VALÈNCIA. Carmen Amoraga (Picanya, 1969) vuelve a ocupar las páginas de Cultura de los medios de comunicación aunque, en este caso, no desde el despacho de Directora General de Cultura y Patrimonio de la Generalitat Valenciana. Ocho años después de su llegada al gobierno -y pocos meses después de una salida que, confiesa, sería definitiva- vuelve a unas letras que, aunque tras más de un lustro sin publicar, nunca había abandonado. Vuelve la Amoraga escritora. La autora, ganadora del Premio Nadal y finalista del Premio Planeta, presenta El corazón imprudente (Espasa), una novela en la que el amor, la memoria y el perdón generan un triángulo temático que pone en el centro a dos personajes de en torno a los sesenta años que todavía tienen mucho que descubrir y que descubrirse.
-Una vez más vuelve a Miraval, ¿cómo ha sido el regreso?
-Es más larga la vuelta a la lectura de Miraval que la vuelta a mi empadronamiento allí. En estos años en los que no he publicado no he dejado de escribir, lo que no quería era publicar mientras era directora general. La última novela la publiqué en el cargo y no fue una experiencia que me gustase, así que preferí no volver a hacerlo, pero sí he seguido escribiendo. Yo no dejo de tener nunca los pies en la literatura. Es verdad que durante los primeros años en el cargo no escribí casi nada, pero con la pandemia la parte representativa paró y ahí tuve más tranquilidad mental para permitirme escribir. Este tiempo, como tenía claro que no iba a publicar mientras estuviera en el cargo, fue como volver a mis orígenes de escritora, en los que escribía solo para mí.
-Se cumplen 25 años de su primera novela, Para que nada se pierda. Normalmente hablamos de lo que nos enseña la lectura, pero, ¿qué enseña la escritura?
-Esta novela, si da con el lector adecuado, es un espejo que les va a devolver una imagen de cada uno de ellos que a lo mejor no sabían que tenían. Como escritora yo he puesto muchísimos espejos delante de mí, espejos que a veces me devolvían imágenes que yo no sabía que tenía y que a veces no me han gustado. Eso es lo que he aprendido.
-El corazón imprudente es, sobre todo, una novela de amor, pero con todas sus aristas.
-Esta es una novela de amor tardío, en la que los personajes protagonistas son personas mayores. Ahora estamos en un momento en el que hay muchísimo edadismo, parece que todo le tiene que pasar a la gente joven. Está muy bien, claro, pero hay cosas que te siguen pasando a lo largo de la vida, como el amor, el sexo, el desengaño... Los protagonistas de la novela son un hombre y una mujer que se encuentran cuando ya son adultos, cuando tienen cerca de los 60 años. En los distintos tipos de amor de los que habla también destacaría el amor a un mismo. Cuando no lo tienes no puedes desarrollar el amor a los demás.
-¿Están los mayores condenados al papel secundario en ficción?
-Hay que tener en el punto de mira siempre a la juventud, porque es el futuro, pero la juventud dura un suspiro, ¿y luego qué? La vida sigue adelante. El mundo está lleno de personas de 50 o 60 años que trabajan igual o mejor que cuando tenían 30 años, que tienen mejor sexo. En la ficción se despersonaliza a las personas mayores, se les presenta como personas a las que hay que cuidar, se les quita los sentimientos afectivos. La juventud es maravillosa pero en este momento parece que solo existe eso. Para que exista lo bello tiene que existir la fealdad y para que exista lo joven tiene que existir lo viejo.
-En el amor del que hablábamos también está la falta de él.
-Me acuerdo mucho cuando Carmen Alborch publicó Solas, en el que decía que antes la gente se casaba para toda la vida, pero porque antes la gente tenía una esperanza de vida muy corta [ríe] Las personas tenemos una muy mala educación sentimental, no tenemos muy claro lo que es. Confundimos amor con enamoramiento, creemos que tiene que tener la misma intensidad al final que al principio. Es algo que está vivo y evoluciona. A veces acaba abruptamente y llega el desamor y a veces cambia, hay cariño, etc.
Esta es una novela que trata sobre el amor, pero no solo, se plantea un triángulo en el que también entra la memoria -personal y democrática- y el perdón. Al final, creo que en estos 25 años he escrito siempre la misma novela, que trata sobre la distancia entre la vida que tenemos y la vida que queremos, que a veces es la más difícil de recorrer.
-La memoria es muy importante en tanto que hablamos de una generación que ha vivido un contexto histórico muy especial.
-Este tema lo encarna, sobre todo, el personaje de Victoria, que ha vivido en los años 60 una libertad total, que ha roto muchísimas barreras. Es gracias al esfuerzo de mujeres como ella que las mujeres que hemos ido detrás hemos tenido más facilidades. Luego, paradójicamente, es ella quien sufre esa desmemoria histórica y democrática que ha tenido este país. Su padre estuvo preso en San Miguel de los Reyes, una parte que desconoce y que es la historia de todos.
-San Miguel de los Reyes es uno de los escenarios de la novela, también el Museo de Bellas Artes, espacios que ha ocupado estos años como Directora General...
-San Miguel es un espacio brutal, lleno de historia y de energía, no sé si voy a ser capaz de escribir más novelas en las que no salga de alguna manera. El Museo de Bellas Artes, que todavía no acaba de arrancar para estar en primera línea de nuestros intereses culturales como ciudadanos, es precioso, un museo en el que he pasado muchas horas, en el que he descubierto a Fillol.
-¿Ha sido su etapa política una historia de amor o de desamor?
-Ha sido una historia de amor, pero con todas sus fases [ríe] Ocho años dan para enamorarte, desenamorarte, enfadarte, hacer las paces... pero desde luego son años que estoy encantada de haber vivido, ha sido un aprendizaje diario. Ojalá hubiera podido hacerlo mejor y haber tenido más herramientas, pero creo que hemos hecho muchas cosas. Como toda historia de amor que termina, yo me quedo con lo bueno.