La ópera prima del filósofo iraní, convertida en obra de culto desde su publicación hace nueve años, es una relato apabullante, un ensayo de teoría-ficción enmarcado en la corriente del realismo especulativo
VALENCIA. Una joven estudiante estadounidense llega a Estambul; su objetivo es encontrarse con un enigmático y esquivo personaje al que ha conocido por internet del que ni siquiera conoce el nombre, solo sabremos que emplea como pseudónimo una inicial en forma de serpiente “que resulta impronunciable en inglés”. Una vez allí sus planes se tuercen cuando el susodicho no acude a la cita pactada. En contrapartida, una caja aparece en la habitación de su hotel: en ella hay un manuscrito caótico repleto de notas, de post-its y de dibujos hechos a bolígrafo, firmado por un tal Reza Negarestani. El manuscrito lleva por título Ciclonopedia. Perdida en su destino y en la lectura de su extraño descubrimiento, los días de su viaje se consumen entre pesquisas infructuosas hasta que llega la hora de volver, momento en que decide llevarse consigo el manuscrito, que tratará de publicar en su país.
A partir de este punto podemos empezar a abandonar la seguridad que nos ofrece la literatura habitual, porque una vez que pasamos la página y nos adentramos propiamente en Ciclonopedia, ya el índice nos anticipa el desmadre intelectual que vamos a recorrer: arqueología bacteriana, petropunkismo, teratología meteorológica, guerra blanca e hipercamuflaje, infernoingeniería, esquizotrategias para la apertura y para la insurgencia; una tabla de contenidos ante la cual se puede esbozar una sonrisa o ir planificando la retirada. Si optamos por la primera opción y decidimos lanzarnos de cabeza al oleoso grimorio creado por el auténtico Negarestani, el filósofo iraní de carne y hueso residente en Los Ángeles y no su alter ego ficcional -esta duplicidad se debe a que la narrativa del libro emplea la fórmula de found footage, de manuscrito encontrado-, nos sumergiremos en una densa masa de información descabellada con apariencia de verdad en la que cada paso supondrá un estimulante esfuerzo: tendremos que vencer la resistencia de las páginas y también de nuestra confort mental. Decíamos que lo oportuno es lanzarse de cabeza porque aquí ocurre como al enfrentarnos a una piscina helada: cuanto más rápida sea la inmersión, antes nos aclimataremos a la nueva realidad.
En esta realidad ciclonopédica de Negarestani, que se adscribe a la corriente del realismo especulativo, conoceremos el trabajo del supuesto doctor Hamid Parsani, antiguo profesor de la universidad de Teherán, arqueólogo, investigador de colapsos oculturales mesopotámicos -la 'o' de ocultural es por ocultismo- y especialista en Oriente Medio y matemáticas arcaicas, con un parecido más que razonable con el árabe loco lovecraftiano Abdul Alhazred. La semejanza de Ciclonopedia con el Necronomicón tampoco es pues de extrañar. A través de sus textos descubriremos magias decimales -como la Qábala, la Esquizomática o la Tic-xenotación-, la Cruz de Akht -”una reliquia sentiente con la habilidad de comprender numéricamente todas las tendencias y acontecimientos incongruentes, contradictorios o inconsistentes de la Tierra”-, la leyenda del cadáver putrefacto del Sol enterrado del que fluyen llamas negras o los demonios inorgánicos, como el cubo de Hellraiser de Clive Barker, la espada Frostmourne en Warcraft 3, la lámpara de Aladino o la sábana santa de Turín.
Todo en un planeta concebido como una máquina secretora de petróleo, “el lubricante de todas las narraciones de la Tierra”, “El Cuerpo Negro del Sol”, “jugo de cadáver de hidrocarburo”, “el Enemigo Antiguo […] que acecha persistentemente en los mares muertos mesopotámicos”. Llegados a este punto no debería hacer falta mencionar que en este ensayo de teoría-ficción de Negarestani el humor juega un papel fundamental: “según la teoría clásica de los combustibles sólidos […], la formación del petróleo como entidad telúrica se explica por unas condiciones de presión y calor muy elevados, falta de oxígeno, estratificación de materiales y aislamiento absoluto, es decir, el típico caso edípico freudiano”. En Ciclonopedia se parodian desde las cadenas de revelaciones asombrosas tipo Código da Vinci, hasta el lenguaje académico, al mismo tiempo que se deslizan fragmentos del análisis real que fluye bajo la epidermis del relato, erupciones de verdades espesas sobre la historia de un Oriente Medio omnipresente, protagonista en el libro de todos los terrores a los que nos expone el iraní. Un Oriente Medio cuyas formaciones políticas son “un enmarañado caos de movimientos vorticales y en tirabuzón, un ciclón armado con una instrumentalidad taladradora y extractora; […] un ciclón y una perforadora de crudo dedicados a extraer inauditas formaciones de poder”.
Ciclonopedia [Complicidad con materiales anónimos], publicado por primera vez en Australia en dos mil ocho y convertido por sus lectores en libro de culto, llega a nuestras librerías gracias a Materia Oscura Editorial, coincidiendo con la elección de posverdad como palabra del pasado año 2016 por el Diccionario Oxford. La posverdad hace referencia a esas situaciones en que los hechos objetivos pesan menos en el público que las reacciones emocionales o las creencias personales. Los límites de la posverdad son difusos: hace frontera con territorios como la mentira, la conspiración o la manipulación. La ciencia y el pensamiento racional están sufriendo a base de bien las consecuencias de la era de la posverdad: que no haya ningún experimento que pueda sostener la efectividad de una pseudociencia no impide que millones se entreguen a ella a la vez que reniegan de un tratamiento médico de eficacia ampliamente demostrada. Videntes de todo tipo siguen manteniendo sus espacios en las grandes cadenas de televisión en pleno siglo veintiuno.
Negarestani define otra hipotética -o no tanto- zona fronteriza, la hiperstición, una ficción que se hace real a sí misma y de esta manera termina insertándose en la realidad como un elemento cotidiano más sin que ya nadie sospeche ni advierta su inconsistencia. Agentes hipersticionadores pueden ser los medios de comunicación, los representantes políticos o cualquiera de nosotros en un momento dado; resulta sorprendente que la tendencia actual a asumir ideas endebles como verdades conviva con la desconfianza generalizada hacia la clase política, por ejemplo. Lo que parecería un ejercicio exagerado de escepticismo no lo es: cuesta entender por qué ciertas verdades no tienen una buena acogida y sin embargo tantas mentiras son abrazadas por las masas. Quizás en Ciclonopedia y en su teoría de las hipersticiones Negarestani nos haya ofrecido la respuesta, pese a que inmerso en la lectura y luchando por no comenzar a aceptar como posibles algunas de las teorías más demenciales del autor, uno acabe dudando incluso de su propia existencia, contemplando si el nombre Reza Negarestani no será un otro pseudónimo más dentro de este libro encerrado en un manuscrito dentro de un libro. Uno ya no sabe qué creer.