A Mazón no le hace efecto el reconstituyente que se ha tomado. La actitud estoica y resiliente de la que hizo gala hace casi un mes en Les Corts no fue más que fruto de los efectos del chute de adrenalina heroica del momento. En esos instantes, ya lo escribí, se le veía convencido de que iba a conseguir reconstruir lo destruido, como escribió Ignacio Camacho, daba la sensación de que se presentaba él mismo como candidato en una investidura tras el cese de un gobierno inepto, lo que no contaba es con que su carrera política pende de un respiradero que en cuanto a alguien de su familia política le dé por desconectarlo, será su fin. Se ha puesto de foto de perfil en las redes sociales una estampa suya con el filtro gris, con toques melancólicos, tristes, de luto. Cada vez que uno ve a Carlos Mazón en fotos o en vídeos tiene la sensación de estar presenciando una promo del nuevo refrito de The Walking Dead. Hay una instantánea reciente de la Conferencia de Presidentes, en la que Pedro Sánchez le saluda y parece estar dando una última unción a un moribundo. Mazón agacha los hombros y mira con cara de clemencia al Presidente del Gobierno.
¿En serio no hay nadie que le diga que tiene que cambiar de actitud? Es lo que pasa cuando te rodeas de fieles y no de competentes. Que ojo, no es que sean malos, como escribió hace unas semanas Ximo Aguar todos los que forman parte de su círculo tienen una dilatada carrera, lo que pasa que confirman mi teoría sobre la meritocracia, que se basa en un profundo escepticismo en la valía de determinados perfiles aunque tengan en su haber experiencias en el sector privado.
Tendemos a pensar que en el mundo profesional alejado de la cosa pública hay talento a raudales, pero la realidad es que nuestro país tiene el mismo número de personas incompetentes en el sector privado que en el público. Ya se ha visto que por mucho currículum que tengan y que por mucha big 4 en la que hayan trabajado, los que aconsejan a Carlos Mazón están más perdidos que un pulpo en un garaje. El problema que hay es que él, en lugar de hacer una purga y de cortar los tentáculos de los que manejan sus hilos, ha cerrado filas en torno a su núcleo duro, uno que está siendo su peor enemigo. No porque le están haciendo la zancadilla, sino porque le tienden la mayor trampa que te pueden tender tus colaboradores, dejar que te mueras sin que haya el mínimo ánimo de que resucites, aunque sea a costa de un pequeño calambrazo que te haga recuperar el pulso. Mazón camina asistido por la inercia del poder cometiendo errores garrafales de comunicación. Habla de reconstrucción, pero en el fondo, en lo más íntimo de su ser, todavía sigue de luto, no sé si por los fallecidos por la DANA o porque sabe que está muerto políticamente. Quizá sea una mezcla de los dos, la clemencia beata me dice que lo debe de estar pasando mal, que le sobrepasa la situación.
En una crisis no solo vale con palabras bonitas o de motivación sacadas de una de esas agendas ñoñas (a Mazón le vendría bien una, por cierto), sino que a través de la compostura uno debe creerse lo que dice. No puedes estar hace unas semanas sacando pecho de tu supervivencia hercúlea y ahora ir por ahí con una cara de funeral permanente. No sé si incluso las mentes pensantes le habrán dicho que fuerce todavía más esa cara de circunstancia, lo dudo, creo que es verídica, pero una vez cometido los errores uno debe apechugar y asumir responsabilidades.
En el liderazgo la apariencia importa, lo que proyectamos a los demás, no solo a la ciudadanía sino a nuestros interlocutores, también es relevante. Dicen los entendidos que uno de los motivos por los que Pedro Sánchez sigue siendo presidente del Gobierno es que cuando entra en una sala se nota con su presencia que ese tío manda. Al presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, se le intuye esa inseguridad cronificada tras lo sucedido en la Dana, estamos llegando a la Navidad pero él sigue en Halloween.