Entre la Gran Vía Fernando el Católico y Pérez Galdós se encuentra La Petxina, un barrio conocido como el ensanche pobre frente al más señorial y legítimo Eixample. Una zona que forma parte de mi educación gastronómica. Allí me comí mi primer kebab, probé la moussaka y me enamoré de las alcachofas a la brasa
Hasta que la Universidad amplió la zona de acción donde me movía, la mayor parte de mi tiempo transcurrió entre Arrancapins y La Petxina. En este barrio se ubicaba mi colegio, la tienda de chucherías que frecuentaba y la casa del chico mayor del que estuve enamorada todo EGB. Tres vértices importantes de la existencia de una niña primero y una adolescente después. La oferta gastronómica del barrio siempre fue abundante, auspiciada por los locales de ocio de Juan Llorens. He vuelto a recorrerlo y quedan pocos de los bares y restaurantes a los que destinaba una partida de la exigua paga semanal, pero sigue siendo una zona dinámica con opciones gastronómicas interesantes. En esas calles está el bar Ricardo, hacen una tortilla de patata monumental y acaba de abrir uno de los indios preferidos para muchos. Hay que redescubrir La Petxina.
Empecemos por el final. Por el más reciente. Cinco letras que les serán familiares a muchos lectores. Tariq. El restaurante indo-pakistaní acaba de abrir en Valencia con gran regocijo de sus fans que, me consta, abundan. Misma fachada rosa fucsia, concepto muy similar a su hermano mayor de Godella y nueva batuta. Dafne, hija de la socia del Tariq original, está al frente del restaurante donde además de sus famosas pakoras, ofrecen platos vinculados más a India que a Pakistán. Hay que dejarse aconsejar por ella (es la simpatía personificada), pero una buena opción es comenzar por un par de entrantes como el baigan bhaji (paté de berenjenas y cebolla al curry) para untarlo con Naan, el pan plano indio que se elabora con harina de trigo o unos pinchos de cordero y luego elegir una carne acompañada de algún arroz. El pollo al curry está muy bueno y es emblema de la casa, pero merece la pena descubrir otros platos de la carta. También preparan la comida para llevar.
En la misma calle se encuentra Pan comido, un restaurante vegetariano algo atípico, porque también piensa en los que comemos proteína animal y tiene algunas opciones de carne y pescado. Me cuenta Iván, su propietario, que él apenas había probado la comida vegetariana hasta que montó el restaurante hace un año. No se nota. El cocinero, responsable de la crema de coliflor con hinojo (muy rica) o la sobrasada vegetal que probamos, sí que está familiarizado con la cocina vegana y vegetariana y la propuesta es sólida. De hecho no se definen como vegetariano, sino como restaurante de comida saludable. El local es amplio y acogedor y el servicio muy agradable. A mediodía cuentan con un menú de 12 euros.
Pero el rey absoluto del barrio es sin duda el Bar Ricardo. Lleva abierto desde 1947, hagan las cuentas, ¡¡70 años!! Un ejemplo de que cuando las cosas se hacen bien y conectas con tu clientela, perduras. Ricardo es uno de esos bares de tapas y cocina valenciana, cuyo secreto no es otro que buen producto, elaboración sencilla y trato profesional. La fórmula parece fácil, pero les aseguro que no lo es. Su barra, junto con Rausell, es de lo mejor de la ciudad, y sus mesas de lo más codiciado. No reservan, así que conviene ir pronto para coger sitio. Una buena hora para asegurarse un hueco por la noche es ir poco antes de las 20:30 h. Todo lo que ofrecen es de primera, pero una mención aparte merecen su ensaladilla rusa y sus patatas bravas. Estas siempre aparecen entre los rankings de las mejores bravas de Valencia, también en este artículo de Guía Hedonista, y aunque no quedaron entre los tres primeros puestos, sí que fueron elegidas por muchos cocineros y gastrónomos de bien como sus favoritas. Están de vicio, aunque en mi opinión, les sobra aceite. Si se quiere salir por menos de 25 euros, el sepionet, las habas o los montaditos (atención al de morcilla de cebolla) son espectaculares, pero si uno llega holgadamente a fin de mes, podemos irnos a las ostras, las gambas rayadas, los percebes o las quisquillas.
Seguimos hablando de patatas, pero esta vez de tortilla. La tortilla de patatas de Benito y Plasen, del bar Alhambra, en Calixto III. Muchos se aventuran a decir que es la mejor de Valencia. No lo sé, me gusta pensar que me quedan muchas tortillas de patata excelsas por probar en mi vida, pero sí, esta del Alhambra es de primer premio. Benito hace al día entre 16 y 18 tortillas. Una barbaridad teniendo en cuenta las dimensiones del local y que cierran a las cuatro de la tarde y los fines de semana no abren. De hecho, no hay que pasarse demasiado tarde para degustar algunas de las más demandadas. Las de patata, cebolla y sobrasada son fijas, pero el resto de sabores va variando cada día. Cada tortilla de patata pesa más de 5 kilos y utiliza en su elaboración 36 huevos. El origen de la patata no es siempre el mismo: León, Palencia, Astorga. Me dice que las de aquí, de Valencia, son más malas porque tienen mucha agua y se hacen más pastosas. Benito lleva 30 años haciendo tortillas y el secreto no es otro que “echarle huevos a la cosa”, bromea. La verdadera razón de por qué las tortillas de este bareto triunfan es por la medida exacta entre las patatas y el huevo. Está jugosa, sin que chorree, ni sosa ni salada y con una envergadura importante, que siempre ayuda.
Enfrente del bar Alhambra está Umami, un restaurante con una carta sencilla que abrió hace un par de años en el barrio. Miguel, un joven cocinero, y su chica están al frente del local. La propuesta es discreta, pero honesta. Todo lo que hacen lo hacen bien y la calidad respecto al precio que pagas (unos 18 euros) me parece muy adecuada. Ensaladilla rusa al estilo murciano, varios tipos de cocas de dacsa, pan de cristal con jamón, cecina o anchoa, verduritas al dente con pesto de anacardos y tomate seco (riquísimas) y un pescado fresco de lonja que va cambiando según el día. También tienen un menú diario por 12 euros. Miguel está comprometido con la estacionalidad del producto y el respeto por los productores locales. Umami es un valor seguro que debería ser descubierto por los amantes de la buena mesa.
En la Petxina, aparte de comer, también se trasnocha, se bebe y se baila. Quizá la próxima vez que vayan a un concierto al Loco Club, que comparte calle con Umami y el bar Alhambra, puedan cenar en alguno de estos restaurantes. Y luego tomar una copa en La edad de oro, un bar ubicado en un precioso edificio antiguo en la calle San Jacinto donde la buena música, mucha en directo, es emblema del bar que regentan desde hace años Juanjo y Reme. Siguen quedando pubs y alguna discoteca en Juan Llorens, pero nunca fueron mi estilo. Si por casualidad la noche se alarga y se les hace de día en La Petxina, vayan a desayunar al horno Vicente Raimundo, en Ángel Guimerá, del que ya les hablamos en este artículo sobre panquemaos. Una orgía de empanadillas, pasteles y bollería artesanal que echo de menos desde que me fui del barrio.