto al fútbol desde que era niño y jugaba de alevín en el Burjassot CF, toma este deporte como punto de partida para hablar de la paternidad, la amistad, el oficio de escritor y la pasión lectora. 

Marzal se inscribe así dentro de una larga saga de intelectuales apasionados por el balompié. Una nómina que incluye a Camus -que decía que todo lo que había aprendido de moral se lo debía a los años en los que había jugado al fútbol-, a Pasolini -que al parecer manejaba el balón con una técnica depurada-, y a escritores españoles como Francisco Brines, Luis García Montero, Benjamín Prado y Almudena Grandes.

Marzal se abandona en este libro a todo tipo de juegos y elucubraciones. Como la de construir mentalmente su Selección Literaria ideal, con su correspondiente argumentación. (Avancemos que en la Hispanoamericana pondría a Borges de centrocampista y a Juan Rulfo de delantero. En la Internacional colocaría a Homero de portero, a Nabokov de delantero y dejaría a Proust y a Chéjov de reservas). 

Al atravesar las más de 500 páginas que integran Nunca fuimos tan felices, el lector encuentra motivos para reír y para todo lo contrario. Marzal rememora juergas nocturnas y anécdotas estrambóticas en las que se ven implicados poetas, personajes patibularios y porteros de la Ruta del Bakalao. Pero también recuerda a amigos que ya no están, como el poeta mallorquín Miguel Ángel Velasco o Antonio Cabrera, que falleció en 2019 como consecuencia de una grave lesión medular que sufrió mientras jugaba con una pelota de fútbol. La prórroga de este libro es el relato de este terrible accidente, que tuvo lugar precisamente en la casa de Serra de Carlos Marzal. Desde allí nos atiende el escritor valenciano.

- En 2005, con motivo de la publicación de tu primera novela, Los reinos de la casualidad, me comentaste que siempre te han gustado las novelas desordenadas, en las que se desbordan los cánones narrativos. ¿Cómo definirías un libro como Nunca fuimos más felices?
- Es un libro con fútbol, pero no de fútbol. Es el punto de partida, el desencadenante de la reflexión. Precisamente por ser un universo muy rico, me da pie a hablar de muchas otras cosas. Siempre me han gustado los escritores juguetones, que saltan de una cosa a otra y se van por los andurriales. Me siento muy cómodo en el ámbito de lo poco definido.

- Estuviste muy implicado en el fútbol desde la niñez. Primero como deportista, después como seguidor “apátrida” -es decir, valencianista pero no forofo radical-, y desde hace años como asistente personal de un hijo adolescente que está encauzado hacia el fútbol profesional. En el libro reconoces que tu fervor futbolístico también es “una estratagema para prolongar la infancia de mi hijo mediante la búsqueda de complicidades afectivas”. 
- Todo el que ha jugado al fútbol en la infancia es un adicto de por vida. De hecho, creo que los que denostan este deporte es fundamentalmente porque nunca han jugado. Yo soy la prueba de ese contagio. Mi hijo juega al fútbol desde que tenía 3 años, y ahora mismo está en los juveniles del Castellón CF. Y eso se ha convertido en un lazo de complicidad muy importante entre los dos. El fútbol me ha regalado mucho tiempo en su compañía en unos años en los que, como es ley de vida, los hijos van apartándose de sus padres.

- El fútbol es entonces una manera de no cortar lazos con la infancia. Un periodo de la vida que, según comentas en el libro, siempre acaba mal.
- La infancia siempre acaba mal porque acabamos convirtiéndonos en adultos. Pero los adultos nos resistimos. Queremos mantener algún rescoldo de ese momento en el que, según decía Fernando Savater, no habíamos caído todavía en el tiempo y éramos niños-dioses. Los veranos, los viajes, los deportes… todo aquello que queda fuera de lo estrictamente obligatorio y laboral forma parte de ese intento de mantener viva la infancia.

- No niegas los aspectos más chusqueros del mundo del fútbol, como el salvajismo de algunos aficionados o el amarillismo de cierta prensa deportiva. Pero señalas al mismo tiempo que esa idea de que la única forma de ocio superior es la intelectual es un espejismo. Defiendes el puro entretenimiento. 
- Por supuesto. La literatura y el cultivo de la inteligencia es fundamental, y obviamente pienso que quien no accede al universo de la cultura se pierde algo muy importante. Pero no quiero mitificar. A los poetas nos gusta decir que sin la poesía el mundo no sería el que conocemos, pero la verdad es que el mundo puede vivir perfectamente sin poetas, narradores y filósofos. El ocio despreocupado, el placer menos grave, también es fundamental. No hay nada más coñazo que las personas monotemáticas. Nada más pesado que un escritor con el que solo puedes hablar de literatura, de la misma manera que no hay nada más aburrido que un individuo con el que solo puedes hablar de fútbol.

- Hablas en varias ocasiones de la idea de éxito y fracaso, sobre todo en relación al oficio de escritor. ¿Ha cambiado tu concepto de éxito desde que publicaste tu primer poemario a mediados de los años ochenta?
- No ha cambiado mucho. Siempre tengo en la cabeza un aforismo de Juan Gil-Albert que dice que hay que vivir ilusionado, pero sin hacerse ilusiones. Me parece que la sociedad se equivoca mucho al vincular el éxito a un futuro a largo plazo. Es absurdo hacerlo, porque la vida es una cosa que, como bien sabemos, termina con la muerte. El éxito solo se puede medir desde el instante presente. Si estás haciendo lo que te gusta, ya sea comer con un grupo de amigos o escribiendo, eres un individuo de éxito. 

- Emprender un libro, dices, es un acto de locura. Por el esfuerzo que implica y por la limitada repercusión que tiene. 
- Escribir es uno de los oficios más solitarios que existen. Consiste en estar en casa encerrado sin salir, sin ver a los amigos, sin viajar. Muchas horas delante de la pantalla tratando de ordenar palabras sin saber si vas a poder terminar o si vas a poder publicar. En el caso de que se publique, tampoco sabes qué repercusión va a tener. Incluso en el caso de que un libro tenga un cierto éxito, no deja de ser una labor que te ha llevado varios años y que se lee en unas cuantas horas. Al final, los escritores sabemos que en la cabeza del lector solo queda una vaga impresión de los libros que lee. Tenemos una impresión de lo que es el Quijote, pero solo tenemos verdadero conocimiento de la novela mientras la leemos. Creo que, también en ese sentido, la escritura es una locura. Pero, aunque es duro y exige mucho trabajo, si supusiera un tormento para mí ten por seguro que lo abandonaría. Me resulta bastante antipática esa idea romántica del escritor maldito, atormentado, medio fracasado en todos los ámbitos de la vida y contemplador de la luna.

- ¿Por qué has tardado más de diez años en publicar un libro de narrativa
- Los libros se me alargan siempre. Pienso que voy a terminar en pocos meses, pero después pasan años. Creo que nunca he tenido prisa en acabar mis libros porque disfruto mucho del proceso de escritura. Ahora mismo tengo en marcha una novela, llevo cerca de 200 páginas, y estoy muy contento porque a finales de 2022 o principios de 2023 publicaré un libro largo de poemas. Llevaba casi once años sin escribir un poema. Sentía nostalgia.

- ¿Cuál crees que es el público objetivo de un libro tan peculiar como Nunca fuimos tan felices? ¿Crees que puede acercar al fútbol a lectores ajenos a este mundo, y viceversa?
- Creo que a este libro se acercarán aquellos que ya tienen inoculado previamente el veneno de la lectura. No estoy muy convencido de que exista siempre un trasvase lógico entre una afición y un libro que hable de ella. Creo que el 80% de los cazadores no leen libros de caza, igual que la mayoría de los corredores de maratones no leen libros sobre la mística de la carrera, y eso que se han escrito cosas muy buenas. Un buen ejemplo de esto lo encontramos en el libro de memorias de Andrés Iniesta que publicó Malpaso. Siendo uno de los futbolistas más conocidos del mundo (seguro que lo conocen 500 millones de personas), parece lógico pensar que por lo menos se vendieron 100.000 o 150.000 ejemplares de su biografía, ¿verdad? Pues resulta que al final se han vendido no más de 5.000 ejemplares. Creo que ni se ha reeditado. Otro ejemplo. Yo fui editor de un libro que se llamaba Sentimiento del toreo, donde reunimos textos maravillosos de Vargas Llosa, Francisco Brines, Claudio Rodríguez, Felipe Benítez Reyes, etcétera. Pues solo se vendieron unos 4.000 ejemplares. 

- No es ningún secreto que el periodismo deportivo, y en especial el futbolístico, es un “verso libre” dentro de la profesión. Es un género especialmente permeable a la creación de neologismos y a las licencias literarias. ¿Cuáles son, en tu opinión, los cronistas deportivos de pluma más interesante? ¿Crees que debería haber más escritores infiltrados en las columnas deportivas? 
- Hay muchos escritores que han tratado muy bien el tema. Vicente Verdú es un referente. También Benedetti, Eduardo Galeano o el novelista mexicano Juan Villoro. Pero leo también con mucho placer a periodistas puros. Me gusta mucho cómo escriben Cayetano Ros, Paco Lloret, Segurola… Hay profesionales muy interesantes en el periodismo deportivo, pero me gusta más cuando son los novelistas o pensadores los que toman el fútbol como materia literaria.

- En el libro “descubres” las pasiones futboleras de muchos intelectuales españoles. Uno de ellos, el poeta Francisco Brines, que era muy valencianista.
- Sí, hay una anécdota de Brines que me gusta mucho porque explica muy bien el cambio de mentalidad con respecto al fútbol que se ha dado en España. Paco me contó que una vez, durante el tardofranquismo, estaba en una tertulia en el Café Gijón, y entre los asistentes estaba el novelista Juan García Hortelano, perteneciente también a la generación del 50. Estuvieron ahí toda la tarde y en un momento dado los dos se levantaron de la mesa, se despidieron y se fueron cada uno por su lado sin decirse a dónde iban. Para su sorpresa, al cabo de una hora y pico se encontraron en la puerta del Calderón. Esa tarde jugaba el Valencia CF y el Atlético de Madrid. En aquellos tiempos, ser aficionado al fútbol era prácticamente un pecado mortal dentro de los círculos intelectuales. Se veía como una afición grosera y demasiado popular. Estaba asociado al franquismo de una forma ridícula, porque también hubo fútbol durante la República y con la democracia. 

- Este es un libro con muchos gradientes emocionales. Tiene partes muy tiernas, otras más macarras y divertidas, y otras escritas desde el dolor. 
- Para mí, uno de los aspectos fundamentales de la literatura es la emoción estética. Pero en la literatura, la emoción ha de ser inteligente, sin patetismo, sin pasarse de temperatura. Es un asunto fácil de explicar, pero muy difícil de conseguir. Espero haberlo conseguido.

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Marzal deja para el final del libro el relato del accidente que sufrió su amigo Antonio Cabrera en su casa de Serra. Era un domingo feliz, una reunión de amigos en torno a una paella con una larga sobremesa de risas y canciones. Ocurrió todo en un segundo. El poeta gaditano, afincado en la Comunitat Valenciana hacía muchos años, sufrió una grave lesión medular mientras se pasaba la pelota en el patio con el hijo de Marzal. Quedó tetrapléjico, y falleció dos años después al no poder superar las secuelas. “Uno jamás piensa que a la completa alegría festiva pueda suceder, sin transición, la desolación completa”, reflexiona el escritor en este libro.

“De alguna forma -nos cuenta Marzal-, en esa “prórroga” está resumido todo el libro, porque ahí hablo de la amistad, de la literatura, de la felicidad, pero también de la inevitabilidad de lo trágico, que es el contrapunto de la vida. Las desgracias y los momentos malos son los que nos enseñan a valorar la vida. Quise incluirlo como homenaje a mi amigo y como exorcismo. Creo que en el poder curativo de la literatura. Si el psicoanálisis es una cura mediante la conversación, la escritura y la lectura son formas de curación mediante la palabra escrita”. 

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