Tras cuatro meses al frente de Clectic, es momento de examinar la “cocina migratoria” de Mauricio Gómez
Me cae bien este tío. Tras su salida de Ameyal (la madurez también va de saber dejar ir…) cenamos con Mauricio en este Clectic que habita uno de los puntos calientes de esta València aletargada: Gran Vía Marqués del Túria con Conde Salvatierra. Ahí es nada.
Fue un domingo por la noche y las calles (cómo nos cuesta salir de casa un domingo, eh) sonaban como un bolero de Los Panchos: ni Cristo sobre el asfalto. Pero ahí estaba Mauricio, al pie del cañón de su casa de comidas, “yo no sé quedarme en casa”. Me gustaron mucho los esquites de maíz con epazote y la cochinita pibil; selección a la que el chef mexicano añade el mil hojas de dulce de leche a la sal con compota de frutos rojos. Le va el mambo —y bien que hace.
Clectic tiene recorrido porque tiene público, un ticket razonable y la sana intención de ser “un sitio de barrio, un punto de reunión para todos donde llevar al comensal a un viaje culinario a través de mis propicias vivencias gastronómicas”. Yo solo le pido que traiga más México, más colores y más electricidad a la gastronomía del Ensanche; que traiga un cachito de ese “México que no se explica; en México se cree, con furia, con pasión, con desaliento” —es Carlos Fuentes en La región más transparente.
Y que suene la música y salga otra Margarita. Dos.