Lo que no mata… ¿cómo era?
Comida y hospital son dos palabras que no casan bien en un mismo sintagma, que impelen a arrugar la nariz, que provocan una mueca de asco instantáneo. ¿Pero es en la realidad tan mala la comida de hospital?
He pasado varias semanas en el Nou d´Octubre -como acompañante, no como estrella invitada- y he olido y probado purés bastante aceptables tirando a buenos, pollos que dicen cómeme, cómeme.
Pero también patatas hervidas, duras como el corazón de un líder de la oposición, y repeticiones –y de noche, puré de patatas– que ni en Factoría de ficción.
He visto pieles retorcidas y negras bajo las que había algo parecido a un pescado echado a hervir con odio, sin una mísera hojita de laurel siquiera.
Y por supuesto nada de sal, no importa que te hayan operado del menisco o que tengas la tensión por los suelos, nada de sal, no vayamos a acercarnos ni por descuido a la palabra comensal, enfermo, que eres un enfermo.
De esa bandeja de un color indefinido entre mierda y mucosidad espesa, mejor ni hablar.
Pareciera que la curación está asociada al ascetismo, incluso en un hospital privado como El Nou d'octubre, donde hacen que nunca olvides el capitalismo, cuando pides una gasa más, una dosis extra de analgésicos, una media compresora para evitar los trombos.
Lo más probable es que la causa de que los menús hospitalarios sean tan malos resida en la austeridad, en la falta de presupuesto, en los contratos con empresas externas, primando el bajo precio antes que la calidad.
Claro que también pudiera tratarse de un plan de Salud del Ministerio, consistente en motivar sutilmente al paciente para que vuelva a casa y pueda por fin alimentarse en un entorno conocido, aunque esto no está demostrado.
El siempre moderado Chicote hizo un programa sobre el tema, no para dar de comer al morbo y ganar audiencia, no, que era en un canal serio como Atres media, sino para denunciar socialmente la situación. ¿Te lo vas a comer? se llamaba el programa donde analizaba la comida de un hospital de A Coruña y otro de Jaén. Familiares de pacientes aseguraban que se devolvían las bandejas casi intactas porque no había quien se comiera esos aguachirris con sospecha en forma de tropezón, esa merluza con olor a amoníaco, esas patatas crudas. Hasta los auxiliares servían la comida, avergonzados de lo que estaban sirviendo, y los que trabajaban en cocina se quejaban de que mucha de la fruta y el pescado llegaba ya en mal estado, y la tenían que tirar.
Sonado fue también el caso de un paciente de un hospital de Navarra que colgó la foto de un filete carbonizado. A ella le siguieron una ristra de despropósitos gráficos: panes requemados, ensaladas cocidas, caldo sucio de habas, café con leche para niños, bacalao para hipertensos.
Las protestas no sólo se produjeron en Pamplona, también en hospitales de Madrid, Alicante o Murcia cuyo servicio de comidas había sido cedido a la misma empresa.
Pero sin llegar a esos extremos, ¿qué me dicen de esa merienda carpetovetónica compuesta por galletas tipo maría, muy tostadas, y un café con leche, como si estuviéramos en pleno rodaje de Cuéntame?
Javier Bravo denunció que a su padre, enfermo de cáncer, con anemia, y que recientemente había sufrido un accidente cerebro-vascular, tras 30 horas sin comer, le trajeron un café con leche y unas galletitas maría. ¿En serio no había nada mejor en la cocina?
Ah, pero es que las galletitas son baratas y se conservan durante mucho tiempo. Qué mal hacen las galletitas maría, de toda la vida, al mundo, qué persecución hacia las galletas maría. Un responsable arguyó que el menú de hospital no puede estar alejado de las costumbres de los pacientes porque si fuera rupturista, la dieta sería rechazada, y los médicos son responsables de que los pacientes no caigan en la desnutrición. ¿En serio una tostadita con tomate es cocina de vanguardia?
El problema es que cualquier alimento que se sirve en un hospital, incluida las galletas y la bollería que son lo mismo, se le otorga un sello de salud, a ojos de la población. ¿Cómo me van a dar comida insana en un sitio donde me cuidan?
El hecho es que resulta más difícil conseguir una fruta en un hospital que un cargamento de Lays y m&m's gracias a las máquinas de vending, que están por todas partes. ¿Por todas partes? No, en Murcia ya no, en 2017 decidieron vetar la bollería y los refrescos en hospitales, y el País vasco ha obligado a que al menos la mitad de los productos de estas expendedoras sean fruta y verdura.
No todo es miseria gastronómica.
Según una encuesta, los pacientes del Hospital General de Valencia están muy satisfechos con la comida. Participaron 160 pacientes de todas las edades con predominio de los mayores de 65 años, que suelen ser los de más paciencia, y se mostraron entre un 83 y un 89 por cien contentos con la calidad, la cantidad, la variedad, la presentación, la condimentación, la temperatura de los platos, la higiene y el servicio de la comida.
En el Clínico de Valencia, sin embargo las encuestas fueron pésimas por lo que el hospital se puso manos a la obra para mejorar y tratar nutricionalmente mejor al paciente.
Tras años de recortes, de desplome en la calidad de los menús, parece que hay voluntad de mejora. No hace mucho, la Consellería de Sanidad fichó a una estrella Michelin, María José San Román para diseñar unos menús hospitalarios más apetecibles y más sanos.
Y también para cambiar las bandejas. Por fin alguien pensó en cambiar esas horribles bandejas. Aún hay esperanza.