"Como fuera de casa, en ningún sitio", lo dijo Rafael Azcona y yo lo firmo pero qué pasa con esta València que ni Dios sale a cenar un domingo
La escena era trágica. Era un jueves, y me planté en un buen restaurante (está, está en el Anuario Hedonista) a tres pasos del maravilloso Mercado de Colón —fui solo, porque me gusta comer solo de vez en cuando y abandonarme al ritual sin prisas de la cocina. Fui solo, y solo comí: tres camatas entregados, personal de cocina, el barman y yo. Lo que en el sector llaman 'un rosco'; qué pena, de verdad.
¿Qué narices nos pasa en esta ciudad supuestamente hedonista? Ya lo puso sobre la mesa Borrás: ¿Somos injustos con algunos restaurantes? ¿Somos realmente un público tan exquisito? ¿Tenemos un panorama gastronómico tan bueno como creemos? Ya te respondo yo, tete: no. Valencia, tan lejos y tan cerca de todas las cosas.
“Todavía no sé qué me vas a preguntar, pero me opongo”, la sentencia pertenece a Groucho Marx pero refleja como pocas la idiosincrasia valenciana: todo al fuego. Todo el rato. Otro clavo en el ataúd de nuestra vanidad gastronómica es la oferta coquinera cualquier domingo por la noche: València es un erial.
Con lo necesario que es salir a cenar fuera un domingo, ¿o es que hay alguna manera que empezar mejor la semana que cagándote en los muertos de esa torrija que nunca debiste pedir? Cenar fuera un domingo es alargar el fin de semana hasta lo imposible, hackear el sistema y meter tu soberano dedo en el culo de lo políticamente correcto —esa ley no escrita que dice que los domingos cenar en casa y los viernes a ponerse como las Grecas.
Pero hay esperanza.
Las alcachofas (y las croquetas, que son fabulosas) de Kiko en Comer, beber, amar. El caprice de ocho quesos en Da Carlo, el bocata cerdo pekín de Canalla, el tartar de atún de Tastem.
La barra del Civera, el pollo Karaage de Hikari y el mejor nigiri de España (basta de complejos), en Nozomi. Tantos champagnes de pequeño productor en Rodamon o el curry de Tono Pastor en Bouet.
Como fuera de casa, en ningún sitio.