A priori escribir esta columna no debería ser un reto. Más bien lo contario. En mi caso lo es, por pertenecer a una de las ramas del árbol familiar. Nada tengo que ver con la actividad. Lo mío no son los números, tampoco creo las letras, pese a darle al Latín y Griego. A través de Magda Nebot, prima hermana de mi padre, recibí la invitación formal de la celebración de las bodas de oro de Ciudadela.
La Cartuja fue el destino elegido por la empresa. En el lugar, presencialmente, entre el elenco de invitados se encontraba Salvador Vila para explicar la rehabilitación de tal precioso recinto monumental. Coincidía en la misma semana que los Premios Valencia Plaza. Hace tiempo que no lidio con los eventos, y eso que de estos copetines de alta alcurnia salen posibles artículos de opinión para escribir en el futuro. No acudí a ninguno de los dos actos.
Con Magda mantengo una estrecha relación desde hace tiempo. Fluida. Hay feeling. Le tengo mucho cariño. Ella me pidió expresamente un deseo, que escribiera sobre el aniversario de Ciudadela. El relato. Se cumplen 50 años desde que por aquel entonces Rafael y Antonio Nebot Pellicer fundaran dicha empresa radicada en pleno Ensanche, el alto, para ser más preciso en la Gran Vía Marqués del Turia, daño colateral de la colonización de la calle Colón.
A día de hoy es más cómodo circular por la M-30 de Gallardón que por la avenida del Marqués. Infumable. Cosas de la impronta cultura del pedal. También pedaleo, y no por ello hay que defender lo indefendible. Se llama pensar libremente. Noble ejercicio que se le tiene más miedo que a la propia muerte o al fracaso. Le prometí que lo haría porque creo que Ciudadela es una empresa familiar valenciana que merece un reconocimiento público. Incluso una distinción. Alta, si puedo elegir.
El prólogo de esta novela basada en hechos reales, no hay ni una pizca de ficción, comenzó del trabajo de José Nebot Andrés (bisabuelo) que colaboró con Goerlich, promotor del dorado y arquitecto del oeste valenciano de una ciudad impoluta, recia y sobria. No comparto con este maestro de la arquitectura las reformas del actual Ayuntamiento o de la Reina. Cosas mías. Lo siento. Tampoco importa mucho. Goerlich ha supuesto para el Cap i Casal, lo que fue Gaudí fue para la ciudad Condal. La nueva fachada urbana.
Los edificios de los números 42 y 44 del viejo oeste fueron de las primeras obras que construyeron Antonio y Rafael. Y siguieron levantando viviendas y oficinas destinadas a la venta y el alquiler, en Avellanas, Cronista Carreres, Conde Salvatierra entre otras vías. Mi abuelo Pepe, Corredor de Comercio, y el mayor de los seis hermanos se mantuvo al margen, si bien colaboró con ellos de manera puntual con su despacho.
Ciudadela ha superado muchas crisis, desde la del petróleo, pasando por la de las hipotecas basura que nos salpicó a todos. Es lo que tiene el haber aceptado el nuevo mundo global. Nadie se salva, claro ejemplo con la última crisis, la sanitaria. El Grupo Ciudadela es una empresa familiar que va camino de la tercera generación. Así se expresó Santiago Nebot, gerente de la misma, durante el ágape conmemorativo celebrado en El Puig. Dicho acto contó con una asistencia muy concurrida repartida entre clientes, proveedores, familiares y amigos. Es un orgullo poder escribir sobre ellos, sobre Ciudadela, sobre los Nebot Oyanguren. ¡Es un orgullo que la ciudad cuente con esta empresa familiar entre sus filas!