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la nave de los locos / OPINIÓN

Casado y la nueva derecha barbuda

Sólo nos queda una esperanza y es la barba poco cuajada del joven Casado. En vísperas de otras tediosas elecciones, el líder conservador, al dejarse de afeitar, ha cambiado de imagen para que pasemos por alto sus ideas anacrónicas. Si sigue así, sin rasurarse, nuestro voto será definitivamente para él

23/09/2019 - 

Somos estilo. Las ideas son de los demás, pero el estilo es nuestro. Una barba, un bigote, una perilla bien recortada, el color del esmalte de uñas, la predilección por los tatuajes o la manera de coger la taza del café, todo esto, hasta en el más mínimo detalle, nos define y diferencia. Y el estilo es innegociable, guste o no guste, porque está en juego nuestra manera de situarnos en el mundo. 

Lo que cuento vale también para los políticos, criaturas que viven de las apariencias y de transformar en verosímil lo que son falsedades. Cuando las ideologías, como las religiones, se han convertido en chatarra de la historia, al político sólo le queda el estilo para competir en el supermercado electoral. El político se gana la vida representando un papel. Los hay convincentes y los hay aficionados. El buen político va cambiando de papel para aceptarse a las circunstancias. 

Desde las elecciones generales del 28 de abril hemos asistido a una obra de teatro de pésima calidad, un sainete, un vodevil, una ópera bufa, qué se yo, que nos hace añorar a Quique Camoiras. Como es sabido, la obra ha acabado con el pataleo del público, que ha exigido que le devuelvan el dinero de las entradas y después ha roto los cristales de la taquilla, en una reacción que nos parece del todo punto justificable. 

Y ahora, ¿qué hacemos? ¿en quién nos encomendamos? Presuponiendo que la división ideológica entre derecha e izquierda es una falacia, tal como nos advirtió Ortega, el criterio que debe orientar nuestro voto debe ser el estilo, jamás las ideas. 

Fijémonos en los cuatro líderes que concurrirán de nuevo a las urnas. En primer lugar, el presidente maniquí, a quien se le ha encanecido el pelo a la misma velocidad que viajan sus mentiras de tahúr. El caprichoso niño Albert, rostro barbilampiño, que ha adoptado todas las decisiones necesarias para ser un político irrelevante. Y el comunista Iglesias, que sigue preso de sus camisas a cuadros, adquiridas en un hipermercado francés, con esa pinta de menesteroso que es fácil de encontrar en las puertas de las iglesias. 

La gran alegría del verano

Sólo nos falta el joven Casado. La gran alegría del verano fue verlo con barba después de sus discretas vacaciones. Ya no era aquel chico algo estirado que conocí en el restaurante Barbacana de Ávila el día de las elecciones generales del 20 de diciembre, acompañado por su mujer, sus dos hijos pequeños y una selección de jóvenes de Nuevas Generaciones. 

Casado, asesorado por la exquisita y gélida Cayetana, ha comprendido que la barba le rejuvenece y le acerca, por unos minutos, a la clase trabajadora. Salvo si alguno trabaja en Gillette, todos los votantes del PP están contentos con la nueva imagen del joven Casado. El líder conservador ha hecho lo que algunos detestamos: eso de reinventarse. Pero era imprescindible. Ya que no renunciará al fondo, a sus ideas (algo periclitadas, por cierto), ha optado por cambiar el envoltorio, la presencia. 

 

En sus vacaciones en la plácida Palencia, habrá meditado sobre las consecuencias políticas de prescindir de las cuchillas de afeitar. Su barba significa la reconciliación con Mariano, también barbudo y barbado, y con el sector sorayista. La barba casadiana, no demasiado cerrada debido a la juventud del personaje, simboliza la unión entre la tradición socialdemócrata del partido (Rajoy y Montoro) y la modernidad representada por los militantes hípster, que también los hay, entre ellos Javier Maroto. Y lo aleja, definitivamente, del bigotito chaplinesco y liberal del adusto Aznar.  

Nada tiene que ver la barba amable, conciliadora, moderada y centrista del joven Casado con la agresiva y beligerante del líder de Vox, cuyo rostro de perfil se asemeja al de los crueles reyes asirios. Se nota, además, que la barba le ha aportado confianza al presidente del PP, más rápido de reflejos que el presidente maniquí en las tragedias de los incendios de Gran Canaria y la gota fría en el Sureste. 

Volver a la casa común de la derecha

Si nos quedaba alguna duda para volver a la casa común de la derecha, al PP fetén de toda la vida, a nosotros, los descarriados y los desagradecidos, los que votamos a los niñatos de Ciudadanos o a los palurdos de Vox, si nos quedaba alguna duda, decía, dejamos de tenerla cuando Casado se nos transformó en un líder barbudo. Su mujer también estará contenta por el plus de virilidad que implica no rasurarse. Es notoria la energía masculina que acumulan barbudos y calvos.

 

La campaña ha comenzado (en realidad se inició en 2015). En breve volverán los políticos con sus sacos de mentiras y necedades a engatusarnos de nuevo. Nos dará igual. Sólo tendremos oídos para el joven Casado. Vaticinamos que será presidente, antes o después, de un país por el que no damos un duro. 

Casado acertó al dejarse barba. Nuestro temor es que se la rasure, como sugirió al regresar de sus vacaciones, lo que significaría que todo fue flor de un día. Una gran decepción nos llevaríamos. No queremos que sea un veleta como el niño Albert. Confiamos, por tanto, en su sensatez para que llegue a la Moncloa con la barba intacta, como Mariano Rajoy, pero sin el sentido del humor del estadista gallego. 

Casado ha comprendido que la barba le rejuvenece y le acerca, por unos minutos, a la clase trabajadora. Ha hecho lo que detestamos: eso de reinventarse

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