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Charlotte von Mahlsdorf, travestismo bajo el nazismo y el comunismo

Su padre era un militante nacionalsocialista activista y violento y Charlotte, su hijo, lo mató mientras dormía a palos. Entró en prisión y, cuando el estado nazi colapsó, escapó y se encontró con la Batalla de Berlín, donde eran los nazis los primeros que ahorcaban a los alemanes. Escapó a Prusia y vivió bajo la RDA. La experiencia tuvo algo en común, se vestía con ropa de mujer en ambos regímenes

24/02/2024 - 

VALÈNCIA. En las peleítas de redes sociales es frecuente que se cite la película Coming Out de Heiner Carow como ejemplo de cine queer producido en la RDA. Una prueba de que no existía represión contra la homosexualidad. Sin embargo, lo que no se tiene en cuenta es la fecha de su estreno, el 9 de noviembre de 1989, el mismo día en el que cayó el Muro de Berlín. 

Independientemente de las peleítas, la fecha de su primera proyección pública llama la atención de cualquier aficionado o lector de Historia. El público iba a asistir al estreno de la primera película gay de la historia de la RDA. Era un momento único, histórico, y al acabar la sesión y salir del cine, llegó la noticia de que la gente estaba tirando el Muro y se podía pasar al lado occidental. ¿Nadie ha hecho una película sobre lo que vivieron esos espectadores esa tarde? Yo no veo ninguna, pero me parece un acontecimiento espectacular. 

Buscando detalles de esa tarde, tenemos el testimonio de Charlotte von Mahlsdorf, travesti –así quiso que la llamaran- que aparecía en la  película. Natural de Berlín, sufrió el nazismo y la represión de la dictadura comunista sin claudicar en ningún momento. En los años 90, cuando llegaron las libertades, se convirtió en una celebridad del movimiento LGTB alemán. 

El director, Rosa von Praunheim, muy querido en esta casa, pues es el autor del documental de Ralf König, El rey de los cómics, la elevó hasta la categoría de leyenda cuando rodó en 1992 un documental sobre su vida, Ich bin meine eigene Frau (Yo soy mi propia mujer), que alude a la respuesta que el protagonista le dio a su madre cuando le dijo que tenía que casarse. 

Charlotte había escrito por esas fechas unas memorias con el mismo nombre. Lo destacable del documental es el buen humor, porque la historia que se trata es extrema. Su padre era un militante nazi de primera hornada muy activo y muy violento. Había intentado asesinar a su mujer, madre de Charlotte, cuando quiso divorciarse, y le daba palizas al crío. Tanto fue así que él mató a su padre a golpes con una maza mientras dormía. 

Salió de la cárcel en 1944, durante el colapso del régimen nazi. Vivió el Berlín asediado por los soviéticos y los últimos actos de delirio nacionalsocialista, asesinar alemanes por no sacrificarse estúpidamente en los últimos compases de la guerra. Charlotte recuerda esas escenas tan comentadas de vecinos ahorcados con carteles que les señalaban como cobardes, incluso ella estuvo a punto de ser fusilada en una tapia por esconderse de los combates. 

Todos estos hechos son tratados como en una novela gráfica. Hay una narración en primera persona y luego una recreación de los hechos tal cual como se hubiera realizado en viñetas, incluido el sentido del humor. Hasta aparece el caso de las violaciones masivas que cometieron los soviéticos, cuando se encontraron con él con sus ropas de mujer, gritan: “¡las alemanas tienen pito!”

Con la llegada del comunismo, ocupó diferentes oficios, pero pronto fue tratada de “indeseable”. Cuando construyeron el Muro, tiene gracia que la gente comenta en el autobús que será solo cosa de semanas o meses, pero un hombre sentencia “tratándose de los rusos, será para diez años”, y la locución en primera persona de Charlotte continúa: “Fueron treinta años”. 

Las siguientes escenas recuerdan mucho el excelente libro que publicó Anagrama hace quince años, Lovetown, sobre el sexo homosexual en urinarios públicos de los países comunistas. Charlotte aparece contestando las pintadas que se encuentra en los baños, quedando con gente. 

Reunió a mucha gente a su alrededor, dedicó los sótanos de su casa albergar fiestas gais y a facilitar un lugar para que las organizaciones clandestinas LFGTB de la época se reunieran. El Ministerio del Interior comunista la puso en el punto de mira. Ahí te partes cuando, preguntado por los nombres y apellidos de la gente que va a su casa, contesta que solo sabe el nombre de pila, que es una costumbre no dar los apellidos “desde los nazis”. 

Desde la infancia, se había interesado por las antigüedades. Reunió un verdadero museo, con 80 lámparas de aceite, 64 relojes de péndulo, montones de objetos y muebles de la época imperial. El Estado comunista le acusó de llevar a cabo una actividad ilegal y le anunció que se los embargaba para venderlos y que, con lo obtenido, pagara la sanción. Aprovechó entonces para regalarlos todos, la colección de toda su vida. Ahí se refiere al gobierno comunista como “rojo-fascista”. 

Ya queda muy lejos esa animadversión por el régimen comunista y los crímenes de sus dictaduras. Pesa más todo lo ocurrido después y, por supuesto, el olvido que acarrea la ignorancia. Aunque, efectivamente, fue después cuando se le quedó una mísera pensión, el ayuntamiento intentó echarla de su casa y las fiestas que celebraba sufrieron ataques de decenas de skinheads. 

Hasta aquí la parte que compete a von Praunheim. También en 1992, cuando se estrenó este documental, el dramaturgo Doug Wright se interesó por el personaje y descubrió muchas discrepancias entre lo que contaba y la realidad. Para empezar, encontró su nombre entre los informantes de la Stasi, lo que no se precisó es de qué clase de chantaje pudo ser víctima para colaborar con la policía política. Fuera como fuese, Charlotte tuvo que emigrar a Suecia hasta su muerte en 2002. Wright, en cambio, no soltó la presa, siguió adelante con su guión y recibió el Premio Pulitzer por la obra, estrenada en Broadway un año después de su muerte.

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