VALÈNCIA. (EP). Doctora en Derecho, profesora, escritora, política y apasionada del mundo de la cultura, además de activa feminista y pionera en la ruptura de 'techos de cristal'. Así se describe la trayectoria de la exministra socialista Carmen Alborch, que ha fallecido en València a los 70 años de edad.
Nacida en Castelló de Rugat (Valencia) el 31 de octubre de 1947, Carmen Alborch se licenció en Derecho en 1970 y se doctoró tres años después en la Universitat de València, donde fue profesora titular de Derecho Mercantil y la primera mujer decana de la Facultad de Derecho.
Alborch irrumpió en la política en 1987 de la mano del gobierno valenciano de Joan Lerma, asumiendo la Dirección General de Cultura y después la dirección del Institut Valencià d'Art Modern (IVAM) en sus primeros pasos hasta que Felipe González le ofreció el salto a Madrid para hacerse cargo del Ministerio de Cultura entre 1993 y 1996.
Apasionada de la cultura
Apasionada de la cultura, mantuvo siempre el contacto con este mundo colaborando en publicaciones especializadas y con su habitual presencia en eventos sociales y culturales. Diputada en el Congreso, senadora y también candidata a alcaldesa de València en 2007, la política ha ocupado gran parte de la vida de una mujer que ha sido calificada por muchos, compañeros y 'adversarios' en el mundo de la política como adelantada a su tiempo.
Y es que el feminismo ha sido fuente de inspiración y a su vez destino final en su faceta de escritora. Alborch publicó al principio de siglo títulos como Solas, Malas o Libres en los que reflexiona sobre los cambios en la vida de las mujeres y la igualdad, y más recientemente Los placeres de la edad, en el que ya en 2014 reivindicaba el derecho a vivir con plenitud en la madurez, plasmando el optimismo que la caracterizaba.
Precisamente al recibir la medalla de la Universitat de València en 2017, Alborch agradeció ese "detalle" y aprovechó para hacer balance de su vida, apelando al feminismo que siempre ha reivindicado y mostrándose orgullosa de pertenecer a la generación "entusiasta" del 68.
La edad como aventura
"Voy a cumplir 70 años y quizás sea el momento de plantearme la edad como aventura (...) Siento que si hay algo que celebrar es la vida misma. Es un buen momento para rebobinar y mirar hacia atrás, estar en paz con el pasado, tener nuevas metas y proyectos, combinar la humildad y la sabiduría", dijo en su discurso, en el que aseguró estar convencida de que "el profundo secreto de la alegría es la resistencia".
Un año después se produjo su última aparición pública, el pasado 9 d'Octubre, Día de la Comunitat Valenciana, en el que recogió visiblemente emocionada la Alta Distinción de la Generalitat, reclamando considerar el feminismo Patrimonio de la Humanidad.
"Al final de una carrera, piensas que ya está todo dicho, pero te das cuenta de que no, de que hay también una mirada retrospectiva de lo que has hecho y hace mucha ilusión", dijo Alborch, que reiteró su apuesta por "construir y luchar por un mundo mejor", trabajando en ese camino "hasta el último suspiro".
La escritora que quiso derribar muros
Carmen Alborch, la mujer de la sonrisa permanente, la imagen rompedora y moderna en el ambiente cultural español, donde irrumpió en los años 90, cuando fue nombrada ministra de Cultura en el Gobierno de Felipe González, fue también una gran escritora.
Una mujer que antes de llevar la cartera de Cultura, estuvo al frente del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) y una figura indispensable en las inauguraciones de exposiciones o en todo tipo de estrenos en Madrid o donde se la reclamara ataviada con sus habituales toques de modernidad con los que envolvía su imagen, con su melena anaranjada, labios de carmín, zapatos de plataforma, tocados o pañuelos de colores arriesgados.
Y es que también Alborch, mujer abierta y luchadora por las causas de la mujer, fue escritora de éxito, como con el libro que escribió en su madurez, cuando invitaba a reflexionar sobre las mujeres y la igualdad y enseñaba a descubrir los beneficios que puede reportar la edad.
Lo bueno de cumplir años
Fue en 2014, a sus 67 años, cuando publicó Los placeres de la edad (Espasa), un ensayo de gran éxito con el que contribuyó a desterrar "la visión tan negativa que sobre la vejez tiene la sociedad", como explicó ella misma en una entrevista con Efe. En el libro reflexionaba sobre todo lo bueno que conllevaba cumplir años, "cuando la vida laboral decrece y se dispone de más tiempo para gestionar y reinventarse".
"Porque la vida no es una cuesta hacia abajo -decía-; como mínimo es una montaña rusa que tiene momentos de vértigo, cansancio y de muchas bajadas, pero remontas y vas llegando a la cima de la montaña con una edad que te permite ver el paisaje con mas plenitud y ser más libre. Hay que aprender a vivir y a envejecer", argumentaba.
Alborch fue una mujer que nunca negó su edad y que creía que se sobrevaloraba a la juventud, "en un tiempo en el que la juventud no tiene oportunidades", decía ."Así es que algo se está haciendo mal", añadía. "Desde luego estamos mal organizados cuando también se desprecia la experiencia y el talento, venga de donde venga", sostenía.
En defensa de la soledad
Antes, en 1999, publicó su primer libro, Solas (Temas de hoy), una obra por la dignidad de las mujeres que viven en esa situación de soledad. "Inicialmente, me dio pereza y tuve resistencias, porque plasmar unos sentimientos suponía un compromiso por mi parte", dijo en entrevista a Efe Alborch, en cuya obra también reflejaba conversaciones, reflexiones y lecturas de las mujeres de su generación.
"La soledad es una manera de vivir, tan respetable como cualquier otra y que, como cualquier otra, supone un esfuerzo. Lo importante es la calidad en las relaciones humanas, que sean desde la cooperación y el afecto, por lo que el estado civil es lo de menos", explicaba.
En 2009, firmó su libro La ciudad y la vida, editado por RBA, donde relataba sus experiencias y vivencias en el ámbito de la política, su paso por la Universidad, el IVAM de Valencia o la cartera de Cultura. Un texto donde también hablaba del feminismo y la igualdad, "tema central en nuestra sociedad y en mi experiencia", decía.
'Malas', premio de la Crítica Valenciana
En 2002, publicó Malas (Aguilar), una obra "llena de sentimientos" en la que analizaba las complejas relaciones entre las mujeres desde la creencia de que "no somos amigas, pero tampoco las peores enemigas". Esta obra fue premio de la Crítica Valenciana.
En el prólogo de este libro, la propia Alborch explicaba que con el mismo título de "malas" le gustaría "conjurar el maleficio, desbaratar los planes de quienes desde las actitudes tradicionales -cada vez que no somos obedientes subvertimos el orden establecido, no cumplimos las expectativas que se tienen sobre nosotras- nos acusan".
Y Libres: Ciudadanas del mundo (Aguilar) fue el libro que publicó en 2004, un trabajo en el que exaltaba las cualidades de mujeres excepcionales como la científica Rital Levi Montalcini, la ecologista Vandana Shiva o la escritora afroamericana Alice Walker, entre otras.
La "rebelde alegre" apasionada por el feminismo
El compromiso con el feminismo y la pasión por la cultura fueron los ejes vitales de Carmen Alborch, una rebelde alegre y transgresora que desde su juventud se implicó en la lucha por la igualdad y ocupó espacios de poder cuando era extraño ver a mujeres en esos ámbitos. Ser la mayor de cuatro hermanos obligó a abrir caminos -como tantas veces haría en su vida- a quien en el colegio siempre levantaba la mano para cuestionar lo que se explicaba.
Su paso por la Universitat de València para estudiar Derecho, en cuya Facultad llegaría a ser decana con 37 años, marcó la experiencia vital de una joven que llegó a esas aulas en un momento en el que era extraño que las chicas estudiaran esa carrera, y que se sintió afortunada de pertenecer a la generación del 68.
Durante su etapa universitaria luchó desde el activismo y la rebeldía contra la dictadura y por la democracia, y además descubrió el feminismo cuando una compañera le prestó El segundo sexo, de Simone de Beauvoir.
El feminismo le cambió la vida
Un feminismo que según confesaba le cambió la vida y le llevó a implicarse en el nacimiento de las primeras asociaciones de mujeres a principios de los setenta, que reclamaban la despenalización del adulterio y del aborto o el divorcio, y a practicarlo con pasión también desde los espacios de poder donde estuvo.
En todas sus responsabilidades trabajó por avanzar en una igualdad donde todavía existen, según aseguraba, "las brechas y los infiernos", y de hecho confesó que la primera y la única vez que lloró en el Congreso de los Diputados fue cuando se aprobó la ley contra la violencia de género de 2004.
Dejó la primera línea de la política tras las elecciones generales de 2016 y se reincorporó como profesora honoraria a la Universitat de València, donde volvió a cerrar un círculo y desveló uno de sus aprendizajes vitales: "El profundo secreto de la alegría es la resistencia".