Se cumplen 80 años del inicio de la Guerra Civil que desterró, entre muchos otros, el trabajo del alcoyano Carlos Palacio, autor del Himno de las Brigadas Internacionales
VALENCIA. “Por decoro, no quiero preguntarle qué circunstancias les separaron a ustedes”, comenta el periodista de Radio París. “Puede usted preguntarlo, yo creo que es muy fácil comprenderlo”, responde una voz amable, que añade con naturalidad: “nos separó un bache de muchos años, una separación, una guerra, un exilio… pero, por encima de todo, la amistad sigue como algo real”. Es la respuesta de alguien al que, en el ocaso del Franquismo y tras casi un cuarto de siglo de destierro, no le duelen prendas en reconocer que se alegra de encontrarse con representantes oficiales del estado español en París. “Para usted es un motivo de satisfacción encontrarse con representantes de la España oficial”, soslaya el periodista. “Es un motivo enorme de satisfacción porque, por encima de las barreras, por encima de las ideologías, por encima de los temperamentos… está el hombre, y el hombre debe encontrarse siempre”.
Así respondía, increíblemente aún con cierto acento valenciano a pesar de los años de exilio, Carlos Palacio. La entrevista para Radio París en junio de 1974 surgía a partir de la sorpresa de comprobar cómo un nombre español, el suyo, se colaba en el programa del II Festival de Música Rusa y Soviética desarrollado en el Théâtre de la Ville. “Un teatro de gran prestigio, el teatro municipal, popular, de la villa de París, enclavado en el corazón de París”. A sus 63 años, Palacio aún conservaba una encantadora tendencia a la sorpresa y la fascinación por sus propios logros; tras más de 40 años de carrera como compositor todavía se emocionaba. “Fue un espectáculo. Yo estaba en la fila 15, terminó mi cantata y el director me llamó, -pocos directores me han llamado en mi vida para que pase al escenario- bajé y fue todo de una gran emoción”, recordaba aún con la experiencia fresca.
No es que uno no deba conservar esa capacidad de sorpresa y alegría ante su trabajo, ni mucho menos; es que resulta de especial mérito en una figura que, como la de Carlos Palacio, no ha alcanzado precisamente pocas cotas de excelencia en su labor. En este caso, el problema reside fundamentalmente en nosotros. ¿Quién es Carlos Palacio y por qué resulta tan entrañable que, con más de seis décadas en su cerviz, todavía conserve intacta la alegría por el hecho de que un director le pida subir al escenario? El estreno de su ‘Cantata a Lenin’, con versos de Blas de Otero, en el Teatro de la Villa de París a cargo del Coro Yurlov no era la primera vez que Palacio degustaba el éxito: cuando se cumplen 80 años del estallido de la Guerra Civil española es de justicia recordar también que parte de la banda sonora de aquellos años fue suya.
Carlos Palacio García, nacido en Alcoi en 1911, fue el responsable de la música para el ‘Himno de Marcha de las Brigadas Internacionales’ (1936) al que, con posterioridad, el alemán Erich Weinert le añadió la letra. Originalmente dedicado al secretario general del Partido Comunista Brasileño, Luis Carlos Prestes, la composición terminó por convertirse en el himno para los más de 50.000 brigadistas extranjeros que participaron en la Guerra Civil. Palacio era una de esas figuras cuya acreditación para tal fin estaba más que demostrada: militante del Partido Comunista Español, jamás se separó de sus ideales; “la verdad es que tengo muy buenos amigos allí, compositores soviéticos, y siempre que hay algún motivo se me invita”, explicaba en la misma entrevista en Radio París sobre sus visitas a Moscú.
“¿Serán ilusiones o nos parecerá escuchar acentos de una canción que fue legendaria, aquella de ‘Las Compañías de Acero’?”, se pregunta el periodista de Radio París en un programa anterior a la entrevista a Palacio, en 1971, con motivo de la publicación de su colección España En Mi Corazón. Efectivamente, el compositor alcoyano también fue el responsable de otra de las canciones más conocidas durante el periodo de la Guerra Civil, la mal llamada Marsellesa española, con letra del periodista y poeta Luis de Tapia. Antes de la guerra, Palacio, instalado en Madrid desde 1928, ya dejaba su firma en el diario Mundo Obrero y había ejercido de director en los llamados Coros Proletarios de la capital.
A pesar de que su etapa creativa se vio forzosamente modulada por el levantamiento militar y una guerra que duró tres años, Palacio supo adaptarse; incluso cuando estalló la guerra y fue movilizado, recalando en el Cuartel General del Ejército de Levante en Torrent (conocido como la Posición Pekín). El compositor formó parte del Altavoz del Frente (Milicias de la Cultura del gobierno de la República) que recogía tanto exposiciones artísticas como emisiones de radio, publicaciones, teatro y, por supuesto, música; “al desafío de ‘cuando oigo la palabra cultura saco la pistola y disparo’, el mundo intelectual se estrechó en una solidaridad organizada y activa dispuesta a defender el pensamiento”, recogía el propio Palacio en una carta abierta a Juan Gil-Albert escrita en 1982. De ahí surgió, al mismo tiempo, su participación en Colección de Canciones de Lucha (Imprenta Tipografía Moderna de Valencia, 1939), una recopilación de himnos de la Guerra Civil encargada por el Ministerio de Instrucción Pública de la República en la que, evidentemente, el compositor tenía mucho que decir.
Palacio era un habitual de la Alianza de Intelectuales de la calle Gobernador Viejo y del Ideal Room, el café de la calle de La Paz en el que los intelectuales evacuados por el gobierno se reunían durante la guerra. Al acabar el conflicto, el compositor inició un periodo de incertidumbre vital que primero le llevó a regresar a Alcoi (“siete interminables años de destierro interior”, reconocía en la misma carta antes mencionada), para acabar optando por el exilio en París a partir de una beca otorgada por el Ministerio de Cultura galo. Tampoco entonces abandonó su militancia. Desde allí, quién sabe si desde la Rue de Jour a la sombra de la Iglesia de San Eustaquio de París, desde donde recibía al periodista de Radio París, no dejó de componer. De aquella época data, por ejemplo, la sintonía que compuso para Radio España Independiente, La Pirenaica, amparada desde la clandestinidad por el Partido Comunista de España.
“Yo no soy andaluz. Soy valenciano. Y, es más, de la tierra montañosa de Alcoi”. Así se manifestaba Palacio en una de sus apariciones en Radio París entre 1962 y 1974. Su militancia alcoyana también estaba fuera de duda, sobre todo al escuchar los ecos lejanos de una voz femenina que, al inicio de una de las grabaciones que resisten en la fonoteca de la Universidad de Alicante, le espeta entre risas un “che, calla! Tú assenta’t!”. “Qué puede hacer uno en París si no canciones de España”, reconocía Palacio que, mientras en España no recibió ningún atisbo de reconocimiento hasta 1984 (con el Premio Nacional de Fonografía del Ministerio de Cultura), sí publicó en importantes discográficas francesas colecciones como la fantástica Chants d’Espagne. Six Poèmes de Rafael Alberti.
Volvió a España en más de una ocasión (en 1976 dirigió el Himne de Festes de los Moros y Cristianos de Alcoi), pero ya nunca a residir de forma permanente, probablemente como daño colateral a lo que mencionaba en la carta a Gil-Albert en el 82: “la gran noche se abatió sobre mi música en España. Cerrado por el oeste, -realidad geográfica entrañable y perdida- me vi obligado a abrir brecha por el este. Así paseé por muchas ciudades dejándome en ellas jirones de mi alma y de mi música”. De esta manera hablaba Palacio de su trabajo en España, después de que en octubre 1950, ya exiliado, se estrenara una obra suya en el Teatro Principal de Valencia con una orquesta dirigida por Daniel de Nueda. “Fue mi canto del cisne”.
Carlos Palacio García no abandonó su residencia en el exilio francés hasta el último de sus días, que llegó una jornada de febrero de 1997. De hecho, en un primer momento fue enterrado en París; sin embargo, en abril de 2004 sus restos se trasladaron hasta el cementerio de Alcoi para reposar junto a los de su mujer. Tal y como rezan las crónicas de la época, ningún representante político del consistorio alcoyano acudió al acto.