VALÈNCIA. Imagina un mundo nuevo, una sociedad creada desde cero, con el conocimiento y la conciencia de los tiempos actuales. Una oportunidad para pensar todos los ámbitos de la vida y hacerla mejor. No es una utopía, es un plano en blanco que hay que hacer. En la Segunda República, se aprobaron expropiaciones para reorganizar las enormes diferencias socioeconómicas que estaban presentes en la España Rural. Tan radical fue la propuesta, que fue una de las crisis políticas más grandes de la época.
El franquismo también tuvo que ocuparse de eso, y lo hizo a través del Instituto Nacional de Colonización (INC), a través del cual alzó pueblos desde cero para poblar zonas rurales improductivas hasta entonces, pero con condiciones hídricas que hacían la vida posible allí. De paso, el régimen tenía un plano en blanco, un mundo nuevo en el que proyectar la España que quería hacer.
Marta Armingol y Laureano Debat han estado cuatro años viajando por los pueblos de colonización, que habitaron cincuenta y cinco mil familias y recogiendo testimonios para armar el ensayo Colonización. Historias de los pueblos sin historias (La Caja Books, 2024). En el libro hacen un análisis, en diferentes planos (también el de la ficción) de la creación de esos pueblos, y de qué manera han evolucionado y han construido un arraigo propio.
La publicación del libro coincide con la exposición del Museo ICO de Madrid, comisariado por Ana Amado y Andrés Patiño y que estuvo hasta hace apenas un mes, Miradas a un paisaje inventado. También con el libro de ficción de Brais Lamela, Premio el Ojo Crítico de Narativa, No queda nadie (Cuatro Lunas, 2023). “Era algo inevitable: estaba el fenómeno reciente como es la investigación sobre la España Rural, que está en auge, pero no se hablaba de colonización. Tarde o temprano tenía que pasar”, opinan Marta Armingol y Laureano Debat.
¿Qué ha pasado en el presente para coincidir en el foco a ese rincón del pasado? “Las generaciones que lo estamos haciendo somos quienes, o lo hemos vivido familiarmente, o interesa en un plano muy especializado como es la arquitectura. Cuando hablamos de la historia emocional de los pueblos de colonización, que también está en el libro, somos la generación que tiene la distancia suficiente para hablar de ese plano, para mirar el fenómeno desde fuera. Los abuelos no hablaban de muchas cuestiones porque implicaba hablar de la dictadura, y en los padres hay un tema de haber hecho mucho sacrificio como para analizarlo objetivamente. Somos nosotros quienes, tanto académicamente como objetivamente, disponemos de la distancia suficiente para observar”, explica Armingol.
Para tomar esta distancia, una de las claves era ir más allá de la historia que se podía recoger en la superficie: “No podemos contar la colonización solo con los testimonio de los primeros colonos que, por supuesto, tienen que estar. Pero lo libros que se había hecho solo recogían esta memoria, y hay mucha más que se está haciendo día a día y da vida a los pueblos. Era importante recoger voces como las de los hijos de los arquitectos, o los de los mayorales, y que esas voces sonaran como un eco dentro del libro”, desgrana Debat. De esta manera, en Colonización también se entiende que el carácter humanista de la ordenación humana tiene mucho que ver con las biografías de los arquitectos que fueron responsables de ella.
Los pueblos de colonización fueron, por una parte, reflejo de la España franquista que fue diseñada por el régimen y que tenía los poderes y la división sexual del trabajo y del ocio como pilar irrenunciable; por otra, una oportunidad para crear una sociedad sin tantas divisiones de clase, cuyo diseño precisamente fomentara soluciones colectivas. ¿Fueron utopías que escaparon de los pilares del franquismo? “El diseño humanista de los pueblos tiene que ver con la generación de arquitectos a las que les dejaron hacerlo, como José Luis Fernández del Amo, que venían formados por las vanguardias (la Bauhaus, Le Corbusier y otras tendencias internacionales). Eran jóvenes a los que viene un gobierno y les dicen de hacer un pueblo desde cero, nada de una casa. Para un arquitecto no hay nada mejor que eso. Lo hicieron con un presupuesto limitado aunque con bastante libertad, lo que era extraño”. El primer plano de Del Amo fue rechazado, pero tirando de contactos y de su fuerte creencia e influencia católica, acabó imponiendo los postulados del Concilio Vaticano II en la cosmovisión del pueblo.
Esto se refleja especialmente en las iglesias, diseñadas desde el prisma de que fuera un templo del pueblo nuevo, del siglo XX. Por eso en muchas de ellas hay obras de arte contemporáneo y diseños vanguardistas. Muchos artistas del Grupo El Paso realizaron obras para las iglesias, que tenían que ser el edificio más alto del pueblo. Muchas de estas obras no estás catalogadas ni tienen una puesta en valor (en primer lugar, porque muchas diócesis rechazaron esa contemporaneidad que era promocionado más por el INC que por la Iglesia).
“Pero es paradigmático que luego fueron pueblos con bastante control. No se vivió una utopía, sino en un régimen bastante represivo, pese a que la arquitectura propusiera otra cosa. La estructura de colonización era totalmente jerárquica: estaban incluso tutelados”, matiza Marta Armingol. Iglesia, una sede para la Sección Femenina y otra para la Frente de Juventudes que formara a las nuevas generaciones para su cometido en la España franquista, y un cuartel de la Guardia Civil. Estos eran los pilares inamovibles en la organización de estos pueblos.
“A nivel humano, las particularidades de cada pueblo son las historias de los arranques. Parecen similares, pero no es la misma colonización la del año 48 que la del 68 porque España cambiar, la situación cambia. El arranque siempre es muy duro, porque no puede ser de otra manera poner en marcha un pueblo desde cero, pero va aliviándose un poco”, explica Armingol.
“Lo que sí une los pueblos es esa riqueza arquitectónica que une la colonización y que ha pasado tan desapercibida. En el imaginario general está el hecho de que estos pueblos fueron creados simplemente para trasladar a gente pobre a otros territorios para que empezaran a trabajar las tierras. Pero hay toda una inversión en construcciones vanguardistas, especialmente en las iglesias”, remata Laureano Debat.
¿Qué ha pasado desde entonces? “Los pueblos de colonización son un espejo de cómo ha evolucionado el país. La gente nos pregunta cómo se vive en estos pueblos. Pues como se vive en España”. Algunos pueblos progresaron económicamente y funcionaros, otros son paradigma de la despoblación… Cada pueblo se ha convertido en un micromundo y, aunque “todos tienen algo parecido”, también todos han hecho su camino.
“Las generaciones han evolucionado. Los colonos empezaron en la misma casilla de salida, todo el mundo tenía las mismas tierras. Ahora, en función de la capacidad de trabajo y de la organización económica familiar, hay colonos que se están haciendo con otros lotes y se están convirtiendo en latifundistas. A otros se les han embargado todo. Otros no han tenido lote pero habitan el pueblo… Todas las herencias y las heridas de la España del siglo XX están reflejadas”, concluye Armingol.
Dos pueblos paradigmáticos y que reflejan perfectamente el desarrollo y la naturaleza desigual de cada proyecto de pueblo de colonización son los valencianos San Antonio de Benagéber y Marines.
El primero, fundado a finales de los 50 como entidad local menor dependiente de Paterna, fue construido para alojar al vecindario de Benagéber (en la comarca del Serrans), que se vieron afectados por la construcción de un pantano. Aunque siguen conservando algunas de las construcciones originales, el pueblo de colonización ya es solo una parte del término municipal, que cuadriplicó su población durante los años de la burbuja inmobiliaria y se ha convertido en una ciudad-dormitorio de València gracias a la conexión directa por carretera.
Marines era una población con siglos de historia que fue devastada por la riuà del 57. Con el pueblo devastado, el franquismo reubicó a toda la población en un nuevo emplazamiento, entre Olocau y Llíria.