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el cudolet / OPINIÓN

Catalunya; més que un club 

20/02/2021 - 

El encabezado de esta columna de opinión podría ser otra leyenda más de una pancarta desplegada por el ejército desarmado de figurantes de cartón que habitan la piel del Nou Camp. Hablo de los inmunes seguidores a la covid-19 que han conseguido la amnistía total para perpetuarse en el sillón todos los partidos de la Liga Santander que disputa el FC Barcelona en su casa. No sé si serán esenciales, pero si son presenciales. Ha llegado tan lejos la instrumentalización de la escuadra de Lionel Messi para la causa de la soberanía nacional catalana, que es preocupante. De idéntica manera los populares valencianos hicieron de Mestalla su banco de pruebas cuando entregamos las llaves de la Casa Nostra al expresidente Aznar.

Desde entonces los amos de las mayorías absolutas en Les Cortes Valencianas estuvieron en la sombra dirigiendo el futuro del Club de la acequia de Mestalla. Voy a enumerar algunas de las intervenciones sobre  la Sociedad Anónima Deportiva. Ampliación del viejo estadio. Nuevo Mestalla. Porxinos. Ampliación de capital. Fundación. Bancaja. Proceso de  venta. Aunque la más flagrante fue la exhibida durante un choque, creo recordar, que enfrentaba al Valencia C.F con el Real Murcia, en el que ambas plantillas saltaron al césped desplegando una pancarta con el lema de Agua para todos. Hecho manipulador, perverso y malintencionado, en un momento de enfrentamiento por la división de opiniones por el trasvase de agua del río Tajo al Segura. Mestalla no era lugar para esa reclamación, como tampoco lo es el Nou Camp para la causa soberanista.

No se me pasa por la cabeza el exilio de España de las instituciones de  la tierra que vio nacer la literatura de Manuel Vázquez Montalbán. No entra en mis planes una frontera más en el Corredor del Mediterráneo. Salvador Illa no será antídoto suficiente pese a contar con un perfil técnico y moderado, que imperiosamente necesita la sociedad civil catalana para aliviar tensiones. Del espíritu de la Barcelona Olímpica queda muy poco. Desde que tengo uso de razón he percibido en la atmósfera peninsular cierto  racismo a todo el aroma catalán, como el mismo olor de antaño a puro y coñac que circulaba por la avenida Suecia un domingo cualquiera antes de pisar los aledaños del viejo Mestalla.

Cuando de algún almendro me llegaba un spot publicitario en formato JPG  boicoteando los productos catalanes, le recriminaba al cenizo en cuestión de  la inaceptable misiva, advirtiéndole que ninguna culpa tenía el trabajador de la empresa. Intentaba con algo de razonamiento, difícil, por cierto, hacerle ver que esa frágil y manipulada acción era imperialista, poniendo en riesgo miles de puestos de trabajo y el sustento de muchos catalanes. Hoy tendría más lógica esto de boicotear, si la tiene, alguna campaña del mismo calado tras la fuga de cerebros y de capital de los nuevos comunitarios con pasaporte  andorrano.

Quien piense que esto se va arreglar con una vuelta a la normalidad está muy equivocado. Equivocadísimo. He leído y releído los análisis políticos post- elecciones del 14-F y reconozco que, salvo muy pocos, centrados en el hoy, no han abordado lo que el presente puede regalar al mañana. El nuevo escenario del Parlamento catalán tendrá que enfrentarse a una oposición compuesta por una versión más patriótica y gala que la anterior representada por Ciudadanos. Y convencido estoy que veremos escenas dantescas erigidas  por ambos extremos, más parecidas a las vividas en un clásico Barça-Madrid que a las propias de un parlamento democrático. Resultando la ecuación que las nuevas generaciones venideras acabarán depositando su confianza en el discurso del extremo. Es momento para la moderación.

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