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el muro / OPINIÓN

Ciclistas, urbanidad y pedagogía

Conductores, ciclistas y peatones somos un todo. El anillo ciclista recién inaugurado es una buena infraestructura, pero sin normas de convivencia puede convertirse en un nido de problemas. Ya han llegado los primeros. La urbanidad es imprescindible ante un cambio de modelo de ciudad

12/03/2017 - 

Ya tenemos en marcha el anillo ciclista por el centro de la ciudad de Valencia. Una buena infraestructura que muchos han estado esperando más de veinte años. Se ha realizado en tiempo récord. Apenas tres meses, lo que quiere decir que cuando algo se desea puede conseguirse sin demoras burocráticas ni debates políticos estériles. Tampoco ha sido tan caro. El nuevo tramo alcanza casi los cinco kilómetros. Permite recorrer en su totalidad la primera ronda de la ciudad. Un logro, un lujo. También un lío de tráfico.

Pese a las bofetadas que se ha llevado el concejal Giuseppe Grezzi durante muchos meses —multa incluida y sorna añadida— lo bien cierto es que el proyecto es muy interesante. No sólo creo que lo sea para su generación, que es la mía, y al que le vamos a sacar mucho partido, sino sobre todo para las que nos persiguen.

Soy ciclista urbano, aunque dominguero, pero en casa tengo algunos que han encontrado en la bicicleta un más que interesante, sencillo, barato y práctico medio de transporte que les permite acudir raudos al centro, desplazarse a la universidad o disfrutar de un ejercicio saludable. Es un ahorro inmenso.  

Esta infraestructura era básica. Hoy es necesaria como lo sería y es en cualquier ciudad europea que alardee de serlo. Mejor un anillo ciclista para disfrute social -deporte saludable- que un circuito de Fórmula Uno que apenas sirvió para repartir comisiones y convertir el puerto en un negocio privado. Un circuito que, por cierto, sólo pude recorrer en su totalidad en una ocasión gracias a una marcha popular ciclista. Después se cerraba. Hasta que llegó su abandono absoluto, que es lo que hemos visto en los últimos años, tras una inversión que bien podría haber sido reconducida o consultada en su momento sobre su verdadera y auténtica necesidad. Era exclusiva de unos pocos, abducidos y con poca molla cerebral, y no más allá de sus verdaderos intereses políticos y económicos, como se ha demostrado.

Espero que el anillo no quede en un mero espejismo y que los sucesivos enganches de la ciudad con nuevos carriles crezcan de forma ininterrumpida. Ganaremos todos. Pero con lógica y razón.

Valencia es una ciudad que permite una movilidad sostenible. No sé cómo algunos no se dieron cuenta e incluso continúan sin hacerlo. El clima, las tramas urbanas, la horizontalidad de la urbe hacen de Valencia una ciudad perfecta para ser de dos ruedas, como ya lo es de las motocicletas. Por eso existe uno de los parques más numerosos de España.

Sin embargo, hay un pero que no hay que entender como una crítica sino como una simple reflexión. Siendo una ciudad tan aventajada para el uso de la bicicleta aún creo que falta entre nuestra sociedad cierta pedagogía al respecto. Y mucho respeto. Por parte de todos los implicados.

Este pasado fin de semana fui testigo de varios ejemplos. En uno de los muchos cruces de calles que atraviesa el propio anillo casi asisto a una auténtica desgracia. La señalización confunde en algunos aspectos; conductores de automóvil y ciclistas no son hermanos ni actúan como tal. Hay salidas y entradas de calles que se perfilan como un verdadero peligro si todos no estamos atentos. Casi fui socorrista de un atropello, ya que una mujer cruzó con absoluta ligereza un carril bici sin caer que antes debía mirar a ambos lados. Total, un susto y ella unos insultos añadidos innecesarios. Los devolvió, por supuesto. Le animé y me apunté al lío. Ya ha llegado el primer percance serio entre un camión de descarga y un ciclista a las puertas del coso taurino.

Digo pedagogía, pero también he de añadir tolerancia. El hecho de tener un carril bici no significa que sea un espacio exclusivo de ciclistas. Peatones somos todos y no siempre deambulamos por la ciudad con los cinco sentidos en estado de alerta roja. Más aún, cuando algunos ciclistas creen que por el simple hecho de tener un espacio habilitado se creen en disposición de circular a la velocidad que consideren oportuna. ¿No existen normas para los conductores por el centro histórico? Pues pongamos límites también y hasta sanciones si son necesarias a los ciclistas que se salten la tolerancia. Aquí vivimos todos: niños/as, ancianos/as, mascotas, peatones, ciclistas y muchos despistados, uno mismo incluido.

Por ello me refería a la pedagogía y la tolerancia. Al menos hasta que la sociedad se acostumbre a esta nueva realidad, algo que por ejemplo, tiene absolutamente asumida una ciudad como Ámsterdam en la que ciclistas y transporte público comparten ruta en muchos puntos céntricos de la ciudad sin que se agredan o se importunen por prisas y/o despistes. Vale, acepto ser latino como animal de carácter.

Más que nada porque ese mismo anillo recorre algunas zonas de auténtico tránsito peatonal y automovilístico. Y me refiero ahora a su paso por las calles Colón, Xàtiva o la concurrida Guillem de Castro, donde expresamente se pueden producir altercados de cierta consideración -ya existen ejemplos- y el trazado ofrece, de momento y hasta que nos acostumbremos, ciertas dudas, tanto de movilidad peatonal como comercial. Cuestiones fáciles de resolver si todos nos ponemos de acuerdo y somos comprensivos y transigentes.

Y si no, habrá que comprobarlo durante la próxima feria taurina de Fallas o esperar a fines de semana donde la céntrica calle de tiendas, negocios y almacenes más que populares se llene de peatones pendientes de sus asuntos y no de mirar a derecha e izquierda, como en Inglaterra, a ver si viene un ciclista a la carrera que insulte porque alguien entra en su “territorio”. Que también. Algunos progres son como son. Canela “colgada” de una rama.

La tolerancia es un grado, aunque cueste una digestión autoritaria de nuevo rico, que es la peor.  La merecen todos. Y en este caso es una necesidad. Más aún cuando inauguramos con el anillo un nuevo ciclo de la ciudad, una forma real de transporte urbano diluido hasta hora por barrios, al que no todos y menos del todo estamos acostumbrados, aunque en cada esquina exista una parada de bicicletas públicas de alquiler que sólo responde a negocio. Tolerado sin contemplaciones.

Pero también somos peatones, moteros, tenemos animales de compañía, salimos alegres de compras, nos despistamos hablando con nuestros acompañantes y las prisas nos llevan a tomar decisiones a veces equivocadas, aunque, por desgracia, no exentas de riesgo. Y ahí nos la jugamos todos. Quienes hemos sido atropellados sobre una bicicleta en un paso de cebra, cruzando en verde y sobre un tramo reservado a ciclistas -más concretamente uno de los accesos al Corte Inglés de la Avenida de Francia- por muchas medidas, normas y controles que existan, sabemos de lo que hablamos.

 No consiste simplemente en crear una red vial para los entendidos, que también, ni en multar a quienes cometan una torpeza sino en hacerla comprensible y propia de la sociedad que la ha de sostener, aunque no le guste pero debe asumir como propia para disfrute global y generacional. Se llama, creo, urbanidad. Así que, ante todo mucha calma. Pero no totalitarismo.

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