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Carmen Werner: "En España tendríamos que superar el miedo al diferente"

13/11/2019 - 

VALÈNCIA. El jurado que otorgó en 2007 a Carmen Werner (Madrid, 1953) el Premio Nacional de Danza en la modalidad de creación justificó su decisión “por aportar, tras 20 años de persistente trabajo coreográfico, un lenguaje personal que transmite con intensidad y coherencia a numerosos intérpretes y creadores y creadoras”. Más de una década después, la creadora madrileña sigue al frente de su compañía, Provisional Danza, suma más de 60 piezas y prosigue su tarea de forjadora de nuevos coreógrafos como pedagoga en centros nacionales e internacionales. Del 15 al 17 de noviembre visita Carme Teatre con su obra Quien eres, una propuesta que reflexiona sobre la política, el poder y el miedo, mimbres omnipresentes de la actualidad.

- En tus coreografías siempre partes de un concepto. ¿Cuál ha sido el que ha motivado Quien eres?
- El ser humano, la identidad, la manipulación y el miedo como arma de presión a la sociedad.

- ¿Por qué hablar ahora de la identidad?
- Siempre me gusta tratar los temas sociales. Este en concreto me ha tocado el estómago y el corazón. En la compañía siempre hacemos improvisaciones, propuse darle vueltas a la identidad y dio muy buenos resultados.

- ¿Qué miedos hemos de superar en este país?
- En España, como en todo el mundo, tendríamos que superar el miedo al diferente, al que no es como tú, al que piensa de otra forma…

- Fundaste Provisional Danza en 1987, 32 años después has demostrado que de provisional tenía bien poco, ¿no piensas que ya ha llegado el momento de cambiarle el nombre?
- (Risas) No, me gusta este nombre, porque siempre estamos cambiando internamente. No nos quedamos centrados en una cosa. Aunque el concepto social lo utilizo la mayoría de las ocasiones, a veces no. Y hacemos piezas de todo tipo: solos, dúos, cuartetos… Además de que trabajo mucho en coproducciones, vienen mexicanos o vamos a México, nos visitan japoneses o vamos a Japón, y lo mismo con Colombia. Hay mucha variedad.

¿Los ochenta están demasiado idealizados?
- Siempre pensamos lo pasado como mejor, porque te guardas los buenos recuerdos. En los ochenta era jovencísima, tenía una energía que desbordaba. No fueron tiempos mejores, sino distintos, de descubrimiento. Pero resulta que no se deja de descubrir nunca, incluso cuando te estás muriendo. Es innato en el ser humano. Nunca se termina.

- Como testigo de la evolución de la danza en nuestro país, ¿en qué momento se encuentra ahora el sector?
- Ahora vivimos de esto. Antes, cada uno trabaja en sus cosas. De hecho, yo empecé pagando con mi sueldo a la compañía, pero en 1997 dejé de trabajar en la escuela donde daba clases y me dediqué a la danza de pleno.

 -¿Qué es lo que más valoras de esa evolución?
- Ha evolucionado tanto en el aspecto creativo, que me deja alucinada. Cuando empecé no había hombres, había que traerlos de fuera. De hecho, el elenco masculino de mi compañía fue gente que formaba como bailarines en el colegio en el que trabajaba. Yo estudié Educación Física y daba clases de danza.  Salí a la luz en 1985, pero empecé antes, en 1983. Y me daba vergüenza decir que a los hombres que salían en Provisional Danza, los había creado yo. Ahora es una burrada ver la gente que hay y lo buenos que somos. España es la hostia (risas). El soporte económico no está equiparado, de hecho, las subvenciones han bajado a menos de la mitad y hay pocos circuitos. Lo negativo es muy grande, pero lo positivo es mucho más grande.

- ¿Cuáles de estos bailarines que formaste medraron?
- De los originales, tres siguen bailando, Félix Lozano es un grandísimo bailarín y actor en Portugal, y Emilio Urbina y Rafael Pardillo trabajan en Francia desde el año 1992.

- Al principio tus piezas tenían mucho movimiento, ¿qué te llevo a decantarte por propuestas más teatrales?
- Fundamentalmente, siempre he hecho mucho movimiento, así que no lo he perdido, pero es cierto que mis propuestas son más teatrales. Me inclino mucho por lo que yo llamo tutis: hacer que todo el mundo baile a la vez. Pero desde el origen tomé clases con directores teatrales y muchos de ellos trabajaron con la compañía para ayudarme con la dramaturgia: Ana Vallés, de Matarile Teatro, Javier Yagüe…  Todas mi piezas tienen un contenido, dicen algo, ya sea concreto o abstracto, pero la gente sale pensando lo que ha visto. Soy muy física y el movimiento es fundamental, pero busco que lo que hago tenga una coherencia escénica.

Foto: DAVID RUIZ.

- Hace una década, en tu espectáculo Matar al 9, hacías alusión a las críticas contra tus espectáculos, ¿lidias mejor ahora con lo que escriben de tus obras?
- Esa obra era una pieza protesta. Sí, ahora las llevo mejor, aunque pocos críticos hacen un buen análisis. Las leo porque se aprende mucho. Aunque de algunas no, porque hay cierta gente que cuando critica lo lleva a su terreno personal. Un crítico debería ser más objetivo, porque escribe para orientar al público, de una valoración subjetiva, a partir de un gusto muy particular, no se puede construir.

- Has montado dúos, espectáculos de gran formato, montajes de calle, vídeo danza, ópera… ¿Qué variante es la que más disfrutas?
- Las piezas de escena, por el recogimiento que tienen. Llevo toda la vida haciendo piezas de calle, y la concentración es diferente. Por ejemplo, he actuado mucho en la ciudad chilena de Valparaíso, que es la que más perros callejeros tiene, así que hemos bailado asumiendo a los chuchos. Los hemos introducido en la pieza. Pero también se te cruza un niños, te hace caca una paloma, una señora se pone a hablarte o alguien se cuela en medio para hacer fotos, así que tienes que evitarlo para no tirarlo al suelo. También me gusta la biodanza, pero personalmente me agota, porque te hacen repetir tanto que la frescura se pierde, y no hay un mercado que te permita dedicarte solo a eso. La escena sí, y tiene un retorno continuo: la gente permanece concentrada. Estás tú con el público y el público contigo.

- Cuando te dan a elegir un lugar donde te sientas más cómoda como creadora, optas por Japón. ¿Qué te aporta el país del sol naciente?
- Es otro mundo. Llevo 18 años viniendo a trabajar y los resultados son muy rápidos y profundos. No sólo les queda, sino que lo evolucionan. Los japoneses son unos fieras bailando, son calcos, esponjas. Eso sí, curras muchísimo, porque no tienen día de descanso.

- ¿Has vivido algún momento de lost in translation?
- Al principio, cuando iba a darles clase a los bailarines, no les podía tocar, se apartaban. Y yo soy muy tocona. En danza contemporánea hay que tocar, colocar el hombro, el brazo… Les ibas a dar un beso y se retiraban. Son bastante tímidos, y en la formación tuve que enseñarles a reír, a llorar, cómo decir texto, cómo moverse, porque son muy neoclásicos, y la organicidad del contemporáneo no la tenían asumida.

- Cesc Gelabert afirma que con el tiempo ha aprendido a bailar al límite del tendón. ¿Cómo bailas tú estos días?
- No tengo problemas de tendón, porque soy muy elástica, pero físicamente es duro. He aprendido a controlar en escena. Estos días he estrenado en Tokio la pieza que voy a presentar en Carme Teatre, y he tenido muchas funciones seguidas, porque allí son dos al día. No podía más. Pero la danza es esto: o vas a tope o no funciona. Ahora no reservo, pero dosifico la energía. De joven iba a  lo bestia, y ahora también, pero sabiendo cómo.

- Tu compañera de profesión y de quinta, Mónica Runde, ha declarado: “Llevo 40 años bailando y mi cuerpo dice que ya no, pero no tengo retiro. Sigo siendo autónoma y trabajo 24 horas al día, 365 días al año y me sigo autoexplotando. La Seguridad Social no funciona para nosotros y las ayudas públicas, tal y como están planteadas, son un despropósito”. ¿Suscribes sus palabras?
- Tiene razón, pero ya lo sabíamos desde el principio. De hecho, antiguamente era peor, porque estábamos en un laguna legal. Cuando empecé fui comunidad de bienes hasta que me volví Sociedad Limitada. No entrábamos en el Régimen General y nos metían con artistas y toreros. Ahora tengo a mi gente en Régimen General porque están contratados todo el año. Mónica tiene razón, pero yo no lo llamaría autoexplotación, porque todo lo que hacemos es porque nos sale de las narices. Si no, no lo haríamos. La danza es lo que hemos elegido.  

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