VALÈNCIA. Magnífica tarde de música en un Auditori prácticamente lleno, y mucha gente joven, con un exigente y amplio programa, dedicado al histórico trompa valenciano fallecido en el año 2021, Vicente Zarzo Pitarch, que se abrió con Elysian una impresionante obra de Francisco Coll uno de los grandes compositores del momento en la escena internacional. Significaba la puesta de largo en Europa de esta pieza, pero no un estreno mundial pues ya había sido escuchada en Toronto, con Gustavo Gimeno en el podio y curiosamente también con la Primera Sinfonía de Mahler en el programa. Honestamente se me hizo corto su Elysian, obra encargada por nuestra orquesta y la Sinfónica de Toronto. La coherencia entre orquestación, forma y mensaje musical es en Coll de una lógica aplastante. Esto produce como resultado que el oyente se deje llevar, entregado, donde el compositor le lleve. Con Coll es fácil concluir que no sobra absolutamente nada desde el punto de vista de la orquestación por mucho que sea una pieza para gran formación. Un solo movimiento de una música que siendo indiscutiblemente moderna está llamada a entrar por méritos propios en lo más avanzado de la gran tradición del sinfonismo. Una de las cosas que más me llama la atención de la música de Coll es la capacidad para sorprender por la dirección que toma la música conforme avanzan los compases. No es nada fácil intuir los caminos por los que va a transitar su discurso a lo largo de apenas quince minutos, pero sin embargo, paradójicamente, toda la arquitectura, todo lo que va sucediendo, tiene, como decía una coherencia aplastante. Es magistral la forma en que Coll transita en ese fino territorio entre lo tonal y lo atonal como esos pintores que de forma maestra habitan entre la abstracción y la figuración: Nolde, Staël… . Magnífica la orquesta en la exigente partitura con un Liebreich como factótum de que el estreno europeo de la pieza aconteciera con la calidad que merece, a la altura del estreno mundial al otro lado del Atlántico.
Tras este inicio por todo lo alto el contraste no podía ser mayor con el lenguaje empleado por Saint Saëns en su concierto “Egipcio” para piano; Una obra en la que el gran compositor francés recurre más al impresionismo europeo con ciertos aromas de de carácter nubio que recurrir a un pastiche de marcado exotismo pintoresquista. Un concierto que es una oda a la joie de vivre de la que hizo gala el infatigable viajero que fue el insaciable bon vivant Saint Saens. El pianista valenciano Carles Marín lució virtuosismo técnico, gran clase e indiscutible musicalidad, no obstante, con un pianismo para el que, pretendidamente, no emple un sonido especialmente brillante, grande y arrollador sino más bien cercano y siempre, o casi siempre, “dentro” del sonido global de la obra. La versión del gran pianista francés Pascal Rogé, en este sentido, sería el referente de entre la discografía frente a otras lecturas más de “gran concierto”. De hecho, Marín se muestra más seductor en los pasajes íntimos y poéticos como en el precioso Andante, quizás la parte más “egipcia”, menos europea, aunque también la más impresionista de la obra. En el movimiento de cierre, más virtuoso y brillante, evocando los barcos que navegan por el Nilo, Marín supera todas las dificultades sobradamente para cerrar el concierto con una espectacular y vibrante escala de acordes. Orquestalmente Liebreich supo ser un aliado para llevar a buen puerto un concierto que supuso una camaleónica “transformación” de la formación valenciana que tras de la obra de Coll pasa en pocos minutos a la candidez del primer movimiento del concierto del compositor galo. Éxito grande de Marín abocó a una propina de Scarlatti ante la petición del público.
En la segunda parte, una excelente lectura de Liebreich y la orquesta de la Primera Sinfonía, Titán, de Gustav Mahler en lo que constituye el primer acercamiento del director titular, con nuestra orquesta, a la música del compositor checo. Sin desmerecer en absoluto las notables prestaciones de la Orquesta de Valencia, en esta ocasión hay que poner por encima la magnífica labor del director Muniqués. Liebreich brilló con una dirección de gran coherencia, sin bajar el pulso en ningún instante con un fraseo de gran variedad según lo demanda la obra. Excelente, en este sentido, cómo condujo a la orquesta, al ritmo de vals, en la segunda parte del Langsam con que se abre la partitura. Magnífico el control del discurso en las transiciones, así como el rubato de alta escuela que exhibió el muniqués. El Länder que es el segundo movimiento fue introducido por los contrabajos con la rusticidad que se requiere, excelente el solista de la cuerda grave en el inicio a solo de la célebre marcha fúnebre, así como todos los solistas que se van uniendo a esa “desdichada” melodía de trazas judías que Liebreich tradujo con toda la carga idiomática.
Por poner algún “pero” en una lectura globalmente notable, quizás se produjo algún desequilibrio dinámico entre metales y cuerda en algún momento puntual como en la amplia introducción del Agitato que cierra la sinfonía, en que es la cuerda la que ha de llevar el peso de todo este pasaje y quedó un tanto atrás respecto de los metales y la percusión demasiado presentes.
De entre los profesores de la orquesta el nivel general fue bueno, salgo algún problema de emisión puntual en algunas maderas. Destacaremos en esta ocasión al primer fagot, la trompa solista de María Rubio siempre afinadísima y luciendo un control absoluto en los pianos y los diminuendos que exige la partirua o el lujo de tener a Javier Eguillor a los timbales con una seguridad pasmosa en precisión rítmica, dinámica y en definitiva, expresiva. En cuanto a las familias, en esta ocasión fueron las trompas y trompetas se llevaron el gato al agua. Merecido triunfo por todo lo alto.
Ficha técnica
19 de abril de 2023, Auditori del Palau de les Arts
Obras de Francisco Coll, Camille Saint-Saëns y Gustav Mahler
Carles Marín, piano
Orquesta de Valencia
Alexander Liebreich, director musical
Concierto en homenaje a Vicente Zarzo Pitarch