La ópera prima es un relato iniciático donde el conflicto de clase erosiona una amistad femenina
VALÈNCIA. Hace cinco años que Clara Roquet eligió el título de su ópera prima, Libertad, pero estos últimos meses, la palabra ha sino manoseada hasta el hastío. Primero se estrenaron la serie y la película que Enrique Urbizu decidió agrupar bajo el mismo nombre, y después llegaron las elecciones autonómicas de Madrid, donde Isabel Díaz-Ayuso pervirtió el concepto en su eslogan de campaña. “Cuando lo leí, me dije: mátame”, nos confía la directora catalana desde su casa, ya que un diagnóstico positivo en COVID le ha impedido acudir a Cannes a presentar en la Semana de la Crítica el único largometraje español a concurso en el festival.
El título de su propuesta se inspira en la amiga más crítica y contestataria de Mafalda. Decidió llamar Libertad a una de sus protagonistas en homenaje a aquellas tiras de Quino, pero “el nombre se fue metiendo en la temática, planteando preguntas cómo qué significa ser libre, quién es más libre y dónde queda la libertad de aquel que tiene que poner todo su tiempo al servicio de otras personas”, detalla la directora debutante, cuyo filme se estrena el 19 de noviembre.
Su primera película es un coming-of-age ambientado en un verano en la Costa Brava, paisaje estival de su infancia. Recorre la senda biográfica ya transitada por recientes cineastas de nuestro país con resultados honestos, abrazados por la crítica y, en el caso de alzarse con premios Goya, por el público, como Verano 1993 (Carla Simón, 2107), Júlia ist (Elena Martín, 2017), Viaje al cuarto de una madre (Celia Rico, 2018) y Las niñas (Pilar Palomero, 2020).
“Trabajamos desde ahí porque no lo podemos evitar, son las historias que nos resultan cercanas. En mi caso, los personajes son muy distintos de mí misma, yo mantengo una excelente relación con mi familia, pero sí hay algo de mi adolescencia”, reconoce Roquet.
Libertad también bebe de una de las películas favoritas de la directora barcelonesa, La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001), donde también pueden palparse las fricciones familiares durante un estío compartido, donde el calor y los conflictos larvados se combinan en el crescendo de una convivencia a presión.
“El verano nos ayuda mucho a contar historias porque es un periodo en el que se genera conversación. Los personajes no pueden escapar de ese espacio de veraneo y las emociones se condensan. El resto del año esas situaciones tardarían más tiempo en pasar y se dilatarían, del mismo modo que sólo pueden darse en verano esas amistades intensas que en la infancia se convierten en el centro de tu vida, porque es cuando dispones de todo el tiempo libre”, desarrolla la realizadora.
Su ópera prima recrea las últimas vacaciones de tres hermanos con la matriarca del clan, que padece alzhéimer. La nieta mayor acaba de entrar en la adolescencia y no termina de encontrar su lugar: los juegos de su hermana y sus primos le parecen ridículos y las conversaciones de los adultos todavía le vienen grandes. La llegada inesperada a la casa de la hija de la empleada colombiana del hogar dará un vuelco iniciático a su vida.
“La amistad femenina tiene mucho de romántico. Hay algo sensual, de tocarse y dormir juntas, que no he visto tanto en las relaciones masculinas, aunque no he explorado esa vía. Lo que sí hice fue plantear el arco narrativo como si se tratara de una historia de amor”, explica.
La intención última de la película es realizar una reflexión sobre el privilegio y la identidad de clase. No es la primera vez. En su corto El adiós, ganador de la Espiga de Oro en la Seminci, ya dio el protagonismo a una cuidadora: “Son personas muy presentes en nuestras vidas a las que siempre dejamos en un segundo plano. Mucha gente de mi entorno hemos delegado el cuidado de la gente mayor en inmigrantes y siento que es un tema que genera cierta incomodidad, sobre todo en la clase burguesa progresista. Y la incomodidad siempre es interesante a nivel cinematográfico”.
En el elenco combina a actores con recorrido, como Nora Navas y Vicky Peña, con no profesionales. “Como los roles de las cuidadoras y las asistentas del hogar no han estado en el primer plano de la narrativa, no hay muchas actrices profesionales que los pueden hacer”, valora Roquet, que en esa combinación ha logrado un equilibrio entre el naturalismo y la espontaneidad.
Su participación en Cannes en la distancia, o su “no presencia”, como lo define ella, es “un honor y un regalo”. En el futuro, augura que más directoras españolas van a participar en certámenes internacionales, como ya lo han hecho Isabel Coixet y Arantxa Echevarría.
Su trabajo en el audiovisual había consistido hasta el momento en mimetizarse en los proyectos de otras personas. Clara ha trabajado como guionista junto a Carlos Marqués Marcet para 10.000 Km (2014) y Els dies que vindran (2019) y con Jaime Rosales, en Petra (2018).
A pesar de trabajar al servicio de la visión de otro realizador, en cada una de estas películas se ha reconocido en su aportación en el resultado final. En estos momentos está trabajando de nuevo en miradas ajenas. En concreto, las de Elena Martín y, de nuevo, Marqués-Marcet.
No tiene prisa en volver a dirigir. De hecho, de entrada, no quería responsabilizarse de Libertad, sólo escribir una historia que le resultara cercana. “Solo voy a volver dirigir si tengo la necesidad, el tiempo, una historia y la quiero contar mucho”.